El 8 de octubre de 1967, en la selva boliviana, un grupo guerrillero avanza en la quebrada de Churo. El ejército trata de cercarlos. El jefe guerrillero ordena que los heridos sigan adelante y que ellos se enfrentarán a los militares. La historia latinoamericana recuerda al hombre que será capturado, asesinado y sus manos, cortadas. Nosotros recordamos al hombre que luchó por nosotros. Era Ernesto Guevara de la Serna, el Ché.
Un niño argentino enfermo de asma jugaba rugby como si estuviera sano. Su pensamiento estaba fijo en que podía lograr lo que se propusiera en la vida. Nada le impediría ser normal, como los demás. Estudia Medicina en la Universidad de Buenos Aires, pero eran más fuertes las ansias de embarcarse en aventuras, conocer lo que sólo había leído en libros y se lanza a descubrir a América. En ese periplo, comienza un descubrimiento excepcional. Conoce al pueblo en sus diversos colores, idiosincrasias y países. Se da cuenta que en todos los países, los pobres, los humildes, son iguales: son personas solidarias, amigables, trabajadoras, esforzadas y que pretenden un futuro mejor para sus hijos. Los compara con lo que conocía de la burguesía argentina y de las demás naciones. No había comparación: si había que tomar posición, él lo haría por el pueblo americano.
Vuelve a Argentina, se recibe como médico. Comienza un segundo viaje por América, del cual ya no volverá a su terruño. Llega hasta Guatemala y ocurre un golpe de Estado. Sacará una lección de esto: se debe crear un ejército que no traicione a su pueblo. De allí se va a México, donde conoció a Raúl Castro y luego a Fidel. Junto a ellos, comenzaría una epopeya que los llevaría junto a otros 82 compañeros en un yate a liberar a Cuba de la dictadura de Batista. Desde la Sierra Maestra llegarían al 1º de enero de 1959, cuando entran triunfantes a La Habana. El Ché Guevara ya no era el joven que estaba descubriendo su destino, se había convertido en un hombre, en un comandante, en guerrillero, en uno de los adalides de la revolución americana.
Lo que debemos enaltecer es que un simple joven como muchos miles, sin características especiales, más que el esfuerzo, el entusiasmo y una sensibilidad hacia el sufrimiento de los demás, pudo, como lo podría hacer cualquiera, transformarse en ejemplo moral para millones de hombres y mujeres alrededor del mundo que veían en él, la imagen de alguien que lucha por la clase trabajadora.
El Ché no es excepcional, pues la entereza moral está hasta hoy día en los jóvenes que luchan en nuestra América por un mundo mejor. Lo excepcional no está en enfrentarse al enemigo y dar su vida, si fuera necesario, por su pueblo, porque miles de hombres y mujeres latinoamericanos han hecho ese sacrificio. Lo excepcional no está en participar en la lucha contra regímenes que quieren perpetuar el clasismo, el racismo y capitalismo, porque miles hoy en Chile y en nuestra América lo hacen.
Lo excepcional del Ché es que, junto con lo anterior, la entereza moral, la lucha frontal, la lucha contra un enemigo, es la persistencia por la liberación absoluta de todos los hombres y mujeres del capitalismo, no sólo en América, sino también el mundo. Para él, si hubiera que hacer una jerarquía de lo más importante, estaría la liberación del ser humano, segundo la familia, etc. Y no es que no le importaran sus hijos o su familia: sabía que haciendo un mundo mejor sin explotación, no sólo sus hijos vivirían un mundo mejor, sino todos los hijos de los trabajadores del mundo. Pero visto a la luz de la historia, lo que parece excepcional, para él sólo era algo trivial; cualquiera con una moral común debía darse cuenta de que ese era el camino.
Hoy, cuando América se encuentra en otro trance de la historia y brega por su liberación, debemos de escuchar al Ché, aquel que luchó en Cuba, en el Congo, en Bolivia, y que lo hizo para que sepamos nosotros que existe esa clase de hombres, que son capaces de entregarse por la causa libertaria de los seres humanos, que cualquiera lo puede hacer, basta que dé un paso adelante y se lance a buscar la felicidad de la humanidad.
Nuestra América está llena de hombres y mujeres como el Ché: Miguel Enríquez, Raúl Pellegrin, Cecilia Magni, José Martí, César Augusto Sandino, Camilo Torres, Farabundo Martí, Carlos Marighella, Mario Roberto Santucho, entre muchos otros. El Ché es como ellos, y como la juventud de nuestros países; bastan unas cuantas cosas que se debe tener: esfuerzo, tenacidad, verdad, justicia y lanzarse a la lucha por su pueblo.
Los hombres y mujeres excepcionales son aquellos que se levantan con dignidad, cuando otros prefieren vivir de rodillas. El Ché era uno de ellos.