¿Cómo salvar al mundo?

El informe del Panel Internacional de Cambio Climático publicado hoy establece las certezas científicas sobre el calentamiento progresivo de la tierra y sus efectos. No podría ser más oportuno, porque el mundo está siendo testigo de esos mismos efectos en tiempo real. Pero los científicos no responden a la pregunta principal: ¿qué, concretamente, hay que hacer? ¿Quién? ¿Y cómo?

La prensa mundial está un tanto exigida con el informe del IPCC. Los periodistas revisan los resúmenes ejecutivos, se lanzan a la lectura veloz del texto mismo, llaman a los expertos, pero no logran dar con lo que buscan: ¿dónde está la noticia? El estudio -en realidad, es sólo un capítulo del informe general- elaborado por 234 científicos de 64 países, que revisó 14.000 publicaciones científicas, y estuvo trabajando durante ocho años, establece simplemente que el cambio climático es un hecho, real y comprobado.

Pero, eso ya se sabía ¿o no? Además, es cosa de ver las otras noticias: incendios forestales monumentales, tormentas imparables, sequías definitivas, crecidas de ríos catastróficas, en cualquier punto del planeta.

Queda claro: los tiempos de la ciencia no son los mismos que los de las sociedades. Desde hace décadas se viene advirtiendo de la necesidad de reducir las emisiones de CO2, metano y óxido nitroso para detener el calentamiento global, se vienen prediciendo las consecuencias catastróficas de la elevación de la temperatura, y se llama “a la acción”.

Pero esos llamados fácilmente pueden ser ignorados o relativizados. Y cuando la ciencia finalmente consolida sus hipótesis, valida los pronósticos y comprueba los hechos… ¡zas! ya es muy tarde.  

Lo que el informe aporta de nuevo es que ya el daño no se puede evitar. Es decir, independientemente de las “medidas” que se adopten, los eventos extremos, los desastres naturales se sucederán en una secuencia cada vez más frenética, mortífera e imprevisible. Se trata de efectos que continuarán manifestándose por cientos o miles de años.

Lo llamativo de todo esto, es que, mientras más dramáticos y precisos los datos, más científicas las conclusiones, más conservadoras o vagas se vuelven las respuestas.  

El presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, señaló que “no podemos esperar para afrontar la crisis climática. Los signos son inconfundibles. La ciencia es innegable. Y el costo de la inacción sigue aumentando.” António Guterres, el secretario general de la ONU, dijo que “la viabilidad de nuestras sociedades” está en riesgo.

La pregunta es ¿quién es “nosotros”? ¿Quién decide qué acciones tomar? ¿Quién fija su ritmo, su orden, sus objetivos parciales; quién distribuye los costos y… los beneficios?

La magnitud de la catástrofe, así lo establecen los estudios científicos, está dado por el surgimiento de un modo de producción mundial, denominado capitalismo. El estudio se fija en las temperaturas. Esas comienzan a cambiar de un modo anómalo en torno a la mitad del siglo XIX. Justo cuando los presupuestos sociales del capitalismo se consolidan: la aparición de una nueva clase dominante que fue capaz de expropiar a vastos territorios para ponerlos al servicio de una producción a escala mundial, centrada en grandes ciudades que concentrarían a otra nueva clase que genera la riqueza: los trabajadores modernos.

Sobre esa base se realiza la enorme expansión de las fuerzas productivas que ha tenido como resultado, por una parte, la desaparición de bosques y otros reservorios de CO2, y por otra, el aumento de emisiones de gases que propician el calentamiento global, a través del empleo de energías fósiles destinadas a mantener funcionando a un creciente aparato productivo.

Ahora la respuesta sería que se reconvirtiera ese modo de producción de tal manera que evite ese efecto físico-químico. Ya lo sabe usted, estimado lector, querida lectora: autos eléctricos, energías verdes, mercado de carbono, y para que usted también “pase a la acción”, lleve su propia bolsa al súper y evite que los niños no usen bombillas para tomar su bebida.

Qué interesante idea, todo esto.

En el mismo momento en que el mundo literalmente está en llamas; en que queda, como ya vimos, certificado que es un sistema el que amenaza a la humanidad, las soluciones las dará la misma clase que ha provocado todo el desastre, y de tal modo, que el sistema continúe.

El pánico por cambio climático, las admoniciones enérgicas, como las que realizara hace un tiempo la joven Greta, son de la humanidad. Pero esa humanidad está privada de los medios para imponer su voluntad, sus necesidades, su urgencia, su propia salvación, por el mismo sistema que la pone en un riesgo agudo y cierto de extinción.

El informe no hace mención alguna a este problema. Quizás sea difícil de medir. O quizás escape al ámbito de las ciencias naturales, tal como se practican hoy. Puede ser que el objeto de investigación esté radicado en la praxis de la humanidad.

El hecho concreto es que, para salvarse, los humanos deberán cambiarlo todo. Si la actividad humana, determinada por un sistema de explotación, es la causante del próximo fin del mundo, sólo una actividad humana liberada de la esa explotación puede evitarlo.

Sólo cuando los que producen directamente pueden decidir qué es necesario producir; cuando puedan planificar, empleando los métodos más avanzados de la ciencia, cómo producir; cuando puedan determinar libremente cómo se organizarán las sociedades para adaptarse a una naturaleza peligrosa y asegurar un futuro mejor para nuestros hijos, nietos y las generaciones venideras, es posible hablar de “acciones” para frenar o mitigar el cambio climático.

Para decidir, para planificar, para organizar, para proteger a la tierra y los que vendrán, la humanidad deberá deshacerse de sus enemigos. Deberá acabar con el capitalismo. Su vida depende de eso.