El increíble ascenso y la esperable caída de Sebastián S.

Lo más llamativo del desplome de la candidatura de la derecha es que a alguien le llame la atención. Pero, aunque fuera enteramente previsible, el desastre político de Sebastián Sichel deja al régimen en la confusión total.

Hay muchos que lo pronuncian un muerto político. El candidato de la derecha, Sebastián Sichel, simplemente, no tiene ya margen para actuar, mientras, sigilosamente, los partidos o los candidatos parlamentarios o, en cualquier caso, los votantes pinochetistas desplazan sus favores a Kast.

Las revelaciones, muy detalladas, sobre los dineros de las grandes pesqueras y las boletas truchas de su campaña electoral de 2009, cuando todavía se llamaba Sebastián Iglesias, son consideradas un golpe mortal para sus pretensiones.

Quienes piensan así exageran un poco, no porque la derecha no haya sufrido una nueva y devastadora derrota, sino porque el fenómeno zombie, es decir, muertos vivientes, va mucho más allá del improvisado candidato presidencial.

De hecho ¿a alguien le sorprende lo que ha ocurrido? El ascenso de Sichel representó, en sí misma, una operación suicida. Fue, tras largos devaneos la medida aplicada por Piñera para asegurar sus intereses en el próximo ciclo político. Esos intereses, como sabemos, son eminentemente personales y se superponen o contradicen, incluso, las más elementales pretensiones políticas de los partidos de la derecha.

Sichel, como persona, es un ejemplar bastante típico del arribista que puebla la política chilena. Se involucró en la DC en la política estudiantil de la Universidad Católica. Allí, estableció relaciones y nexos que le servirían más adelante, sobre todo con sus, entonces, adversarios, los llamados gremialistas. Cosa curiosa, esos amigos de entonces son los que han ascendido en medio del desastre de la derecha en los últimos dos años a posiciones de poder: el presidente de la UDI, Javier Macaya, y uno de los principales -y obsecuentes- ayudantes de Piñera, el ministro Jaime Belollio.

Sichel-Iglesias hizo una carrera normal en la DC, en una función que se llamaba, entonces, operador político. Se trata de personajes que responden a un partido y, dentro de él, a un patrón, al que le deben, como a un señor feudal, lealtad, obediencia y servicios. Son instalados en cargos públicos menores o medianos y, a cambio de un sueldo fiscal (que a veces debe ser recortado con un tributo para el jefe), pues, operan: hacen campañas, intrigas, juntan y transfieren plata, mueven a otra gente -medios o cuartos pollos- dentro del aparato público, en una infinita telaraña de dinero, favores y corrupción.

Esa ha sido la circulación normal de los partidos políticos desde la transición. Así, Sichel-Iglesias hizo ese recorrido, en Sernatur, en el ministerio de Economía. Pero, además, se asoció a las empresas fantasma que extraen recursos del Estado mediante licitaciones truchas y como pantalla para el saqueo de las platas fiscales.

Así, uno de sus amigos políticos, un tal Nicolás Preuss, entonces director del Injuv, ahora fallido constituyente y candidato DC a diputado- le otorgó más 90 millones de pesos para asesorías a una compañía en que Sichel participaba junto a sus padrinos políticos, Juan José Santa Cruz y Mariana Aylwin. Por cierto, a Preuss lo echaron del Injuv, no por ladrón, sino porque se presentó completamente borracho a un acto oficial con otras autoridades.

Sichel ocupó sus conexiones políticas como gestor de intereses de empresas ante autoridades, el llamado lobby. Ocupó un puesto importante en una firma transnacional Burston Marsteller. En esa función, representó, entro otros, a Dicom, en la tramitación del proyecto que se conoció como Chao Dicom.

Junto al grupo de la DC al que pertenecía y al que le debía su sustento económico, pues lo avalaban y lo instalaban en posiciones lucrativas, impulsó las pretensiones presidenciales del ex ministro de Hacienda de Bachelet, Andrés Velasco. Eso terminó mal, porque se descubrió que al brillante economista y gran esperanza de centro lo coimeaba el grupo Penta… ¡con almuerzos! por 20 millones de pesos cada uno.

Sichel siguió el derrotero de Aylwin, Santa Cruz y otros hacia la derecha. Se asoció al principal aliado político (y primo) de Piñera, Andrés Chawick. Cuando asumió su segundo mandato, Piñera lo nombró a cargo de Corfo (mucha plata), de ministro de Desarrollo Social y presidente del Banco del Estado (mucha plata, también), antes de designarlo su candidato.

No estamos, estimado lector, querida lectora, haciendo un obituario de Sichel, faltarían muchos detalles, por lo demás conocidos y documentados. Lo que queremos decir es sólo lo siguiente: ¿qué tiene de sorprendente que una candidatura presidencial de una persona como Sichel estalle en mil pedazos por la mera exposición al oxígeno o a la temperatura ambiente? El tipo es una carga explosiva andante, compuesta de corrupción, servilismo, dependencia económica y política a eminencias grises que operan en las sombras, e ineptitud.

Todo esto estaba hecho así de antemano. Lo pusieron de candidato porque lo podían controlar: cada acto público, cada relación privada de Sichel, es, por definición, comprometedora; y le otorga poder a quien las conozca.

Lo único que falló es que explotó demasiado temprano, quizás, o porque en La Moneda no pensaron que este auténtico junior político tuvo también otros jefes antes. Las acusaciones de ahora, sobre su campaña a diputado son del 2009. ¡Cómo habrá sido la de 2013, cuando lo intentó de nuevo! Alguien, por supuesto, tiene esas planillas Excel también. Su padrino, Juan José Santa Cruz, culpó de las revelaciones a la DC y exclamó, fuera de sí, que ese partido le iba a pedir plata «¡a todas las empresas!» Pero, claro, pos’ hombre: Santa Cruz fue tesorero de la DC y se dedica todo el santo día a traficar favores políticos a cambio de dinero.

Lo malo de todo esto es que lo burdo y vulgar de Sichel, lo manifiesto de su decrepitud moral, podría llevar a engaño -o a ese deliberado auto-engaño en que, a veces, incurrimos cuando las cosas están muy mal- sobre los demás candidatos del régimen.

El problema es que son todos iguales.

Y la verdadera razón por las que se desploman esas opciones políticas no está en sus características y en su devenir personal específico, sino porque son parte de un régimen que ya no da más. Sólo puede ofrecer como conducción lo que sobró de un banquete que ya pasó.