Cualquiera diría que son tiempos excitantes para dedicarse a la política. ¡Están pasando tantas cosas! En el Congreso, en la convención constitucional, los candidatos presidenciales, el gobierno, el Colegio Médico, las FF.AA. y las policías, jueces, periodistas… todos tienen algo que hacer, algo que decir. Único problema: nadie les hace caso; sólo se escuchan a sí mismos.
La política, antaño, era una actividad centrada en mensajes: frases famosas que se grababan en las mentes de la población. La alegría, que ya viene; la justicia, pero sólo en la medida de lo posible; tiempos mejores y viva el cambio. Pero hace ya un buen tiempo esos mensajes rebotan como en una cámara cerrada: un eco infinito. Los escuchan sólo sus emisores.
Nada sirve. Los políticos, gobernantes, burócratas pueden pasarse toda la mañana en el set televisivo de un matinal, pueden twittear todo el día, filtrar datos jugosos de sus intrigas a la prensa, comandar bots y trolls en redes sociales, redactar discursos, elaborar programas o presentar “ideas”: sin efecto alguno.
Es como si el diablo hubiese metido la cola.
Por ejemplo, en el Congreso tratan de manipular el retiro del 10%. Creen que pueden influir en el derrotero de las próximas elecciones si lo aprueban o no. Traman indicaciones, se declaran “en reflexión”, prometen que votarán a favor o en contra, mientras negocian exactamente ese mismo voto. Todo esto es absurdo. Como si no hubiese ocurrido lo mismo ya en tres ocasiones anteriores. Y los mismos que se meneaban y operaban y transaban se sometieron igual a una fuerza que los sobrepasa.
Pero ahí están, dale que dale, como si pudieran tomar de nuevo la batuta.
Si lo del Congreso es triste, lo de la Convención Constitucional es más patético. Como no saben cuál es su peso político específico (spoiler: ninguno) se dedican a las alocuciones, hablan de sí mismos y de sus vidas. Uno que fue con guitarra, lo dijo así: “No son 30 pesos, son 30 años, ya lo dijeron, tarjado. Cambio de paradigma, tarjado. Hablar de la abuelita para emocionar a la gente, tarjado también. Mucha gente habló de su abuelita: acá mi abuelita también es bacán”. ¡Y lo aplaudieron!
Esa gente está enajenada de quienes los pusieron allí con la intención de representar las demandas populares. Por sí mismos ninguno de ellos vale nada. Creen que están allí por sus cualidades, por sus méritos, por su prosapia… pero lo único que los llevó al ex Congreso fue que el pueblo se movilizó para cambiar el régimen, y el régimen, por miedo, concedió cambiar la constitución. Por eso están allí. Lo que el pueblo quería es que se fueran todos.
Y en el gobierno, su errático deambular nos deja alelados. Pasa de tener un candidato -un delfín para seguir la causa- a quedar sepultados por los negocios personales de Piñera. Un día proponen estado de excepción en contra los mapuches, otro día, sostienen que vencimos el coronavirus y al siguiente, todo se les viene abajo. Están en caída libre y lo único que pueden hacer, es seguir cayendo.
En el caso de los partidos políticos, ya desde el 2000 venían autodestruyéndose. Se achicaban y mimetizaban con la burocracia del Estado. Con eso se conformaban sus exiguos militantes. El tesoro público les pagaba los sueldos y ellos mantenían andando la máquina partidaria, pero al cansino ritmo de oficinista fiscal. Curiosamente, la famosa “alternancia en el poder” se convirtió en un factor poderoso para la destrucción de los partidos. Se fue la Concertación, llega Piñera ¿qué hacer? Fácil, cámbiese de partido. Las letras, como en la sopa esa, se iban mezclando y confundiendo: PPD, PRSD, PDC, PS, UDI, RN… hasta que no quedó nada en el plato.
En esta misma línea, las Fuerzas Armadas y policías tratan de actuar políticamente. Quieren ser útiles, quieren desplegar sus fuerzas para acabar con… no se sabe qué. Su ineptitud es colosal, dan vergüenza ajena. Y así, se podría seguir con los jueces, los jerarcas religiosos, etc.
Lo que queda en evidencia, es la persistencia del sistema sometido a un permanente sabotaje autoinfligido. Solos. Sin nadie que los escuche, nadie que les hable.
En cada paso, se encuentran con un dilema que los supera: qué sucederá si no dan el 10%; qué pasará nadie vota por los partidos, qué ocurrirá si Piñera se va, qué sobrevendrá si todo esto estalla de nuevo.
Nadie puede estar tan solo. El regreso a la realidad va a ser doloroso.