El candidato presidencial instalado por Piñera, Sebastián Sichel, tiró la toalla. Pero lo hizo en el dramático estilo psicótico-suicida que prima en la derecha en estos días: dejó a RN y la UDI en “libertad de acción” para apoyar a Kast. Una libertad que estos ya se habían tomado sin preguntarle a él y sin reparar en las consecuencias.
En una aparición televisiva breaking news, el candidato presidencial del oficialismo, Sebastián Sichel, realizó una de las presentaciones más delirantes en un cuadro político de por sí marcado por mucha locura.
La razón aparente fue un pequeño gesto mafioso. Claudio Alvarado, senador -designado- de la UDI, había señalado que no valía la pena seguir con Sichel y que había que subirse al carro de Kast ya, a un par de semanas de las elecciones. A diferencia de sus colegas, Alvarado no es de los que quieren protagonismo. Ha hecho toda su carrera como un operador oculto en la segunda fila de los acontecimientos. Su aparición, entonces, no fue improvisada. Era la UDI la que le estaba cerrando la cortina al boliche electoral del ex-DC.
El propio Sichel lo reconoció. En medio de una larga y confusa alocución en que intercalaba frases hechas con arranques súbitos de llanto y pataleo, dijo que no aceptaría “chantajes”. Aunque, en realidad, eso fue, exactamente, lo que hizo: señaló que dejaba en “libertad de acción” a RN y a la UDI. Como quien dice -y con el perdón de nuestros queridas lectoras y estimados lectores- “hagan la weá que quieran”. E incluso lo habría anticipado durante el día. Según una versión de prensa, los presidentes de los partidos Chile Vamos, al revisar sus celulares se habían encontrado con la escueta notificación “Tatán Sichel abandonó el grupo”.
Sichel habló de su “producto… eh, proyecto” -esto es una cita literal- de “centro y centro-derecha” y de “la mayoría de los chilenos independientes” que lo respaldarían, lo que parece una exageración.
¿Qué pasará ahora? Poco antes del alto drama protagonizado por Sichel, el presidente de RN, el muy agudo -le dicen el Albert Einstein de la política chilena, el Maquiavelo de la derecha o Winston Churchill, renacido en San Felipe- Francisco Chahuán, “reafirmó” el apoyo de su partido al malogrado candidato. Eso era mentira entonces y está claro que es mentira ahora.
Legalmente, ya no se puede borrar a Sichel de la papeleta presidencial y es probable que el hombre siga ahí, dando vueltas, mientras los partidos de la derecha siguen negociando con Kast.
Todo esto, y lo hemos dicho aquí, es el equivalente a una pulsión suicida en cadena. Primero fue la instalación del propio Sichel, mucho dinero, grandes presiones y bajas intrigas de por medio. Fue una maniobra orquestada desde La Moneda, por Piñera y Chadwick, que fracturó y descabezó a los partidos de la derecha. Donde antes estaba Lavín, están ahora los antiguos aliados de Kast de sus tiempos de la UDI; donde se movía Desbordes, hay ahora un puro caos.
El acercamiento a Kast también es suicida para la derecha, porque con él no habrá forma de garantizar el objetivo principal de la derecha, que no es ganar la presidencia, sino meter diputados y senadores en el Congreso, para asegurar la sobrevivencia de sus partidos.
La ayuda que necesita la derecha ahora sólo puede provenir de los demás partidos del régimen, en este caso, el Frente Amplio y/o la DC.
Cómo salvar a la derecha y quién debe dirigir esa operación, es el contenido de la disputa política del régimen.
Es un auténtico pacto suicida, como el de Romeo y Julieta o como los que siguieron al joven Werther, pero que tendrá poco de romántico y mucho de película de horror.
Siga atento al drama.