Estado de excepción: la amenaza vacía de Piñera

A través de la historia, la burguesía ha impulsado la aniquilación de los mapuches. El estado de excepción en lo que llaman artificiosamente “macrozona sur” es una tentativa más de continuar con la depredación económica, congraciarse con los empresarios locales y obtener dividendos políticos particulares. Sólo que, esta vez, la amenaza es vacía.

No es casualidad que eligieran un 12 de octubre, la fecha histórica que marca el inicio del coloniaje español sobre América, para imponer un estado de excepción en parte del territorio nacional. Como dicen los ingleses, le suma insulto al daño.

Pero la provocación manifiesta y burda sólo refleja la debilidad del gobierno. La medida es una especie de concesión a los desesperados políticos de la derecha; busca con gestos altisonantes agregar algo de ánimo a las menguadas fuerzas de la reacción.

En sus cabezas, Piñera, al fin, demuestra una conducción férrea, “sin que le tiemble la mano”. Pero los tiritones son evidentes: recurre a una medida extrema, apresurada e irracional, para sobrevivir unos días más.

En el caso de Piñera, el objetivo fundamental es personal: no quiere ser procesado por la justicia, no quiere enfrentar las consecuencias, no sólo de su corrupción económica, sino de los crímenes cometidos por agentes del Estado durante su mandato y de los cuales es responsable, político y penal. Por eso, sometió a la derecha a una humillación, al imponer, en conjunto con otros poderes, a un candidato que le fuera adicto, Sichel, pulverizando a los partidos y sus postulantes presidenciales. No es necesario que gane, pero sí que arrastre una representación suficiente en el Congreso para resistir a la presión política que exige juicio y castigo para Piñera… y para espantar a aquellos que pudieran verse tentados de ofrecerlo como chivo expiatorio y, así, conservar, su propio poder.

Está claro que ese plan no está resultando. Y cada día las perspectivas se ven más oscuras. Su candidato se hunde y la derecha se divide, favoreciendo a opciones como Kast, que sólo garantizan una cosa: una derrota política y electoral, no sólo en las presidenciales, sino, sobre todo, en las elecciones parlamentarias, la batalla verdadera.

Actualmente corren riesgo de no pasar a segunda vuelta y que la derecha quede en el Congreso en una situación aún más desmedrada de la que tiene en la convención constitucional. Por eso, Piñera busca desesperadamente bloquear la fuga hacia la extrema derecha de Kast con decisiones desesperadas como el estado de excepción.

Pero se trata de una medida desproporcionada e injustificada, sólo sometida a un objetivo político: la protección personal de Piñera.

El despliegue de las Fuerzas Armadas en las provincias sometidas a un régimen militar no va a redundar en nada distinto: ya lo hicieron por más de un año, con el pretexto de la pandemia. Y el territorio mapuche está militarizado desde hace años, y el enfrentamiento en distintos niveles sólo se ha exacerbado de parte de organizaciones mapuche, de grupos patronales, delincuenciales y de la represión.

Estos milicos pasarán los 15 días de estado de excepción sin pena ni gloria, como lo han hecho antes y quedarán más hundidos de lo que ya estaban.

Lo irracional de la decisión queda reflejado en el hecho de que el gobierno debe involucrar a las Fuerzas Armadas, a las policías, la Poder Judicial, a los partidos políticos, a los empresarios, a la burguesía, para un propósito condenado al fracaso. Eso demuestra que quien gobierna no es precisamente un prodigio político, sino un pobre pelele que, para salvar los restos de su capital, echa a todo y todos por delante.

La oposición al decreto de estado de excepción ha sido débil, inexistente o cómplice. Las críticas se centran en los supuestos riesgos de la decisión, no en su motivación ilegítima y antidemocrática. Incluso muchos que dicen solidarizar con los mapuche sólo objetan el tipo de represión que se implementaría, no el hecho de que se continúe oprimiendo con una fuerza inusitada del Estado al pueblo mapuche. Es este un episodio que prueba, una vez más, que esta gente -Piñera, la derecha, y los otros, liberales, progresistas, izquierdistas, que les facilitan sus maniobras- no puede ni debe seguir en el poder.

Tanto para Piñera como para el que salga elegido presidente, el problema que tendrán entre manos serán los millones de hombres y mujeres que ya no quieren seguir con este sistema que sólo beneficia a la burguesía y reduce al pueblo a la sumisión de las políticas que implementan.

Pero eso ya fue superado el 18 de octubre, y en cualquier momento, un remezón definitivo puede acabar con quienes hoy creen que pueden seguir dirigiendo el país.