Ascenso y caída de un pederasta

Ha muerto un pederasta. Nadie lo lamentará. Su deceso es apenas un hecho de la causa. Su desaparición es, eso sí, el reflejo del ocaso de una institución apartada de la fe que decía representar. Para el pueblo creyente, esa fe, hoy, se construye con esperanza y caridad, fuera de los templos.

Ha muerto Fernando Karadima, ex sacerdote católico. Hace diez años fue denunciado por abusos sexuales a menores. Un pederasta. Un criminal. Finalmente el Vaticano lo condenó. Por desgracia, sus delitos habían prescrito y no fue juzgado por ellos. Muere a los 90 años, en la impunidad.

Quienes sufrieron de forma más alevosa sus abusos, los sexuales y los espirituales, le han dedicado a su muerte apenas un párrafo en redes sociales. Un escueto comunicado. La oscuridad de sus perversiones se hunde junto a él. Así mismo se hunde junto a él la iglesia católica. Y ésta es quizás la única razón que justifique detenerse un momento en Karadima.

Hasta antes de su ocaso, Karadima, jugó un papel relevante en la iglesia católica. Fueron los tiempos de su ascenso. Fue el cura favorito de la oligarquía chilena. Su poder se extendía hasta el seminario, desde donde promovió el nombramiento de sus seguidores en puestos claves, barrió con sus críticos y destruyó sin miramientos a quienes no le eran leales.

Era otra época. La iglesia hacía oír su voz. Lo hacía para conservar a los poderosos en su lugar. Y era escuchada. Hoy esa iglesia permanece enmudecida y anulada. El régimen ya no puede contar con ella. Su credibilidad y autoridad no existen. Ese silencio es un signo más de la crisis terminal de un sistema.

En la contrapartida a la imposibilidad de haberle juzgado y condenado, la historia de los humildes condena a esa iglesia. La que ocultaba a los corruptos y amparaba a los poderosos. Esa cuya voz era escuchada por miles de fieles, la que indicaba lo correcto de lo incorrecto, que determinaba lo que debía defenderse, y lo que debía condenarse. Esa iglesia ha descendido con Karadima hasta las profundidades.

Hoy, ha caído un monstruo que la jerarquía eclesiástica cobijó y ocultó. Hoy, el pueblo creyente, hace rato sabe que el mensaje de esperanza y amor al prójimo que la fe cristiana sostiene no vendrá de esa iglesia. Y que se define y construye junto a los que son oprimidos. En la defensa de la dignidad humana. En medio de su pueblo. El pueblo trabajador.