¡Nunca lo ven venir!

Hace dos años, el 18 de octubre del 2019 ocurrió el levantamiento popular. Hay algunos que esperaban que el tiempo disipara todo, alejando al pueblo de las movilizaciones y dejándole el camino abierto a las componendas políticas. De nuevo, el pueblo les cerró las puertas y les recordó que están más vivas que nunca las luchas populares.

Todos los partidos políticos, desde la derecha hasta la izquierda liberal, apostaban a que su campaña presidencial y parlamentaria estaba por sobre todo el acontecer político y social. En la extrema derecha, sus encuestas truchas, avaladas por el repiquetear constante de sus medios de comunicación, impulsarían a su candidato y malograrían la oportunidad de todos los demás. En la izquierda liberal tenían esperanzas de que su mensaje había calado y las masas estarían conformes con sus representantes.

Otra vez, nada les resultó.

Todo el espectro político ve amenazada su existencia por la movilización de la clase trabajadora, que no está conforme con el régimen. De nuevo, cunde la imprecisión y la duda frente al futuro acontecer político, la “normalidad” tan esperada los golpea de frente. Creen que, porque sus expertos y líderes de toda laya hacen vaticinios sobre la economía, las personas cándidamente les harán caso. Eso no va a pasar. El problema principal no es sólo económico, sino que traspasa los ámbitos social, político, cultural y de conducción.

Con las movilizaciones multitudinarias, de nuevo, un espectro ronda sobre Chile. Aunque sigan adelante con su política habitual, queda en evidencia la enajenación de la burguesía, pues vive en un mundo paralelo, en el que los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial funcionan satisfactoriamente, las Fuerzas Armadas y las policías son garantes de la legalidad, los empresarios todos son honrados y probos, y la corrupción se debe a hechos aislados. Ese mundo ideal, cae a tierra, se destroza con la realidad.

Una y otra vez persisten en subestimar la fuerza de la clase trabajadora, la que les muestra que, más que un presidente de turno, aquí deben cambiar las cosas, pues frente a las movilizaciones más grandes que ha habido en el país, la burguesía no ha hecho nada. Los logros han sido impulsados por su temor a caer, por sus intentos de salvarse y rescatar a su régimen, pero no con la intención de que haya justicia.

Son como los delincuentes, que juran que no van a delinquir y a corto tiempo vuelven a sus antiguos quehaceres: así es la burguesía.

A nuestro pueblo le queda claro que, pasado dos años de un remezón profundo contra el sistema, este no ha tomado en cuenta las demandas populares: fin de la AFP, nacionalización de los recursos naturales, disolución de carabineros, fin de la corrupción, mejoramiento de la salud, educación sin clasismo, entre otras, que implican el fin del sistema capitalista. Lo que han hecho, es seguir esquilmando a los trabajadores, exacerbar la corrupción que se ha extendido al ámbito religioso, empresarial, militar, político, judicial, no quedando ningún lugar que sea salvado del inminente colapso del sistema. Aún así, persisten en querer dirigir el país, persisten en seguir con el robo descarado del dinero de todos los chilenos, persisten en mantenerse de la mano del poder militar.

Esto es un error grave, pues debemos aclarar que los sucesos posteriores al 18 de octubre del 2019, no mostraron la violencia que puede desencadenar organizadamente el pueblo. Lo que se mostró solo fue una rabia contenida que golpeó lo que el pueblo consideró que había que castigar en ese instante; no se quiso botar el régimen.

Al culparse entre ellos de la violencia que sucede después de las manifestaciones, más debilitan sus posibilidades de solucionar el problema en que están metidos. La violencia residual que causan grupos de saqueadores es sólo el reflejo de la incapacidad de detener la delincuencia que, en este caso, se ampara en las movilizaciones, pues sabe que los carabineros le temen y se aprovechan de esto. Los que saquean, operan de la misma manera que los políticos, pues ven la oportunidad y se aprovechan de ella.

En definitiva, está claro que ya han quemado todos los cartuchos, todas las oportunidades de que la burguesía pudiera arreglar lo que estaba malo. Ya no se puede seguir esperando que cambie algo, si los que podrían hacerlo no muestran ninguna voluntad.

Seguimos estando en soledad, como lo estuvimos siempre, sólo podemos confiar en nosotros mismos para cambiar todo esto. Como clase trabajadora, debemos asumir la responsabilidad de acabar con la corrupción de este sistema, pero sólo lo podemos hacer nosotros.