El pueblo sabrá juzgar

El pueblo los desprecia. Lo hace abiertamente. Se los demuestra. Ellos se sorprenden. Rasgan vestiduras. Surgen los «apologistas de la paz», los defensores de «no es la forma», rechazando la violencia, y pontificando a diestra y siniestra.

Son los mismos que siempre han tenido el poder. Los administradores a sueldo de los dueños de todo. Los políticos del régimen. Ellos, los mismo que avalaron el golpe de Estado de 1973, los que justificaron por décadas la dictadura, los que crearon el mito del jaguar, los que engañaron al pueblo para el año 1989 cuando aseguraban que cambiarían la constitución, los que intercedieron para liberar a Pinochet, mientras mantenían presos a los que habían luchado junto al pueblo para sacar al dictador. Sí, los mismos que hacen leyes contra los trabajadores, los que impiden una educación igualitaria, un salud integral, una vivienda digna para cada familia. Ellos, los que han vendido la patria y sus riquezas, los que roban, malversan, y lucran con el erario público.

Estos políticos esperan que el pueblo les siga rindiendo honores, que los respeten simplemente porque son los que mandan y ostentan el cargo, quieren andar tranquilos por las calles y que los saluden, pero eso no va más. Para el pueblo estos políticos son los artífices de la miseria en que viven a diario. Ellos son los que hacen leyes ajustadas a los empresarios y sus intereses, los que no trepidan en castigar a los ciudadanos cuando no están de acuerdo a su conveniencia, les importa más seguir en el poder que representar a sus votantes. Siempre hemos sabido la valía de estos políticos, pero hubo un tiempo en que les creíamos más honestos, más humanos, más realistas, hoy no es así. La ilusión se ha terminado. Han demostrado que pueden caer más y más, conforme hacen sus turbios acuerdos, que no hay límite para sus componendas, pueden actuar con maldad y enajenarse de la comunidad.

Desde hace una década, ha cambiado la visión sobre ellos, los hemos visto como lo que son: mentirosos, inmorales, delincuentes, arribistas, clasistas, racistas, y esto es poco, para decir lo que son.

Ante actos de provocación de los políticos no nos podemos quedar impávidos o ser espectadores de lo que hacen. Uno de estos hechos es la puesta en escena de Boric para mostrarse a favor de la libertad de los presos políticos, el mismo que hizo el Acuerdo de Paz con el gobierno, que significó la prisión de muchos jóvenes y salvó a Piñera de irse. Esa es la calaña de Boric, va a la cárcel y quiere que lo vean como un salvador, la realidad no admite imprecisiones, es un parásito del Estado que no es diferente a Piñera y sus secuaces, no queremos su falsa conmiseración. O la visita de la Provoste a una feria de Puente Alto, donde quería mostrarse como una más, no es así, conocemos la ruindad de lo que son capaces de hacer contra nosotros y no la queremos más en los territorios.

Tenemos dignidad, tenemos rabia. Por esa razón, hacen eco en nosotros las palabras de Fabiola Campillai cuando nos dice: “manifestémonos desde donde estemos, salgamos a las calles y destruyamos todo y quememos todo”. Es esa rabia contenida por la injusticia que nos golpea todos los días, es la rabia que surge de la impotencia frente a cada tropelía cometida contra el pueblo, contra sus niños y niñas, sus mujeres, sus hombres, sus ancianos. Hoy sabemos con meridiana claridad que todos estos regímenes abusan de nosotros, pero sabemos también que la única manera en que entienden es con violencia. Valoran más un paradero de micros que a una persona. Para el pueblo las cosas materiales son importantes, pero no más que una vida humana, en eso nos diferenciamos de los ricos y sus políticos. Fabiola Campillai nos representa porque sufre y sufría antes de la ceguera lo mismo que tenemos que sufrir todos. Ella habló por todos nosotros, su voz es la de todos nosotros.

El pueblo tiene claro cuando usar la violencia y cuando no. Tal vez sería conveniente que supieran que no se ha usado la violencia de verdad, ni siquiera se ha castigado a los que se lo merecen. Y como tanto le gustan las frases de sentencia a los políticos, aquí les va una: No deberían jugar con la paciencia del pueblo.