Arancibia y los DD.HH.: todo olvidado, todo perdonado

El episodio del almirante Jorge Arancibia en la comisión de derechos humanos de la convención constitucional comenzó como un problema moral, pero terminó en una comedia moralizante, al estilo de Molière. De común acuerdo, el cómplice y encubridor de los torturadores y asesinos, se esconderá temporalmente. Así, todos siguen amigos.

Que no haya conflicto, que no haya problemas. Somos todos amigos. Todos tenemos nuestra verdad y tenemos derecho a exponerla y a ser oídos. Ese el lema de la “comisión de derechos humanos, verdad histórica y bases para la justicia, reparación y garantías de no repetición” de la convención constitucional.

El grupo tenía dos asuntos espinudos. Uno: previamente, se habían declarado inadmisibles a varias organizaciones de ultraderecha que querían hacer exposiciones. Los motivos: negacionismo y discursos de odio. Entre ellas está la Fundación Jaime Guzmán, otras del entorno de José Antonio Kast y de fanáticos religiosos.

El segundo problema era el voto político que se había aprobado días atrás y que excluía al ex almirante Jorge Arancibia de esas audiencias públicas.

Afuera, había un grupo de ultraderecha manifestándose, y estaba la amenaza del propio Arancibia de presentar un recurso (¿de amparo?) ante la Corte de Apelaciones.

Había que hacer control de daños.

Las instituciones de derecha contaron con una abogada propia, la constituyente Patricia Politzer que, pese a que no pertenece a la comisión de derechos humanos, fue igual.

La periodista ligada a la Concertación, pero que en la convención se presenta como “independiente”, no se guardó nada. Evocó sus raíces judías, los horrores del holocausto, la pérdida de familiares en el campo de concentración nazi de Terezín o Theresienstadt, el carácter sagrado de la libertad de expresión, la necesidad de escuchar al otro. Todo para pedir que los fascistas pudieran hacer su aporte a la nueva constitución.

Su alocución cumplió el efecto deseado. Incluso quienes habían propuesto la exclusión de esos organismos se declararon persuadidos por sus argumentos. Pero el mayor reconocimiento a las palabras de Politzer vino de… Jorge Arancibia: “Patricia me robó la intervención, iba a decir prácticamente lo mismo”, señaló.

Tierno.

Con eso ya estaba todo encaminado. Quedaba un pequeño detalle: se había propuesto no admitir a esos grupos debido a que la propia comisión había decidido, en el artículo 6º de su reglamento interno que “no serán recibidas en audiencia personas u organizaciones que, a través de sus propuestas y planteamientos o discursos, hayan difundido mensajes de odio que puedan incitar a la violencia hacia grupos vulnerables o históricamente excluidos.”

¿Qué hacer?

“No apliquemos lo acordado”, propuso una convencional. Si se pasan de la raya, les vamos a quitar la palabra. Esa fue la solución.

Mientras, lo de Arancibia seguía ahí, pendiente, rondando.

Y él quería decir algo sobre su caso. Primero, estaba muy sentido, porque no le habían avisado de que se iba a votar una moción en su contra. Ese día se había retirado antes, porque que tenía que ir al médico. “Y me enteré por la prensa”, se quejó. Su lamento tuvo eco. La coordinadora de la comisión, Manuela Royo, le indicó que el voto estaba en la tabla de ese día, pero que le pedía disculpas por no haberle avisado personalmente.

Perdonada.

Arancibia pasó al fondo del asunto, pero siguió llorando. ¿Cómo se va a dudar de él, de sus buenas intenciones, de su afán de aportar con su experiencia? “Estoy hablando del corazón. Yo los quiero y quiero trabajar con ustedes.”

Tanto amor o, más bien, el arreglo que ya se había cocinado tras bambalinas, fue suficiente.

Ahora a arreglar el entuerto. El punto es que ya se había decidido, 11 contra 2: Arancibia ¡fuera! ¿Cómo damos vuelta eso?

Entre amigos siempre hay una vuelta. La coordinadora hizo presente que Arancibia estaba en la subcomisión de “marco general de los derechos humanos”… y si las organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos, de ejecutados, etc., es decir, los que iban alegar seguro, exponían ante la subcomisión “de verdad histórica”… entonces ¡nunca se iban a topar!

Brillante.

Así, la “verdad histórica” se convertía, por obra y arte de la agenda, en un “espacio seguro» que evite la «revictimización” y ¡todos contentos! Nadie podía decir nada: las viudas y deudos de los asesinados no podrían decir que era una ofensa y una indignidad que un criminal esté ahí como si nada, ¡porque no iba a estar ahí! Y los sentimientos de “Jorge” tampoco iban a ser heridos otra vez.

Todos de acuerdo. “Jorge” prometió que, de la subcomisión “de marco”, como la llamó no se movía… y todo bien.

Reconciliados. Perdón. Y olvido.

Después, los pinochetistas celebraron. Se juntaron con un victorioso Arancibia para vitorearlo públicamente. El presidente de RN, Francisco Chahuan calificó a los que lo habían criticado a este “hombre intachable”, de ¡“fascistas”!

¡Qué farsa todo esto!