El hecho de que todos los candidatos presidenciales (excepto, uno que vive en Estados Unidos) estén en cuarentena sanitaria es tan espeluznante que la única manera de encontrarle algo de sentido a esto, es tomarlo como síntoma de una enfermedad mayor.
Háblame de reaccionar a la defensiva. La historia del contagio de Gabriel Boric con el SARS-CoV-2, variante Delta, parece el relato de alguien que lo pillaron en algo muy malo, cuando todo lo que pasó, es que fue víctima de una pandemia.
Claramente, hubo varios que, simplemente, no le creyeron, como su competidora Yasna Provoste, acaso la más perjudicada por la suspensión de la campaña. Y se notó. Otros, en cambio, se mostraron solidarios y empáticos, como Sichel. Eso tampoco es raro, porque una pausa en el sufrimiento al que está sometido le viene tan bien como al alumno porro, la noticia de que se aplazó la prueba.
Y, en el campo de Boric, todo es confusión. El contagio saca de circulación a toda la plana mayor de su comando, entre ellos dos diputados, los más cercanos al ahora afiebrado candidato y cuya ausencia en las votaciones de la acusación constitucional contra Piñera y la extensión del estado de excepción en el sur puede tener importantes consecuencias políticas.
Una publicación, del sitio interferencia.cl, aumentó los tiritones. Sostenía que, posiblemente, Boric no fue todo lo responsable que se esperaría, porque los primeros síntomas del Covid ya habían aparecido el domingo pasado, antes de dos debates presidenciales, el lanzamiento del programa y un sinfín de reuniones.
Boric, al fin y al cabo, favorito a ganar la elección, movilizó todos sus recursos: un pronunciamiento del J.J. Aguirre, perdón, Hospital Clínico de la Universidad de Chile, como es su denominación actual, más elegante; una carta de su doctor, que corrobora, en todo caso, la versión del medio electrónico; estudios forenses a la imagen de la ficha del sistema Epivigila del Minsal; denuncias de conspiraciones, alternativamente provenientes de… ¡Alejandro Guillier! o de Piñera; llamados a crear, urgentemente, un sistema de censura previa, etc.
Por supuesto, si alguien tenía suspicacias, todo ese movimiento sólo ayudó a que éstas aumentaran. No los escándalos, sino los intentos de taparlos son los que hunden las carreras políticas. Podrían los presuntos futuros gobernantes consultar en algún manual político, bajo la entrada “Nixon, Richard Milhouse” o “Watergate, caso”. Tendrán que hacerlo on-line, eso sí, porque, por ahora, tienen prohibido ir a la Biblioteca Nacional.
Mientras el personal dirigente del país está, entonces, ahogándose en una anécdota o en auténtico escándalo -no podemos saberlo- el país mismo busca formas de sacarse de encima una pandemia sanitaria, social, política y económica.
El contraste entre grupos políticos, preocupados de su situación personal, y la condición de todo un pueblo es, digamos, altamente sintomático.