2021: la hora del ocaso

El régimen político chileno, establecido en el período final de la dictadura, es más régimen que político. En otras palabras, prima la dominación por sobre las formas democráticas. En estas elecciones, esa contradicción queda a la vista. Se elegirá a un presidente, pero este gobernará en el vacío.

Las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2021 se realizan en la más absoluta de las incertidumbres. Los normales puntos de referencia aparecen borrados, las encuestas, las campañas, los análisis de los entendidos.

El ganador probable es un candidato que fue impulsado por una coalición política, el Frente Amplio, en un momento en que parecía en crisis y fragmentada. De hecho, Gabriel Boric esperó hasta que quedara claro que nadie más se ofrecería, para competir. En cualquier caso, la realización de unas primarias con el Partido Comunista le daba margen suficiente para inscribir su postulación a senador por la región de Magallanes, que tiene la misma extensión y cantidad de electores que su actual distrito de diputado.

Pero no. Sólo un par de meses después, y varias carreras políticas destrozadas, este ex dirigente estudiantil, de orientación liberal y progresista revestida de un discurso izquierdista ecléctico, está a pocos pasos de entrar a la Moneda. Muchos políticos observan ese hecho con indisimulada envidia. Se esforzaron, dicen, mucho más para acercarse a esa puerta, pero las circunstancias lo impidieron.

Y ahora, las circunstancias no sólo elevan a Boric, sino también levantan a figuras que nadie tomaría en serio si no fuera por condiciones y contingencias extraordinarias. Ahí está José Antonio Kast, inflado como un globo de cumpleaños, para atestiguarlo. O Yasna Provoste, una parlamentaria de segundo orden de la Democracia Cristiana que, de su improbable ascenso a la presidencia del Senado, pasó a portaestandarte de lo que fue la Concertación. O Sebastián Sichel, un arribista que hacía de las suyas en los contornos del Estado y que, súbitamente, se convirtió en el sepulturero político de la derecha, sólo para ser él mismo enterrado sumariamente algunas semanas más tarde.

Los nostálgicos del orden establecido, obviamente, se quejan. Llevan mucho tiempo quejándose. Se preguntan dónde quedaron las formas republicanas, los gestos de solemnidad y las personalidades políticas probadas. Dónde están, se preguntan, los que gobernarán.  

Tienen razón. Ninguno de los candidatos, al margen de sus características personales o de su orientación política, va a gobernar nunca. Especialmente, el ganador de las elecciones. Esas son las circunstancias, condiciones y contingencias concretas de estos comicios.

Es el fin de un régimen. Y eso lleva a que la forma democrática en que se elegía al jefe del gobierno y del Estado ya no tenga relevancia real. Son otras fuerzas, que estuvieron ocultas y olvidadas, las que determinarán el derrotero del país: los trabajadores, el pueblo. Y lo harán en una encarnizada lucha en contra de los poderes que, hasta ahora, contaban con ese régimen político para organizar su dominio incontestado.

Ahora, tendrán que salir a la luz abiertamente. Señalar sus intereses y privilegios con claridad, sin el manto democrático que los protegía.

En esta serie de artículos, mostraremos cómo la clase dominante estructuró un régimen político que, creado bajo una tiranía sangrienta, pretendió ordenarse de manera democrática e “institucional”. Veremos al gobierno colaboracionista, el de Aylwin, y su protección de los asesinos y torturadores; al gobierno del saqueo, Eduardo Frei Ruiz-Tagle; al gobierno de la corrupción, Ricardo Lagos; a intento de apaciguar, de Bachelet; de la continuidad concertacionista, de Piñera; al parlamentarista, el segundo mandato de Bachelet; y al de la represión, el que está concluyendo en estos días.  

Veremos como todos ellos responden a un mismo patrón y mantienen un vínculo innegable con su origen, la dictadura militar, un gobierno títere, mera herramienta de la burguesía y de los intereses extranjeros.

Cuando se convoque, en algunos días más, a la ciudadanía a votar por un nuevo gobierno, los trabajadores deberán tener en cuenta que -en vez de elegir a un presidente y a legisladores, en vez de optar por programas o promesas electorales, en vez de contemplar el temor o la simpatía a uno u otro postulante- en esta ocasión, su elección no se dará en las urnas.

No habrá un nuevo gobierno del régimen, porque ya no hay régimen que los sostenga.

Se abrirá, de manera decisiva, una lucha real por el poder real. Por quién, los que producen o los explotan, dirigirá el país.