Después de asentarse, y sin peligros que amenazaran a la “democracia”, el régimen se lanzó a un despiadado robo de las arcas del Estado. Prontamente, se unirían las Fuerzas Armadas a altos funcionarios del Estado y, después, todo aquel que pudiera hacerlo. En este período entran a la presidencia los socialistas, con Ricardo Lagos Escobar.
Ricardo Lagos Escobar había tenido una carrera singular. Su carrera política había sido gris, protegida por su condición de funcionario de organismos internacionales. Se hizo conocido cuando en un programa de televisión, en las postrimerías de la dictadura, increpó a Pinochet a través de las cámaras. La fama que le granjeó ese gesto, la convirtió en una supuesta valentía que, en su cabeza, superaría con creces los méritos de cualquier persona que se hubiese enfrentado a la dictadura.
Esa ambición desmedida lo catapultó a la primera línea política y a convertirse en una especie de candidato natural, luego de los gobiernos democratacristianos. Asumiría la presidencia de Chile para el período 2000-2006.
La predestinación que Lagos suponía para ese cargo, sin embargo, fue desmentida por los resultados electorales. La derecha, que escondió su verdadera faz política tras el reclamo de un “cambio”, por poco frustra la presidencia de Lagos.
El rechazo a la Concertación, a la política de los acuerdos, se manifestaba, paradójicamente, cuando sus partidos habían consolidado su dominio en todos los niveles del aparato del Estado, cuando habían permeado todos los ámbitos del régimen, antes dominados por los partidarios de la dictadura. No le era ajeno ni el Poder Judicial, ni las Fuerzas Armadas y las policías, ni las iglesias, ni la burguesía.
Lo que sí le era extraña, era la población, en el doble sentido del término. Los barrios populares -se quejaban los operadores de la Concertación, pero también muchos activistas de izquierda que mantenían una posición crítica- eran ahora “bastiones de la UDI”, conquistadas a punta de cohecho, prebendas y la cooptación de arribistas y dirigentes. Pero esa imagen no reflejaba una presencia real de la derecha, sino, al contrario, el abandono de la izquierda.
El fin del período de oro del saqueo, en que hubo una expansión productiva -por ejemplo, la puesta en marcha de nuevos y grandes yacimientos mineros, controladas por transnacionales- dio origen a una nueva etapa: el saqueo parasitario, la extracción del “raspado de la olla”.
El gobierno de Lagos fue el gobierno de la corrupción, porque consistió en el desplazamiento de los recursos del Estado a manos de intereses privados bien conectados. Esto se verificó en la puesta en marcha de numerosos proyectos de obras públicas concesionadas.
Muy pronto salió a la luz un escándalo de tal proporción que cuesta fijarlo con palabras. Quizás por eso se llamó anodinamente “caso MOP-gate”. Ministros y altos funcionarios recibían mensualmente un sobre con dinero, un “sobresueldo”. Los recursos provenían de las empresas que controlaban las concesiones. Estas coimas gigantescas se acumulaban en un fondo que era administrado por funcionarios del Ministerio de Obras Públicas, donde Lagos había ejercido de ministro, y distribuidas entre los interesados.
Cuando se conoció esta trama corrupta, la justicia sólo pudo perseguir a unos pocos funcionarios. Los capitales extranjeros, que habían literalmente comprado a la plana mayor del aparato público, no fueron investigados.
Un acuerdo político entre el gobierno y la UDI, que se había erigido en el partido dirigente de la derecha, aseguró amplia impunidad para los involucrados; las coimas pasaron a ser aumentos de sueldos que, indirectamente, terminaron por beneficiar a todos los altos jefes del aparato estatal, incluyendo a los parlamentarios; y los dineros mal habidos fueron declarados… ¡libres de impuestos!
Ahora, burócratas y legisladores cobraban al nivel de Alemania, Francia o Estados Unidos, o más, pero regían sobre Chile, un país en que las consecuencias del saqueo ya se mostraban en declive económico y en las consecuencias sociales y ambientales de la explotación ilimitada de los recursos naturales.
El “caso MOP-gate” define adecuadamente a este gobierno.
Sin embargo, éste sería pletórico en “realizaciones”:
En suma, el gobierno de la corrupción trasladó el saqueo de la economía en general hacia el Estado. Pronto todas sus instituciones, pero especialmente las Fuerzas Armadas y las policías, se regirían por la consigna “no quiero que me den; póngame donde haiga”.