La revelación de los Pandora papers, ha puesto en el tapete un tema recurrente. La inmoralidad de los políticos. La inmoralidad de una clase.
Para la gente común el engaño no es parte de su vida diaria. Pero en el mundo real algunos ocupan la mentira o el engaño para embaucar, para estafar o bien para esconder alguna situación desfavorable a sus intereses. De acuerdo a la magnitud del engaño, en el pueblo, se determina, si el sujeto merece que se los corrija a punta de cornetes o si se le deja que se solace con su práctica. Pero lo que siempre ocurre es que ya no se cuenta con dicha persona. Es una ley moral del pueblo, al que no dice la verdad o engaña, no se vuelve a confiar en él.
En la política, la mentira y el engaño, en cambio, son pan de cada día. Es más, muchos de los que están hoy en cargos de todo tipo, llegaron amparados en ella. Muchos lo hacen porque no tienen las competencias necesarias, otros porque por experiencia saben que lo deben hacer y otros más, porque es naturalizado en su entorno. Mienten sobre su vida, sobre el esfuerzo, sobre sus amigos, sobre quién los apoya, inventan una vida paralela que justifique a los ojos del pueblo que merecen estar en el lugar en que están.
El problema actual, es que debido a la crisis de conducción o crisis política, todos los días queda en evidencia lo que son verdaderamente los políticos. Ya no tienen forma de ocultar sus mentiras, como lo hacían hace apenas unos años atrás, donde se tapaban entre ellos los engaños. Así hemos conocido la existencia de pedófilos, de asesinos y torturadores, de ladrones, de delincuentes de poca monta, de sapos, de “esclavistas”, de una cantidad de estafadores, de racistas, y de una laya de parásitos que viven del Estado y que sirven a la burguesía. ¿La última guinda de la torta? El descubrimiento de los turbios negociados entre Sebastián Piñera y el Choclo Délano, los “Pandora papers”.
La clase a la que pertenecen o a la que sirven los políticos del régimen es a la burguesía. La burguesía adolece de algunas cosas fundamentales como la moral, de otro modo, no podrían estar donde están. Es una condición y una regla, ser inmorales. Si es necesario mentir, robar, engañar, coludirse, complotar, explotar a otros, denostar, etc., para con ello obtener lo que ambicionan, pues bien, van y lo hacen. No tienen escrúpulos.
Mientras que la burguesía es cínica, la pequeña burguesía es hipócrita. Los primeros actúan a sabiendas que lo que hacen es inmoral. Para ellos, parafraseando al ministro de Exteriores de Napoleón, Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, “Peor que un crimen, es un imperdonable error”, o en buen chileno, peor que hacer la maldad, es equivocarse al hacerla. Los pequeño burgueses, en cambio, centran toda su atención en las pequeñas miserias de cada día, el cotilleo de la faltas en la vida diaria. Su concepción de moral sucumbe ante los grandes crímenes, las estafas millonarias, las traiciones innombrables, los latrocinios, el despojo, el genocidio. Anhelan, por momentos, que alguien fuerte viniera y ordenara la casa, que barriera con la inmundicia y la corrupción, pero ante la incertidumbre de cómo dichos cambios afectarían sus vidas aseguradas, su confort, sus granjerías, reculan, pactan, transan. Pusilánimes como son, le temen a los cambios reales. Sienten culpa, porque reconocen la impudicia, pero son incapaces de actuar frente a ella, porque temen. Por eso son hipócritas, saben lo que está mal, pero la solución los supera, y optan por mirar para el lado.
Como corolario de esta historia, lo que tiene su origen en lo inmoral no nos puede llevar a buen puerto. De ahí no saldrá nada bueno para nuestro pueblo. Porque, cuando se habla de una crisis terminal del capitalismo, no es que la burguesía no pueda seguir explotando más y más, el problema es que los explotados ya no quieren eso. No quieren mentiras, no quieren engaños, no quieren maldad. Lo que quieren es vivir en un mundo mejor. Ni siquiera el más perfecto, pero sí mejor que este. Ese mundo no lo puede construir la burguesía, que es egoísta, pues quiere lo mejor, pero sólo para ellos. Tampoco puede resolverlo la pequeña burguesía oscilante, que aspira a ser como la burguesía. La nueva sociedad, el nuevo mundo debe contar con los jóvenes, claros en su moralidad. Con las mujeres y hombres del pueblo, con los trabajadores. Debe crear una sociedad nueva, barriendo desde las bases este sistema corrupto, que para sobrevivir no trepida en utilizar los peores medios, como la muerte y la destrucción. Una sociedad nueva es la que incesantemente están pidiendo millones de personas. Una sociedad más justa e igualitaria. Una sociedad construida con hombres y mujeres con decoro. Esa sociedad sólo podrán construirla el pueblo y sus hijos.