Argentina: lo que devela y lo que esconde la crisis

No hay salida aún a la crisis política en Argentina. Hoy los protagonistas mostraron sus cartas. El presidente Fernández quiere “enfriar” el conflicto interno peronista e invocó su autoridad presidencial. Su ‘vice’, Cristina Fernández le exigió que “honre la voluntad del pueblo argentino”. Pero el trasfondo de la crisis no es local, es continental.

La renuncia (más bien, la presentación de la renuncia, que debe ser aceptada o rechazada) al gabinete y a altos cargos de la administración realizada por funcionarios ligados al kirchnerismo fue presentado como un “golpe palaciego” en la prensa. La derecha argentina, que había denostado al presidente Alberto Fernández como un títere e incompetente se volcó en apoyo a las “instituciones”.  

De ser un golpe, ocurre a la exasperante lentitud de una suma de conversaciones bilaterales, reuniones interminables, telefonazos y discusiones de whatsapp y Telegram.

Nada se ha decidido. El presidente Fernández parece estar persuadido de que la mejor táctica es ganar tiempo. Por eso, más reuniones y más mensajes. Este jueves, fijó su posición, vía Twitter. Afirmó, en referencia a la derrota electoral en las primarias del pasado domingo, que “he oído a mi pueblo” y agregó, apuntando al conflicto interno, que “la altisonancia y la prepotencia no anidan en mí. La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido. Lo haré llamando siempre al encuentro entre los argentinos”.  

En resumen: el presidente aquí soy yo, los que me presionan son altisonantes y prepotentes, y aún no sé cómo resolver este entuerto.

De hecho, no se ha pronunciado sobre las dimisiones. La opción de que, definitivamente, expulse al kirchnerismo del gobierno y lo reemplace con otras alas del peronismo, no parece viable, entre otras cosas, porque “las otras alas”, en la práctica, se reducen a solo una: la de los gobernadores del justicialismo. Pero, justamente, esos son los que más sintieron la derrota electoral de las primarias y temen la erosión de su poder en las elecciones legislativas de noviembre. Es decir, se mantienen distancia de la pelea en la capital.  

La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner respondió, no con tweets, sino con una carta a los argentinos. En ella, recordó las críticas que había planteado públicamente a la dirección del gobierno. Como en diciembre de 2020, cuando señaló que “yo no quiero que ese crecimiento se lo queden tres o cuatro vivos nada más. Hay que alinear salarios y jubilaciones, obviamente, precios, sobre todo los de los alimentos y tarifas.” En esa ocasión, ante la mirada incómoda del presidente Fernández y de muchos de los aludidos, agregó que “aquellos que tengan miedo o que no se animan, por favor… vayan a buscar otro laburo, pero necesitamos gente en los sillones que ocupen de ministro, ministra, de legislador o legisladora… sean para defender definitivamente los intereses del pueblo”.

Según Cristina Fernández, “me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación. La respuesta siempre fue que no era así, que estaba equivocada y que, de acuerdo a las encuestas, íbamos a ganar ‘muy bien’ las elecciones. Mi respuesta, invariablemente, era ‘no leo encuestas… leo economía y política y trato de ver la realidad’”. Indica, además, que alertó sobre una “política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica”.

Y concluye recordando que fue ella quien nominó a Alberto Fernández: “tomé la decisión, y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así, de proponer a Alberto Fernández como candidato a presidente” y le exige que “honre la voluntad del pueblo argentino”.

La misiva no menciona las negociaciones del FMI, ni el presupuesto fiscal que debe entregarse al Congreso en estas horas y en el que no están indicados los pagos que se deberán hacer a ese organismo en virtud de un acuerdo cuya negociación no ha concluido, pero que representa el verdadero nudo del conflicto político argentino: el sometimiento del país a una deuda externa contraída por el gobierno derechista de Macri, más de 40 mil millones de dólares que se esfumaron en la fuga de capitales y la especulación financiera.

Lo que muestra la crisis política argentina es lo que esconde la crisis en todo nuestro continente y en cada uno de nuestros países.

Eso es: dependencia, fragilidad, y descomposición de los regímenes políticos y protagonismo popular.

La dependencia es económica. La explotación de materias primas se ha acentuado, no disminuido, en las últimas dos décadas que dieron a muchos países la posibilidad de mejorar, temporalmente, sus condiciones económicas. Los desequilibrios de una producción dependiente y depredadora han aumentado. El mercado mundial –“globalizado”- al que se abastecía ha desaparecido y está reemplazado por grandes bloques económicos y políticos. América Latina, en ese cuadro, ha quedado a la deriva. No pertenece a ninguno de ellos. Está sometida, política y militarmente, a las intervenciones de Estados Unidos, pero el destino de sus productos es mayoritariamente China. No tiene voz propia en el concierto mundial, ni condiciones para asegurar su futuro.

Eso, lógicamente, acrecienta otro factor de nuestros tiempos, en América Latina, la fragilidad. Si, en algún momento, durante los gobiernos de orientación nacionalista-burguesa como los Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, o los propios Kirchner en Argentina, se pudo hablar de un “equilibrio inestable”, hoy la situación es de fragilidad total.

Cada pequeña oscilación económica o de los mercados financieros, cada proceso o fenómeno “natural”, como el cambio climático o una pandemia global, tienen efectos catastróficos en nuestros países. El covid-19 es, en todo sentido, una enfermedad americana: los muertos que dejó yacen en nuestros cementerios.

La fragilidad se une a una tercera característica específica: la descomposición de los regímenes políticos. Dominados por una clase parasitaria, retardataria y subordinada, se hunden los gobiernos, los parlamentos, las democracias, en la inacción, la robo, el narcotráfico, los conflictos internos.

Muchos, por estos días, observan a Chile. Estiman que una asamblea constituyente podría reformar o reconducir o detener el proceso de descomposición política. Así lo ha planteado el nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, así lo vienen proponiendo diversas fuerzas políticas.

Deberán observar con más atención. Por que lo único que ha comprobado la convención constitucional en nuestro país, es que ese tipo de cuerpos no podrán encontrar soluciones a los problemas nacionales, ni mostrar caminos, si no se destruyen los regímenes políticos que constituyen un obstáculo al desarrollo nacional.

Y, sobre todo, deberán considerar el cuarto y decisivo factor: nada, en cualquiera de los países de nuestra América, se podrá hacer obviando el protagonismo de los pueblos, su voluntad, su organización, su lucha. A esa preeminencia deberán subordinarse todas las fuerzas políticas que genuinamente ansían cambios, que defienden nuestra independencia y que favorecen los intereses de las grandes mayorías.