La debacle del gigante inmobiliario chino Evergrande tiene hace días asustados a los mercados financieros. Hoy cayeron las bolsas, los precios de los metales y se habla de las semejanzas con el desastre global de 2008. Pero también hay algunas diferencias.
Evergrande es la mayor inmobiliaria del mayor país con el mayor sector de construcción de viviendas del mundo. Tratándose de China, todo es grande.
La compañía ha acumulado deudas por el equivalente a 300 mil millones de dólares. Este martes vencen unas mega-cuotas sobre sus obligaciones. Y no tiene cómo pagarlas. La situación de la compañía no es muy distinta a la de sus competidoras internas. Si cae una, caen todas, en cadena: ese el temor.
Y el sector financiero chino, que había estado especulando fuertemente con el boom inmobiliario, quedaría arruinado. Si las finanzas son golpeadas, sufre la economía real. Y si China entra en una recesión ¿quién va a comprar a todas las cosas que el resto del mundo le vende a esa economía, la más dinámica y más grande del planeta?
Se entiende, entonces, por qué está la grande con Evergrande.
Es un asunto de dimensiones. Veamos, por ejemplo, las materias primas. China compra en el mercado mundial entre el 40% y el 70% de las materias primas. Y fijémonos en los metales: sólo sector inmobiliario chino consume el 40% del flujo de acero, el 20% del cobre, el 15% del aluminio, el 15% del zinc y el 10% del nickel.
Para países ultra-dependientes como Chile, la perspectiva de una caída es catastrófica.
¿Qué llevó a la crisis? En palabras breves: el capitalismo. O, más preciso, el modo en que funciona el capitalismo en este período.
Evergrande opera con el modelo “en verde”. Usted compra (no usted, querida lectora, querido lector, sino gente como usted, pero chinos -quizás con algo más de plata) una casa, un departamento, la mayoría de ellos súper pequeños, mirando un catálogo, con dibujos del futuro hogar. En China, la regla es que las personas sean propietarias de sus casas y que las paguen con sus ahorros. Y en la medida en que la economía china se ha expandido en las últimas décadas, son cada vez más personas que pueden y deben comprarse una vivienda. Los trabajadores ganan más, adquieren una calificación, lo que significa mejores sueldos, y más y más gente abandona el campo para irse a vivir a las grandes ciudades que, en un tiempo asombroso, se han convertido urbes con millones y millones de habitantes. Es cosa de imaginarse, por ejemplo, Curicó convertido en una metrópolis de dos millones de personas, en una década o menos.
Evergrande le cobra por adelantado a las personas y a grandes inversionistas y con ese dinero, financia nuevas construcciones. Mientras ese flujo se mantenga, y los precios de las viviendas sigan subiendo, el modelo funciona. Cuando se frena el ritmo, aunque sea un poco, queda la Evergrande. Actualmente, se estima que hay dos millones de personas que pagaron por una casa que ya no se va a construir.
Este “esquema piramidal” se basa en la especulación de todos los actores. La demanda de viviendas para vivir aumenta constantemente su precio, y se convierten en capital. Muchas personas pudientes comienzan a comprar casas para ganar dinero. Los rendimientos son importantes. Basta esperar sólo poco tiempo y ya se puede obtener una ganancia que vuelve a invertirse en el mismo sector inmobiliario.
Evergrande, cuando ya eran más visibles los riesgos de su modelo, simplificó ese procedimiento y comenzó a emitir bonos –“productos de gestión de riqueza”-, garantizados con hipotecas a las teóricas propiedades que construía o iba a construir, a grandes inversionistas internos y externos, con una excelente tasa de interés.
Ahora hay que pagar todo eso y no está la plata.
Muchos se preguntan ¿qué va a hacer el Estado chino? ¿Deberá rescatar a Evergrande? ¿Es esto lo mismo que sucedió con la burbuja del sector inmobiliario de Estados Unidos y el banco de inversiones Lehman Brothers que había invertido en “productos de gestión de riqueza” muy similares en 2007-2008? ¿Puede esto desatar un gran desplome mundial, como en esa época o peor?
Hay algunas diferencias que hay que tener en cuenta: las “características chinas”. A diferencia de Estados Unidos, el sistema bancario chino es controlado por el Estado. De hecho, ya tiene lo que se llama en la jerga “bancos malos”, es decir, instituciones financieras que absorben obligaciones vencidas e incobrables, respaldadas por créditos emitidos por bancos del sector estatal. Está claro que el gobierno chino ya sabía que se venía la crisis y decidió “ordenar la casa”. Una investigación en Huarong, el mayor de esos “bancos malos”, que se habían expandido en medio de la ola especulativa, descubrió una serie de irregularidades en sus altos ejecutivos. En enero de este año, el presidente de Huarong fue condenado por corrupción y abuso de poder. Se le aplicó la pena de muerte.
La otra diferencia es la deuda, de empresas y del sector financiero, que se ha expandido a niveles exorbitantes. Pero la mayor parte de ella es interna y está denominada en moneda local. China, al contrario, y ese fue un factor fundamental por qué pudo sacar una ventaja decisiva durante la crisis mundial del 2008, es el principal acreedor del mundo. Sus reservas en divisas exceden por lejos la deuda externa china.
Esos son factores importantes que distinguen la crisis financiera global del 2008 de las turbulencias actuales.
El problema es otro: es indudable que la expansión productiva china se va a ir frenando. Y eso basta para acelerar todos los factores de crisis en el mundo.
Una ralentización del crecimiento económico en China agudiza las contradicciones entre el sector capitalista de la economía y aquel que está bajo control estatal y se maneja mediante la planificación central.
La crisis mundial del capital afecta a todo el mundo. Pero China ha podido, hasta ahora, sortearla y, de hecho, convertirse en el gran motor económico global, debido a la existencia de ese enorme sector estatal.
Pero está claro que esas “características chinas” deberán, tarde o temprano, sincerarse, como dicen los economistas. El gobierno chino ha aplicado, especialmente desde la irrupción de la pandemia, una serie de “reformas desde arriba”. La reorientación política hacia el objetivo de la “prosperidad común”, comandada por Xi Jingping, ha golpeado a importantes sectores capitalistas internos en favor de un mayor control estatal y ha aplicado medidas favorables a los trabajadores.
Pero tampoco China podrá escapar a las consecuencias de crisis capitalista que engloba a todas las naciones. Y en todo el mundo, es la clase trabajadora la que debe poner las soluciones reales. Y pronto.