Corre solo… y llegará segundo

Las próximas elecciones presidenciales entraron en modo “autodestrucción”. Más que un ejercicio democrático, se parecen a la puesta en escena de la crisis terminal de los partidos políticos. Los candidatos se han ido cayendo por su propio peso. Al final, parece que queda uno solo en la carrera. La pregunta es en qué condiciones llegará a la meta.

La crisis del régimen político es de larga data y se ha venido incrementando a lo largo de los distintos gobiernos. Los partidos han debido enclaustrarse en sus reductos. Desde allí pretenden manejar los designios del país.

Una de las manifestaciones más notorias de esta crisis, pero no la única, es la incapacidad de los conglomerados políticos de hacer calzar sus intereses con los del pueblo. El resultado de esa separación es la pérdida de la iniciativa, la ausencia de una conducción, de constantes entreveros entre sus huestes y en una persistente baja de sus adherentes.

Para gracia o desgracia de los exponentes locales de la política, esto no sólo sucede en el país, sino que se da en los distintos regímenes a través del mundo, según sus respectivas idiosincrasias y condiciones. Pero el efecto general que comparten es la pérdida de la conducción política de un país.

Las últimas elecciones para elegir constituyentes dejaron una estela de incertidumbre en el campo de los partidos políticos. Sus fuerzas ya estaban ralas después del plebiscito del apruebo y el rechazo, que marcó una nueva estructuración en que las hordas reaccionarias fueron relegadas a un lugar secundario.

En las votaciones por constituyentes, se mostró, otra vez, una nueva realidad de las fuerzas. Ahora, no sólo la derecha era desechada, sino que los partidos que hacían gala de su centrismo eran repasados. Se mostró el debilitamiento y extinción real de partidos políticos “tradicionales” como el PPD, el Partido Radical, la Democracia Cristiana y la degradación progresiva de los que quedan.

Como gran protagonista se erguían los independientes. Sus candidaturas y propuestas sí calzaron con un ánimo general: el electorado no quería a políticos o dirigentes sociales tradicionales. Votó por personas que no eran muy conocidas y que se proclamaban representantes de las demandas populares. Y tenían un rasgo en común: la mayoría provenía de las llamadas clases medias.

Todo esto ocurrió ad portas de una nueva elección presidencial. Por esa razón, los partidos del régimen trataron, como monos porfiados, de mostrar su cara más límpida y se dieron a la tarea de buscar candidatos. Como era de suponer, en el primer tamiz se fueron todas las caras antiguas. Quedaron al final, los que no habían tenido una vida política muy larga ni muy definida, como Boric y Sichel. Los demás candidatos se debatían entre el oportunismo y un golpe de suerte.

Los sectores que habían llevado a sus candidatos independientes en la convención creían que podían dirigir esos votos hacia candidatos que ellos impusieran. Pero esos también se fueron cayendo, y feo, como Cuevas o Ancalao.

Eso era perfectamente previsible, pues ese tipo de personajes no representaban el parecer del pueblo, que quiere que sus demandas sean las importantes y no el candidato.

Al final, en la carrera de los partidos políticos por llegar al gobierno competirían dos candidatos “fuertes” y una suplente, por si acaso.

Pero ese esquema se ha ido autodestruyendo. El deterioro político es tan avanzado que un candidato no puede disimularlo con las herramientas políticas convencionales. Y los que sufren las consecuencias son, primero, los propios postulantes.

En estos momentos, hablando con realismo, queda uno solo en pie. El problema de esta constelación es evidente: sin competencia, el que va arriba deberá absorber todo el daño político. En vez de optimista triunfador con “altura de miras”, habrá un elegido que llegará a la meta en las peores condiciones posibles. Correrá solo y llegará segundo. En ese momento, los partidos políticos van a iniciar la negociación en serio.

No es casualidad que, desde su propio sector, se lance ahora la perspectiva de un mandato abreviado y el reemplazo, en la nueva constitución, del actual sistema por uno centrado en el parlamento, es decir, en el juego de los partidos políticos del régimen. Eso lo venderán entonces como “democratización”.

Esta es la realidad de la política tradicional chilena. Ante esta decadencia, es un deber del pueblo enfrentarse a esta situación. Hay que asumir la iniciativa de que las demandas populares sean solucionadas, no por candidatos respaldados por una constitución de la dictadura, sino por los hombres y mujeres que todos los días luchan por una patria mejor para sus hijos. Debemos prepararnos para luchar por el poder, debemos prepararnos para ser los que dirijamos Chile.