El gobierno celebra la reducción de nuevos casos de covid-19, que llegan a su nivel más bajo desde 2020. Pero por debajo de las cifras positivas está ocurriendo una tragedia para la cual nadie tiene una explicación.
La cantidad de casos de personas infectadas baja cada día. Por primera vez, en las tres o cuatro “olas” -períodos de alzas significativas, mayo del 2020, en enero del 2021, en marzo y en mayo de este año- que ha experimentado el país, la baja subsiguiente parece no detenerse a medio camino.
Eso es nuevo. En muchos países que tuvieron olas catastróficas, la reducción que siguió fue muy pronunciada y, sobre todo, prolongada: varios meses con muy pocos casos que vuelven a subir al inicio de la siguiente ola. En el caso de Chile, nunca se dio ese fenómeno. Luego de un peak, los casos nunca volvieron al nivel anterior. Se mantuvieron en una especie de punto intermedio, en el que la población y el sistema de salud seguían golpeados por el virus. Y, sobre todo, sin que dejara de morir gente.
Por ejemplo, el Reino Unido, a inicios de año, alcanzó casi 900 casos por millón de habitantes. Una catástrofe. Pero eso contrastó con largos períodos de “calma”, en que se llegó a sólo 23 casos por millón de habitantes. Algo así nunca ocurrió en Chile. Incluso hoy, cuando está en sus niveles más bajos, tiene más del doble de casos en comparación con el mejor momento de Gran Bretaña. Eso es raro, porque, comparando el respectivo peor momento, nuestro país sólo alcanzó un tercio de los casos diarios del Reino Unido, siempre relativos a la población.
Al gobierno no le importa. Está exultante. Sigue un esquema simple: cuando puede presentar cifras positivas, son formidables, atribuibles sólo a las brillantes decisiones adoptadas por la mesa fantasma covid, un tapabocas a los científicos que sólo critican y, obviamente, merecedoras de medallas, si no olímpicas, epidémicas. “Fuimos elegidos el país que mejor ha manejado la pandemia en América Latina”, repite el ministro de Salud, Enrique Paris, en referencia a una encuesta súper trucha publicada recientemente.
Pero bajo la superficie de los datos positivos hay una tendencia preocupante. Los tests PCR muestran un descenso brusco de infectados, pero la reducción de pacientes graves en los hospitales va mucho más lenta. Y, sobre todo, la cantidad de muertos sigue siendo extraordinariamente alta.
Eso queda reflejado en la medición de la tasa de letalidad (o mortalidad por caso). Es obvio, si bajan los contagios, pero no las muertes, la letalidad sube. Y como ese, el hecho de que personas se enfermen muy gravemente y mueran es el problema de fondo del coronovirus, habría que buscarle una explicación a esta extraña situación. Y rápido.
Pero del gobierno no podemos esperar nada eso. Más bien, lo que se advierte es que, como siempre, la mesa fantasma Covid se aferra a sus ideas fijas; a ver qué pasa.
Por eso, se lanzó con su estrategia de la “tercera dosis”… el intento de reforzar la inmunidad con un “refuerzo”. Usted lo leyó antes aquí. En el caso chileno, se trata de mezclar la vacuna Sinovac con alguna fórmula más efectiva, como Astra Zeneca. ¿Servirá? Obviamente, no se sabe bien, porque los estudios científicos recién se están realizando. ¿Cuál sería el objetivo? ¿Contrarrestar la reducción en la generación de anticuerpos o mejorar la respuesta frente a variantes más agresivas? Nadie sabe bien, ni podría saberlo. Es una apuesta.
Israel, que tiene una alta tasa de vacunación, va a implementar una tercera dosis. Han visto como, en la medida que pasa el tiempo, la efectividad de la vacuna -en su caso, Pfizer- se reduce: lo saben porque suben los contagios. En el caso Chile, la efectividad de la vacuna Sinovac nunca fue muy alta, pero los contagios ahora están bajando.
¿Entonces? Una razón por la que el gobierno quiere implementar el plan de la tercera dosis es simple: hay vacunas. O, mejor dicho, habrá, porque se comenzarán a envasar en Chile, gracias a la decisión de Sinovac de establecer una planta en nuestro país. Eso explica el misterio por qué Chile tuvo acceso a tantas vacunas, mientras otros países, incluso con muchos más recursos, se quedaban cortos. A cambio de la inversión china, por supuesto, se autorizó la vacuna de Sinovac pese a que los estudios de fase tres, en su mayoría, habían sido declarados inválidos por los expertos del ISP o el hecho de que, entonces, ni siquiera contara con una aprobación de emergencia en la propia China.
El hecho de que en Chile se vuelva a producir vacunas, en sí mismo, es positivo. Seguramente, también lo es para quienes hicieron de intermediarios en el negocio y los que se llevarán una tajadita de las ganancias futuras. Total ¿quién se va a fijar en esos detalles en medio de una pandemia global, verdad?