Concedamos que -feriado mediante- ha sido una semana larga. Pero ¡qué semana se ha mandado el régimen dominante! La última es la amenaza de un estado de sitio en La Araucanía. En otro período, con sus acciones, habría tenido para 10 meses. Pero no estamos “en otro período”. En el que vivimos, el régimen pelea por su sobrevivencia como un ahogado: mientras más aletea para mantenerse a flote, menos fuerza tiene para evitar su hundimiento.
La culminación vino este lunes feriado: el gobierno estaría por anunciar un estado de excepción en la novena región o en lo que llaman en su lenguaje burocrático-policial “macrozona sur”. El Einstein o Mozart o Maradona o Picasso o Dostoyevski… el genio, pues, de la derecha chilena, Francisco Chahuán, le aguó el impacto al anuncio, porque… bueno, simplemente, es así. La medida sería por 15 días, para evitar el control parlamentario, y ya sería la guinda de la torta de ineptitud, corrupción y criminalidad. Representa, considerando lo que ha sucedido en la semana, una provocación, una amenaza golpista y sediciosa que, sin duda, será denunciada y resistida como tal por todas las fuerzas democráticas.
Eso fue una ironía, querida lectora, estimado lector.
Pero una cosa tiene que ver con la otra: veamos esta semana de antología que precede a esta inaudita agudización de la crisis política nacional, más o menos, en orden.
Esta semana fueron formalizados una ex ministra y dos ex generales directores de Carabineros, bajo el deshonroso cargo de corrupción o, más preciso, de haber robado dinero del Estado, y mucho, para su consumo personal. Es sólo uno de los tantos robos realizados por los altos mandos de las Fuerzas Armadas y las policías que se están procesando.
Sólo a partir de este hecho, deberían haber sido dados de baja todos los mandos actuales y debió haberse realizado una reestructuración general, porque la corrupción sigue campeando.
Un golpe casi mortal asestaron los Pandora Papers a Piñera, que se tambaleó de un lado a otro, jurando que no cometió ningún crimen y que, si así fuera, ya fue juzgado. Mostró a un hombre inmoral, que sólo piensa en acumular más riqueza y para quien la presidencia es poco más que un capricho que no pudo manejar y conducir, pues lo supera.
Las revelaciones terminaron por hundir a su candidato, Sebastián Sichel, que tuvo que renegar de su principal padrino, quien no perdona esos deslices. Los partidos de derecha, en modo kamikaze, apoyaron la “inocencia” del gobernante y declararon que todos estaban equivocados, menos ellos.
En el Poder Legislativo, el 10% no sólo les copó la agenda a los diputados y senadores, sino que también desbordó su fuerza de voluntad. Los contrarios al retiro de los fondos se convirtieron en sus adalides. Su aprobación sigue en la incógnita. Todo indica que el voto final, en el Senado o en una eventual comisión mixta, será positivo. De lo contrario, los partidos del régimen, situados al borde del abismo, habrían dado otro paso más hacia adelante.
El Poder Judicial o, más bien, la fiscalía, en este momento, se vio obligado a demostrar que no es corrupto y aceptó investigar a Piñera. Es un choque frontal con el Ejecutivo. Pero no tiene otra opción. Para mantenerse como poder del Estado, no puede verse arrastrado en el infortunio de Piñera. Deberá tomar el riesgo de continuar el proceso judicial en su contra.
En la Convención Constitucional, terminaron con el reglamento y se decretaron un descanso, perdón, una semana territorial. Deberán los convencionales explicarles, entonces, a los ciudadanos aún interesados en qué ocurre con ese proceso, cómo funcionaron los manejos y cocinas de la neo-Concertación, cuyo alumbramiento político ha sido, hasta ahora, el hecho más notorio de la convención.
En el ámbito religioso, otra vez fueron golpeados los Legionarios de Cristo. Eso significa que la oligarquía local, adicta a las sectas y sus ritos poco santos, es nuevamente sacudida por las acusaciones de corrupción; las redes económico-religiosas se debilitan, pues pierden su principal ventaja: el secreto en que se han tejido. Ahora, quedan expuestas y todos ven quién está detrás de ellas.
Aparecieron de nuevo los camioneros, la fuerza de choque de la derecha. Sin mucha eficacia, hay que decirlo. El pretendido estado de excepción no es una concesión a ellos, sino una medida desesperada de Piñera. Los paros de los empresarios y la nimia cantidad de personas que los apoyan no se comparan a las movilizaciones populares en contra del gobierno. Éstas amenazan a ser más masivas, en la medida en que se ha ido perdiendo el miedo a la pandemia. Y tampoco se comparan, si considera la brutal represión en contra de las últimas y el servil colaboracionismo policial a favor de las primeras.
Todo esto en una sola semana.
En definitiva, la crisis política que sacude al país se agrava y se profundiza. El régimen, que organiza el poder político de la clase dominante, externa y local, ya se acabó como una fuerza activa. Eso significa que, como lo hemos visto desde octubre o noviembre de 2019, su principal actividad consiste en mantener unidas a las distintas fuerzas que lo componen: el capital transnacional y los grandes grupos económicos internos, los partidos políticos y el aparato del Estado, las Fuerzas Armadas y a la Iglesia Católica, etc.
Pero la característica de esta crisis es que, mientras más se dedican a esa tarea -salvar los muebles en medio del incendio- más aumentan las fuerzas centrífugas: hay más incentivos para que algunos agarren sus pilchas y busquen salvarse solos.
Ni siquiera hemos mencionado a los candidatos presidenciales, por irrelevantes en este cuadro. Como vimos, Sichel, el peón de Piñera y Chadwick reniegan, vergonzosamente, de sus patrones. Kast, bajo el efecto de una sobredosis de azúcar de platas empresariales y encuestas amistosas, se aventura mucho más allá de su votación real. Provoste intenta operar e intrigar en el Senado, con los retiros del 10% y la eventual destitución de Piñera. Y el otro que queda, ya quisiera esconderse en la copa de un árbol y que nadie se fije en él. Nos referimos, por supuesto, apreciada lectora, dilecto lector, al que va punteando en la carrera presidencial, Gabriel Boric, usted debe haber escuchado de él.
Los trabajadores observan como la burguesía trata de salvar el sistema. Tenemos problemas económicos que se van agravando. No hay solución para nosotros. Sólo para los ricos. Otra vez, comienzan a jugar con nuestra paciencia, que debemos producir más, que debemos asumir nosotros su crisis económica, pues somos culpables de la inflación.
Ellos se debilitan con cada día, con cada hora.
Nosotros debemos hacernos fuertes. Es necesario para lo que viene.