El precio del oportunismo

El Servicio Electoral rechazó la inscripción de la candidatura de Diego Ancalao. El hecho era previsible, pero no la forma en que ocurrió: se le acusa de haber presentado más de 20 mil patrocinios legalizados ante un notario… muerto. Las consecuencias políticas de este escándalo son vastas. La principal debiera ser la liquidación definitiva del oportunismo en el seno del pueblo.

El fracaso de las candidaturas presidenciales promovidas, primero, y repudiadas, después, por La Lista del Pueblo, es descomunal. Primero, fue la proclamación de Cristián Cuevas, que llevó a un quiebre en esa organización. Después de hecho el daño, la postulación quedó en nada: Cuevas quedó lejos de juntar los patrocinios requeridos. La trayectoria de Cuevas está marcada por ese tipo de intervenciones: el oportunismo político que culmina en un fracaso para todos los involucrados.

Su reemplazo fue Diego Ancalao, un tránsfuga de antología. Este sí presentó, sobre la hora, los patrocinios. Pero, aun así, parecía improbable que su nombre fuera aceptado. La cantidad de firmas era muy ajustada. Se supone que es necesario tener un cierto margen adicional, en el caso que se impugnen las firmas de personas inhabilitadas, es decir, que figuran como militantes de partidos políticos. Hay un montón de gente que es militante de partidos y no lo sabe, porque en el algún momento le sonsacaron la firma con algún pretexto, por ejemplo, en listas de comités de vivienda, peticiones por la protección de las ballenas, etc.

Pero el Servicio Electoral tardó muy poco en declarar inválida la postulación. Informó  que casi dos tercios de los patrocinios fueron hechos, no a través del sistema más práctico de la clave única, sino ante notario. Y resulta que, declaró el presidente del Consejo Directivo del Servel, 23.135 firmas habían sido legalizadas por el notario Patricio Zaldívar Mackenna. Pero, agregó el personero, esa notaría “dejó de existir en 2018” y el propio Zaldívar murió a inicios de 2021.

Un veredicto demoledor que, además, le traerá consecuencias legales a Ancalao. En la excitación por la noticia bomba, nadie se preocupó mucho de los detalles del bochorno.

Por ejemplo, que es muy raro que las notarías dejen de existir, así como así. Son creadas por ley y son un negocio demasiado bueno para abandonarlo. De hecho, la notaría de Zaldívar Mackenna sí siguió existiendo, a cargo de la hija del notario, María Loreto Zaldívar Grass, en calidad de interina. Extraño: eso significa que fue nombrada por la Corte de Apelaciones; cuando el notario pone a un reemplazante temporal, se llama subrogante. Y más curioso aun, de acuerdo a un medio de prensa ligado al piñerismo, el sitio Ex–Ante, el presidente del consejo directivo del Servel, Andrés Tagle, histórico operador electoral de la UDI, se dio cuenta de todo porque… es ¡vecino de la notaria, o sea, de la hija del notario muerto!  

Pero bueno, esa va a ser otra historia.

El efecto inmediato es que Ancalao, Cuevas y compañía volverán a sus otros negocios. Habrá gente que se sentirá decepcionada y defraudada. Y muchos, seguramente, avergonzados. La derecha y la nueva Concertación estarán contentos porque podrán decir “¿lo ven? no son mejores que nosotros”.

Alguien podría decir que cualquiera de esos interesados y tránsfugas de la izquierda sí es mejor que ellos, aunque sea un poquito. Pero esa no es la medida.

Hay un problema endémico, histórico, en la izquierda chilena. Se llama oportunismo. Es la concepción de que la acción política no consiste en dirigir, no consiste en fortalecer la organización del pueblo, no se basa en su conciencia, y no es una lucha.

El oportunismo se cree más avezado que todos los demás y, por supuesto, mucho más pillo que el propio pueblo. De lo que se trataría es de captar el momento justo y ¡zas! ganar, a cualquier precio. El hecho de que ninguno de estos haya ganado nada nunca en los últimos 30 o 40 años, poco importa.

Porque los oportunistas siempre ganan, pero para ellos. Puestos, fama, dinero…, aunque sea en cantidades pequeñas. Ese, lamentablemente, es el material que ha compuesto o, más bien, descompuesto, la acción política de izquierda en todo este tiempo. Y cuando sí se da “la oportunidad”, es decir, cuando miles y centenares de miles pelearon, sufrieron, se sacrificaron para crear un cambio en la situación política, los oportunistas aparecen y prometen que, esta vez sí, su método va a funcionar.  

Los oportunistas siempre predican que la “política es así”, apuntando a los políticos del régimen. Es cosa de actuar como ellos, dicen, de ser como ellos. ¿Por qué ponerse tan estrictos? ¿por qué darle tanto asunto a los valores? Pero los políticos del sistema ejercen el poder a nombre de una clase dominante. No es ninguna “oportunidad”, es un orden social completo que los pone allí.

Por eso, cuando los oportunistas empiezan a vestirse de un ropaje popular, siempre es la voz de esa clase, la de los dueños, la de los saqueadores de las riquezas nacionales, de los aprovechadores –porque eso es lo que significa oportunismo- la que habla. Pero ya se les ha dado demasiado tiempo la palabra a esta gente. Ahora hablará la clase trabajadora, con su propia voz, en su idioma y con valores y métodos.