El gobierno de Ricardo Lagos había mostrado la debilidad del sistema. Entre los partidos políticos, nadie quería ser candidato presidencial. Paralelamente, en estos momentos comienza el impulso de la clase trabajadora en el ámbito político, mediante las movilizaciones de los secundarios, sus hijos. Es designada como candidata, y sería elegida presidente, una mujer, Michelle Bachelet.
El gobierno de la corrupción de Lagos develó la debilidad interna de los partidos políticos. Súbitamente, nadie se atrevía a ser presidente. Las distintas facciones de la Concertación encuentran en dos mujeres una opción vicaria de continuidad: la DC Soledad Alvear y Michelle Bachelet, del PS.
Rápidamente se decantan por la segunda. Su carácter bonachón y cercano, permitiría presentarla como la cabeza de lo que se llamó entonces un “gobierno ciudadano”, es decir, ajeno a los partidos, pero que fuera manejable para sus intereses.
Bachelet no defraudó. Se convertiría en la presidenta del país por el período 2006-2010.
La misma Bachelet mostraba su incredulidad por este giro de los acontecimientos: “¿quién lo hubiera pensado, hace veinte, diez o cinco años atrás, que Chile elegiría como presidenta a una mujer?” se preguntó. Claro, si los partidos políticos hubiesen estado en mejor pie, nunca hubieran escogido una mujer. Sólo el deseo de seguir en el poder era más fuerte que el machismo.
Pese al éxito electoral, la Concertación como tal estaba en sus últimos estertores. En una década y media, no sólo habían seguido a rajatabla la política económica de la dictadura, sino que la habían profundizado.
Lo que se había iniciado con la dictadura militar como un gobierno títere de la burguesía, pasaría por una etapa de colaboracionismo contra el pueblo, de un saqueo del país, seguido por una corrupción que recaía sobre lo que quedaba de las riquezas nacionales. En ese proceso, Bachelet sería quien trataría de apaciguar los ánimos de una ciudadanía desencantada y sin esperanzas.
El movimiento popular que estaba en marcha repudiaría el nuevo sistema de transporte llamado “Transantiago”. Se había diseñado orientado en las ganancias de los consorcios que se harían del control del sistema. Nadie pensó en quienes se movilizan a sus trabajos; se incrementaron al doble los tiempos de viaje; aumentaron las conexiones; no había paraderos apropiados, etc. La población se movilizó en contra de lo que vio como un ataque frontal en su contra.
De manera explosiva entrarían a la palestra política los estudiantes secundarios, a través de movilizaciones conocidas como la “revolución pingüina”. Cientos de miles de jóvenes recorrerían marchando las avenidas, tomarían sus escuelas y mostrarían la desigualdad de la educación.
Aquí quedaría en evidencia la connivencia de los políticos con los pacos para maltratar a los estudiantes, lo que seguiría ocurriendo en el futuro y de manera más brutal.
Quizás lo más importante de este periodo dentro del movimiento popular es que los estudiantes universitarios perdieron la primacía de las movilizaciones. Ésta se trasladó a los secundarios, llegando así a los sectores más populares que, en el futuro, se transformarían en trabajadores con conciencia social.
Por primera vez en décadas, no sólo se luchaba, sino que el movimiento popular comenzaba a ganar y mostraba formas nuevas de organización que habían sido creadas en las luchas post dictadura.
Mientras tanto, Michelle Bachelet lidiaba con las demandas que se sumaban a los problemas de vivienda, en la educación, de transporte y con catástrofes naturales. Trató de desviar la atención política enfocándose en los discursos de la brecha de género, de las minorías, en forzar la amistad con países vecinos, y en darle a las Fuerzas Armadas y Carabineros más “autonomía”, que llevaría a actuaciones perversas en el futuro. En lo demás, el gobierno seguía su rutina, enajenándose de lo que sucedía en las calles y restando mérito a las demandas populares a través de mesas de negociación y comisiones de técnicos.
Quizás podamos concluir que fue un gobierno que hubiese pasado “sin pena ni gloria”, si no fuese por la irrupción del movimiento popular a través de los secundarios, que marcarían un camino nuevo de conducción y de experiencia de las masas.