Las movilizaciones del 18 de octubre mostraron el papel cada vez más subordinado e irrelevante de la convención constitucional. Este miércoles -es sorprendente, pero es por primera vez- los constituyentes expusieron cuáles sus posiciones y propósitos. La actitud defensiva frente al poder del pueblo fue notoria, con ocasionales expresiones de idealismo. La impresión general: es como si estuvieran en otro planeta.
El lunes, 18 de octubre, la convención constitucional reservó una sesión para lo que debía ser un acto simbólico, a cargo de la presidenta de la convención, Elisa Loncón. Pero los hechos de la movilización eclipsaron cualquier esfuerzo de la retórica.
Al día siguiente, se volvió a lo que ha sido la tónica de la convención: las maquinaciones políticas de los sectores centristas, la vergonzante neo-Concertación, para asegurarse el control de las comisiones, que van a ser el verdadero escenario en que se fijará el nuevo texto constitucional.
La selección de las coordinaciones de esas comisiones respondió al acuerdo, apenas encubierto, entre el “nuevo centro” y la derecha. En esta ocasión, se pudo esconder algo mejor, porque las votaciones no fueron públicas. Ante el reclamo de una convencional, los coordinadores de una de las comisiones se comprometieron a publicar quién votó por quién “apenas sea posible”.
Y, finalmente, este miércoles se inició una ronda de “discursos de apertura” en que cada convencional puede exponer, en cinco minutos, sus ideas sobre la nueva constitución. Aunque suene extraño, recién ahora, por primera vez, la convención conoce esos planteamientos.
Pero antes del gran momento, el pleno de la convención tuvo ocuparse de su tema predilecto: sí misma. La mesa directiva había decidido que en noviembre la convención realizaría lo que llamó “una salida”: sesionaría por una semana en la octava región. Eso lo habían decidido con su estilo acostumbrado: pasando máquina. Según se descubrió, todo ya estaba organizado, con municipalidades, universidades y el gobernador regional. No esperaban que algunos convencionales de otras regiones también, por su cuenta, habían hecho arreglos y promesas a autoridades locales. La primera hora del debate estuvo dedicada a ese asunto. Finalmente, quedaron en que las próximas “salidas” las van a negociar con todos los interesados.
Luego, finalmente, la hora de los discursos. Los oradores fueron sorteados. Muchos optaron por relatar su experiencia individual, expresando así la insólita composición política de la convención, definida en las elecciones de mayo pasado. Sobre todos los independientes no podían eludir ese aspecto. Esa forma permitió ser testigo de expresiones entrañables y profundas, en algunos casos, y algo impostadas y embarazosas, en otras. Eso, seguramente, es inevitable: son personas muy distintas.
Los representantes del “nuevo centro”, de la neo-Concertación, en cambio, se esmeraron en bucear en diversas honduras ideológicas: el ecologismo, el indigenismo, el feminismo, el regionalismo. Grandes palabras, grandes lemas y consignas. Uno de los representantes del PS, incluso, elaboró su discurso como una paráfrasis de las manifestaciones históricas de ese partido. Mencionó el “presente vergonzante” y dio vivas a “Chile, al pueblo y a los trabajadores”. Le daban un minuto más y evocaba al “pulpo imperialista” y llamaría “a la acción, hasta triunfar nuestra revolución”.
En este contexto, la derecha no tenía mucho que decir, excepto, alegar harto y llorar mucho. Se quejaron de la persecución “del que piensa distinto”, denunciaron la “dictadura de las mayorías”, se lamentaron de la inminente “destrucción de la república”, etc.
Sin embargo, la idea central que se impuso en los discursos, sólo se expresó mediante insinuaciones vagas. “Sin resentimientos”, “un pacto social”, “dejemos las trincheras”. Son las alusiones a lo que se cocina detrás de las bambalinas de la convención.
Y muchas admoniciones a proteger a las “minorías”, advertencias sobre el “poder del más fuerte”, que no debe imponerse… Ese poder, eso quedó claro, no es, esta vez, el de quienes manejan la economía ni controlan el Estado, sino el poder el pueblo que se mostró en las calles y sacudió a no pocos convencionales.
Fue esta -la primera sesión de los discursos de apertura, y la última ocasión antes de que los constituyentes se sumerjan en los manejos de las comisiones- otra oportunidad perdida de la convención.
Se podría haber dicho la verdad, se podrían haber evitado las promesas, se podría haber recogido las demandas urgentes de nuestro pueblo.
Pero el planeta constituyente sigue en su órbita excéntrica y receloso de lo que llaman el mundo real.