Hace días los estadounidenses venían informando que temían que se produjera algún tipo de atentado de Isis u otros grupos en torno al aeropuerto de Kabul. Ahora, ocurrió. Dos atacantes suicidas provocaron la muerte de 90 personas y centenares de heridos.
Una de las bombas estalló en la entrada principal del aeropuerto internacional, atestada de personas que buscan ser incluidos en los vuelos de evacuación. Luego de la explosión, atribuida a una atacante suicida, otro grupo habría comenzado a disparar sobre la multitud y los soldados estadounidenses que vigilan las instalaciones. El segundo atentado explosivo ocurrió en otro punto del muro de seguridad que separa al aeropuerto de la ciudad, también concurrido por numerosas personas.
13 soldados estadounidenses murieron en los atentados adjudicados a ISIS. El presidente Joseph Biden declaró “que aquellos que llevaron a cabo este ataque, así como cualquiera que desee hacer daño a Estados Unidos, sepan esto: No perdonaremos. No olvidaremos. Los cazaremos y les haremos pagar”.
Las fuerzas talibanes condenaron los atentados y puntualizaron que la zona en que ocurrieron estaba bajo el control militar de Estados Unidos. En los días previos, los talibanes habían intentado limitar el acceso de personas a las cercanías del aeropuerto.
El jefe de las fuerzas estadounidenses, el general McKenzie, confirmó la cooperación entre sus tropas y los talibanes en el control de aeropuerto: “usamos a los talibanes como una herramienta para protegernos tanto como sea posible”. El propio McKenzie había advertido en días pasados del riesgo “inminente” de atentados de Isis en el sector.
Mientras, se informa de choques armados y explosiones en otros puntos Kabul entre talibanes y miembros de Isis.
Dentro del aeropuerto continúan las explosiones, pero ahora controladas, a cargo de efectivos estadounidenses, que intentan destruir la mayor cantidad de material que no será evacuado. Pese a la masacre, Estados Unidos reiteró que abandonará el aeropuerto el 31 de agosto, según su plan inicial.
Los hechos ponen de relieve la magnitud del desastre estadounidense en Afganistán. La insistencia de Biden de realizar la salida de sus fuerzas militares a cualquier costo, frente a las críticas internas y de sus aliados, refleja una reorientación de la política imperialista que ya se había iniciado bajo Trump. El resultado, en este caso, evidentemente, es el caos total, y el inicio de una nueva guerra civil en Afganistán.
En los pocos días del dominio de los islamistas ha quedado claro que su poder se basa en múltiples acuerdos con señores feudales de intereses contrapuestos y tolerancia política, apenas ocultada, de Estados Unidos. Se trata, claramente, de una fórmula que no augura estabilidad. Y todo eso, sin contar con los otros intereses, ya sea de países o de fuerzas paraestatales como Isis o mutaciones de Al Qaeda. Pakistán y la India, Rusia e Irán y Turquía, Estados Unidos y China: las potencias que actúan en Afganistán son múltiples, sus alianzas y contradicciones, infinitas.
Los que han agitado el fundamentalismo religioso de los talibanes como una amenaza contra los valores occidentales, ocultan que ese mismo Occidente sólo puede subsistir en el mundo a punta de nuevas guerras y privaciones para los pueblos. Es justo condenar a los talibanes por su fanatismo dirigido en contra de las mujeres. Pero es preciso comprender la existencia de un desorden mundial basado en la opresión, la violencia y las guerras que amenaza todo el mundo, pero, especialmente, a las naciones dependientes. Y es necesario terminar con esta barbarie, que en Afganistán recién está iniciando una nueva etapa.