La crisis de los submarinos, que comprende a Estados Unidos, Francia y China, es una muestra típica del conflicto imperialista. Y, desde siempre, el imperialismo ha querido mostrar que su lugar no está en las sociedades reales, sino en medio de las olas y los peces.
El capitán Alfred Thayer Mahan estaba aburrido. Había sido destinado por la marina de Estados Unidos a participar de la Guerra del Pacífico. Su estatus oficial era el de “observador”, pero esos observadores ingleses, alemanes, franceses y estadounidenses estaban en todas partes. Compartían con los altos mandos y los jefes operativos chilenos, peruanos y bolivianos, como si fueran uno más de los contendientes. Pero, además, comandaban una fuerza, especialmente naval, propia, lista para intervenir en lo que, superficialmente, era un enfrentamiento bélico entre pequeñas naciones del fin del mundo. Obviamente, la Guerra del Pacifico nunca fue eso; era parte de la gran competencia entre las potencias mundiales por los mercados coloniales y semi-coloniales. Y los semi eran, pues, nuestras naciones, enfrentadas por los intereses imperiales.
Pero Mahan estaba aburrido. Le había tocado un barco viejo y malo, el USS Wachusett. Se pasó la mayor parte de la guerra recorriendo la costa peruana y chilena, siguiendo las operaciones de las armadas chilenas y peruanas. Pero muchos meses simplemente permaneció frente al puerto de Callao. Encallao’ en Callao, diríamos. Después de la victoria de las tropas chilenas, el capitán, finalmente, se estableció en Lima. Quería plasmar lo que había aprendido en la guerra. Al igual que sus colegas del ejército, que habían anotado minuciosamente la eficacia de la artillería y de los fusiles de las fuerzas de infantería en las batallas terrestres, Mahan había llegado también a conclusiones. Había, por ejemplo, visto cómo, mediante el dominio marítimo, las tropas chilenas podían operar lejos de sus líneas de abastecimiento, pero cercanas a las zonas costeras, mientras que las peruanas quedaban aisladas en su afán defensivo. Pero las conclusiones de Mahan no eran sólo eran militares, sino que tenían, a sus ojos, un alcance mucho mayor.
En la Lima devastada, se hizo un parroquiano regular de lo que llamó el “club inglés”, el Phoenix Club, un centro de encuentro de industriales, capitalistas, mercaderes y especuladores de la guerra ubicado justo frente a la Plaza de Armas. En la sala de lectura del club, el capitán se puso a la tarea. Allí nació lo que después publicaría como un libro que sería uno de los documentos teóricos fundantes del imperialismo, hasta hoy: La influencia del poder naval en la historia.
En él, Mahan expone una doctrina en que el proceso de supremacía naval consiste en el establecimiento de un monopolio sobre las rutas comerciales del mundo; que aquel depende del desarrollo industrial de cada potencia; que los períodos de paz debían ser aprovechados para la ampliación de una flota global; que para la implementación práctica del dominio naval se requería de una red de bases, emplazadas en distintos continentes; que Estados Unidos, en particular, debía proyectarse al Pacífico mediante una fuerza naval de largo alcance; que la construcción de un canal interoceánico en el istmo de Panamá era una necesidad estratégica de Washington; y, fundamentalmente, que la expansión imperialista debía ser mundial y no meramente continental. Y todas esas tesis, que siguen informando la estrategia de Estados Unidos, las formulaba mediante ejemplos históricos, sacados de libros que había encontrado en la biblioteca del club inglés limeño.
Su obra fue como un martillo para el clavo de las potencias imperialistas de la época. Especialmente en el Reich alemán, fue una sensación. El texto se convirtió en el libro de cabecera de almirantes y secretarios de Estado. Aquí estaba dicho lo que había que hacer o, mejor, ponía en palabras claras, pero revestidas de un tono docto, lo que las tendencias inherentes del imperialismo ya estaban realizando.
El plan Tirpitz, la enorme expansión de la marina alemana en su afán de competir con el poderío inglés, en el período previo a la I Guerra Mundial, estuvo directamente inspirado por el libro del capitán Mahan y sus lecciones de la Guerra del Pacífico. La carrera armamentista naval con Inglaterra encajaba perfectamente con la expansión industrial alemana, que ya en esa época iba superando en dinamismo a la cuna del capitalismo. Si la producción era poder, ésta debía dirigirse en las herramientas que traducirían ese poder en nuevos mercados, colonias ultramarinas y un redibujo de las relaciones de fuerza en la región.
También fue, si se quiere, una de las causas estratégicas de la derrota alemana. La competencia entre las potencias imperialistas contiene, en última instancia, el germen de un enfrentamiento directo entre las naciones. La “Gran Guerra” fue mundial, puesto que se realizó, incluso, frente a las costas chilenas, pero se libró, fundamentalmente, en tierra, en las trincheras francesas, en los planos de Polonia y Ucrania, y se resolvió con huelgas, levantamientos, amotinamientos y revoluciones: en San Petersburgo, en Berlín, en Viena… Los marineros del puerto alemán de Kiel desataron la revolución de noviembre de 1918, cuando se negaron a zarpar a una última e inútil misión.
El capitán Mahan siguió una carrera en la burocracia naval y ascendió a contralmirante. No previó el uso de los submarinos ni vivió la I Guerra Mundial. Pero sus ideas sobre el imperialismo en el mar siguen vigentes, en la medida en que el imperialismo siga subsistiendo. Hace falta ahogarlas.