A partir del 18 de octubre del 2019, comienza el levantamiento popular, algunos le llaman la revuelta popular o estallido social, depende de lo cercano o lejano que estén con el pueblo. Desde ese momento, el Estado, a través de Piñera, manifestó que estaba en guerra “contra un enemigo poderoso” que no era más que el propio pueblo. Muertes, torturas, detenciones y apaleos, fueron parte de un régimen que no trepidó en usar el terror para mantenerse en el poder.
No fue la primera vez que el Estado usó la fuerza contra la clase trabajadora. No fueron los primeros muertos de nuestro pueblo. Desde principios del siglo XX, sucesivos gobiernos no dudaban en usar la fuerza contra los trabajadores, en las huelgas que se hacían con el fin de obtener algún avance económico o saciar alguna demanda laboral. Usaban a los militares; luego crearían una policía que ocuparía su lugar en práctica represiva. De igual manera, recurrirían a los militares, una y otra vez, cuando querían desplazar a alguna fuerza política que no les favorecía.
Pero esa política dio un salto a la barbarie cuando avaló el golpe de Estado de 1973, pues fomentó el exterminio de los contrarios con el apoyo explícito de los estadounidenses, que indicaban que el mejor método de acabar con la ideología marxista, era matando marxistas. En ese momento, fanáticos, psicópatas, inmorales de todo tipo, aprovechadores, delincuentes, asesinos de toda laya, salieron a mostrar sus cualidades escondidas y el Estado los apoyó hasta hoy día. No sólo eran civiles, sino también había muchos en las Fuerzas Armadas y policías.
Pese a todo el mal, siempre prevalece lo moral, que está contenido y preservado en nuestro pueblo. Y eso ocurrió a principios de la década del 80, cuando una marea inmensa hizo temblar a la dictadura militar. Se sentían seguros y, como dicen muchos, no la vieron venir.
Contingentes de pobladores tuvieron “en la cuerda” al dictador. Incluso le asestaron golpes duros a sus fuerzas represivas y a él mismo: cuando le ocurrió el atentado, era un mamarracho el que contaba cómo se había salvado.
La fuerza del pueblo hizo que terminara la dictadura, no los partidos políticos que se adjudicaron la ganancia. Ellos sólo negociaron para que pudieran alcanzar y las altas esferas del Estado, incluso haciendo vista gorda de los crímenes contra el pueblo. Pero como partieron siendo cómplices de la dictadura, a poco andar decidieron que era necesario contar con los asesinos y represores del pueblo, por si acaso.
Además, en el sistema democrático debían incluir a los civiles que apoyaron el régimen militar, y no tuvieron ningún problema en hacerlo. Al final, se hicieron amigos: no eran tan malos, pues todos podían usufructuar del Estado sin pelearse. Una cosa llevó a la otra y, sin darse cuenta, muchos ya tenían fortunas rapiñadas del Estado, sin siquiera moverse, y querían seguir ganando y robando. Pero no contaban con que el pueblo les cerraría el paso, ese 18 de octubre.
Como siempre, tuvieron miedo al poder que el pueblo tiene, y eso que sólo mostró una parte pequeña, sin siquiera mucha violencia. A las personas desarmadas les declararon la guerra y sacaron a las Fuerzas Armadas y policías. Como siempre, sólo fue terrorismo de Estado lo que hicieron: mataban, herían y se iban. Como muestra de esto, están los muertos que se encontraron en los lugares saqueados. Allí no hay casualidad. Es muy difícil que alguien perezca en un incendio: cuando se da cuenta de lo que pasa, el humo es el que mata. Para que murieran tantos, tirados en supermercados y empresas, no basta con la casualidad. Fueron arrojados allí ya muertos o para morir. Y eso no lo debemos perdonar.
Los muertos de todas épocas, la clase trabajadora, que es la que pone a los muertos, no los debe olvidar. La mayor parte eran trabajadores, adultos, con conciencia social. Muchos de ellos no escaparon. Enfrentaron al enemigo y fueron masacrados. Muchos nunca marcharon, pero sabían claramente quién era el enemigo de su clase: era aquel que les sacaba toda la plata cuando pedían un crédito, el que les subía la micro o el metro, el que se burlaba de ellos por ser pobres, el que mandaba a sus perros represores cuando había una huelga, el que no dejaba que sus hijos tuvieran una educación mejor, el que los castigaba con horas esperando en los consultorios. Ese era el enemigo.
Hacemos un recuerdo y homenaje a aquellos que murieron en los días posteriores al 18 de octubre. Hacemos el homenaje siendo parte de la clase trabajadora y recordando a nuestros muertos de ayer y hoy, para que sepan que cuando venzamos, ellos no fueron olvidados. Ellos serán parte de la victoria.