Cuando no hay justicia

Cuando no hay justicia, el régimen político, el capital, y un montón de ladrones y criminales de toda laya, están de fiesta. El pueblo, en cambio, constata nuevamente que está solo. Muchos se olvidan de que ese mismo pueblo pasa a la acción movido siempre por un sentimiento de justicia.

Lo peor ya pasó, suspiran. La convención constitucional se ha convertido en una institución burocrática más del Estado. Están andando las campañas políticas. El capital está viendo las formas de exprimir aún más ganancias. Y no está toda esta gente todos los días en la calle, revolviéndola.

Pero mientras sueltan la tensión acumulada, los personeros del régimen no pueden evitar mirar de reojo, hacia atrás, hacia los lados… ¿quién sabe? Hay algo raro, un ambiente extraño, en este veranito de San Juan de la clase dominante.

Los partidos políticos viejos y nuevos -y algunos amateur- se sacan los ojos buscando candidatos a los distintos cargos. Están seguros de que, de alguna manera, subsistirán, como lo han hecho siempre. Pero hay cosas no cuadran. En el plebiscito, la gente votó apruebo y ellos, también; excelente, aunque fue un poco mucho ¿no? En las siguientes elecciones por los constituyentes, esa misma gente no votó por ellos; mal. Y, ahora, vienen las elecciones a presidente y parlamentarias, y parece que las personas no quieren apoyar a los políticos del régimen. ¿Qué sucede, si todo iba tan bien?

Y eso que pusieron a los mejores aspirantes de la burguesía: a un joven político timorato que sólo sabe negociar y transar; un arribista derechista que es lamebotas de su jefe; una política sin destino; hasta amenaza con volver una figura extravagante del pasado, a última hora y con escándalo. No, nada eso sirve.

Por el otro lado está el pueblo, solitario, otra vez.

Nadie parece representar políticamente al pueblo. Nadie parece dar una voz a los que piden justicia, a los que anhelan una vida mejor, a los que quieren la mejor educación para sus hijos, a los que necesitan una salud preventiva y no curativa, a los que están cansados de que el trabajo que realizan sólo enriquezca a empresarios inescrupulosos, a los que tienen que seguir trabajando cuando ya han jubilado, a los que se les anegan sus viviendas cuando llueve, a los que ya se cansaron de todos los que nos gobiernan y se creen dueños del país.

Nos cansamos, porque no hay justicia.

No hay justicia, por ejemplo, en el caso de Francisca Mendoza, una profesora de filosofía que perdió la visión casi total de un ojo, debido al disparo de una lacrimógena por un paco, y que debe hacer rifas para costearse las operaciones. No hay justicia para Nicolás Piña, un joven ingeniero en prevención de riesgos que fue detenido por pacos de civil, infiltrados, y que cometían delitos, que lo acusaron de incendiar un furgón policial. No hay justicia en hechos más dolorosos, como los muertos del 18 de octubre, de aquellos que se presume que fueron asesinados, pero en que hay investigaciones para esclarecer los hechos o se cierra en las causas con víctimas sin identificar.

No hay justicia en estos y en cientos y miles, pese a que se sabe a ciencia cierta quienes son los culpables.

No hay justicia cuando una obligación, no se cumple. Es obligación del Estado sancionar a los culpables de las violaciones a los derechos humanos y no lo hace. Es una obligación pagar jubilaciones dignas a los trabajadores, y no se hace. Es obligatorio dar una salud preventiva a la población, y no se hace. Es un deber una educación óptima para que la juventud se desarrolle, para que el país avance, y no se hace. Es obligatorio acabar con la delincuencia estatal, con los estafadores y especuladores, y no se hace.

Cuando los injustos y la injusticia campean, es deber de los justos hacer justicia.