La política nacional avanza a paso firme en lo que tiene que hacer, mantener la institucionalidad o mejor dicho, hacer que cambie algo para que no cambie nada. Todos los órganos funcionan, pero lo que hacen es irrelevante por sí mismo, y lo que sale de ellos, sigue siendo lo que el pueblo chileno impulsa como demandas.
En nuestro país los partidos políticos han funcionado en estas décadas haciendo acuerdos y alianzas entre cuatro paredes, fuera de los ojos de indeseables. Allí articulan sus pasos a futuro, negocian con amigos y familiares, nadie es enemigo de nadie, todo lo hacen por el bien de ellos, perdón, del país. Es esa misma política la que da sus primeros pasos en la Convención Constitucional, de la mano de jóvenes y viejos políticos ya “duchos” en los campos de la retórica. Son artistas para transformar algo que fue ganado por el pueblo, en algo que se ajuste a la medida de lo que ellos puedan manejar, sin la presión popular. Al mismo tiempo, este tipo de hacer política muestra su dimensión de locura, cuando en el congreso deben votar, por ejemplo el 10%, pues aun cuando están entre cuatro paredes, sienten un peso abrumador sobre sus hombros, los observan a través de las redes sociales y este pequeño detalle hace que lo que dijeron ayer, no sea lo que voten hoy, en el último instante el temor es más fuerte y aparece el instinto de supervivencia.
El gobierno también reduce sus manejos políticos a lo que pueda hacer entre cuatro paredes. Su referente es el Congreso, y se añade la Convención Constitucional, de manera que cree que a través de ellos puede mantener una idea clara de lo que el pueblo quiere, un pequeño detalle de esto es que ambos referentes al encerrarse en lo que hacen, no saben lo que el pueblo requiere, y solo obedecen a los mensajes que se les envían a través de las movilizaciones o amenazas de ellas. Es decir, es casi un círculo vicioso donde se dan vueltas y vuelven al mismo lugar, asegurándose que lo que hacen es correcto y fallan, otra vez vuelven al círculo y fallan.
Esto que decimos, fue lo que generó la degradación de la política y la crisis subsecuente en que están metidos desde hace cerca de 10 años atrás. Quizás como nunca, comparándolo con otro período político, creyeron que tenían la fuerza suficiente para conducir un país, enajenándose de las personas, y estableciendo un sistema que perduraría en el tiempo y que los llevaría a detentar el poder por décadas, con una democracia estable que aseguraría un modelo económico que brindaría ganancias que derivarían inevitablemente en un “chorreo” de dinero a las personas. Estaban equivocados, rotundamente equivocados. No contaban con que los trabajadores no podían permanecer impávidos frente al enriquecimiento desaforado de los empresarios, de la inmoralidad de los políticos, de la incapacidad de los líderes sindicales, de la falta de patriotismo de los altos mandos de las fuerzas armadas y policías, de la continua vulneración de los derechos del pueblo.
Pese a todo lo que ha ocurrido en los últimos años, siguen haciendo lo que conocen, la política entre cuatro paredes. Así escogen a sus candidatos, así creen salvar al régimen, así se perdonan entre ellos. El gran problema que tienen es que en la actualidad cuando se meten a hacer sus arreglines, tiemblan las paredes, y le temen a los que no ven. Es por eso que sus engaños ya no funcionan como quieren, y se lamentan entre ellos.
Todo este régimen descansa en la existencia de una fuerza política, con facultades de dirigir el país. Eso hoy día, ya no es cierto, ya no mandan, hace rato otra fuerza dirige los designios de Chile, no lo hace patentemente, pero la masa que desplaza, evidencia que está ahí y que en cualquier momento puede desatar su furia y cuando lo haga, se acabará la forma de hacer política actual.