Estados Unidos, finalmente, abandonó Afganistán, luego de 20 años de ocupación. El despegue de los últimos aviones militares en el aeropuerto de Kabul fue celebrado por la población. El retiro estadounidense marca el fin de una etapa del imperialismo yanqui, su pretensión fallida de ejercer un dominio unilateral sobre el mundo.
Los últimos cinco aviones C-17 abandonaron el aeropuerto internacional Hamid Karzai de Kabul justo antes de la medianoche del lunes, el plazo fatal impuesto por Estados Unidos y acordado con los talibanes. El fuego de trazadores cruzó el cielo de la noche. Disparos y júbilo irrumpieron en la capital.
Las fuerzas estadounidenses dejan a atrás, en lo inmediato, el caos de la evacuación de civiles desde la última zona bajo su control, el aeropuerto. Más de cien mil personas salieron del país por esa vía desde la conquista de Kabul por los talibanes. Atrás quedó también la última acción de combate de esta guerra: un ataque con drones que provocó la muerte de diez personas, siete de ellas niños. El ejército estadounidense había informado inicialmente de que había destruido una camioneta que iba a ser usada para un ataque explosivo de Isis.
El hecho es característico. Representa el sentido profundo de esta guerra, iniciada después de los atentados terroristas en Nueva York y en las afueras de la capital Washington. El objetivo declarado de la intervención era la captura del jefe de Al-Qaeda, Osama bin Laden, y la destrucción de sus bases. Al Qaeda, un grupo fundamentalista islámico, sostenía amplios contactos en diversos países. Especialmente, en Pakistán y Arabia Saudita, su origen. También había sellado alianzas con los talibanes que en ese momento controlaban Afganistán. Al Qaeda había establecido bases en lugares recónditos de la frontera entre Pakistán y Afganistán.
Los talibanes, cuando vieron la amenaza de una invasión, ofrecieron romper sus acuerdos con Al Qaeda y entregar a bin Laden. Esas negociaciones, sin embargo, no rindieron frutos. Estados Unidos estaba empañado en realizar una campaña de grandes proporciones en la región; había identificado a Irak e Irán como parte de un “eje del mal”. El tercer país “malo” era Corea del Norte, pero esa amenaza pasó rápidamente al olvido.
La invasión a Afganistán, entonces, iba a ser un paso preparatorio en una gran campaña bélica que iba a rehacer el Oriente Medio.
Estados Unidos actuó, primero, en conjunto con fuerza internas, entre ellas la llamada Alianza del Norte, dirigidas por equipos de fuerzas especiales de la CIA y de las fuerzas armadas que se habían infiltrado en el país. Posteriormente, tomaron rápidamente control de las grandes zonas urbanas. Los talibanes se retiraron rápidamente, sin ofrecer una resistencia final, a las mismas zonas fronterizas con Pakistán.
Para Estados Unidos, el éxito militar había sido resonante. Había demostrado su capacidad de un despliegue rápido y decisivo y había culminado en una victoria. Los planificadores militares creían que se había vindicado una concepción nueva para grandes operaciones militares y que se confirmaba, en la práctica, la capacidad de Estados Unidos, de intervenir en varios teatros de operaciones a la vez. En efecto, mientras se libraba la campaña de Afganistán, las fuerzas estadounidenses se preparaban para la invasión a Irak.
Veinte años, innumerables sufrimientos y 200 mil muertos después, Afganistán y Estados Unidos volvieron al mismo punto inicial.
Pero eso es engañoso. Las campañas de Estados Unidos en Medio Oriente y Asia Central ya eran un intento de última hora de conservar el orden unipolar decretado después de la caída del bloque soviético en 1989-1991.
El fracaso de Washington en Irak, Afganistán, pero también los grandes conflictos surgidos luego de los levantamientos en los países árabes en 2011 en adelante -Libia, Siria, Yemen…- sólo confirma que el imperialismo es un sistema que se basa, no en la dominación de una sola potencia, sino en la guerra permanente entre intereses mundiales contrapuestos que se enfrentan por mercados, acceso a materias primas, vías comunicación, etc.
Esa es la realidad que se refleja en la tragedia afgana, que es sólo un escenario, remoto y pequeño, de la barbarie mundial.