Campamentos: con la esperanza a tope

En el macrocampamento Los Arenales, en Antofagasta, viven aproximadamente dos mil familias. Colombianos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos, venezolanos, chilenos. Comparten territorio, anhelos, metas y obstáculos. Acá lo que falta en lujos, sobra en dignidad.

En Antofagasta, muchas familias viven en campamentos. Y la vida en un campamento no es nada fácil. El agua, la luz, el alcantarillado, el transporte, los riesgos por incendios o de derrumbes, por el material ligero de las construcciones y el tipo de suelo; todo eso exige ingenio, creatividad y esfuerzo mancomunado para resolverse. Acá nadie se salva solo; debes bogar en conjunto. De lo contrario, naufragas.

En Los Arenales, en la zona norte de Antofagasta, viven, según el censo comunitario que realizaron los pobladores en diciembre 2020, cerca de dos mil familias. El Minvu había hecho un estudio en 2018. Entonces, eran 1.200 familias. «Si haces un cálculo de tres personas por familia, sabes que hay más de seis mil personas viviendo en el macro»- dice Elizabeth Andrade, «Ely», dirigente de Los Arenales, del Movimiento por Vivienda Digna (MPVD) y de la corporación «Rompiendo Barreras».

El censo comunitario, planificado, organizado y ejecutado por los pobladores, apostaba a que el deseo mayoritario de los pobladores en Los Arenales es la radicación. Esto es, que las viviendas que se lleguen a construir no signifiquen el desplazamiento a otros lugares.

Registrados como comités de vivienda desde el 2015, en el macrocampamento existen catorce comités. Todos surgieron en paralelo. En un inicio, cada uno iba por su lado. Compartían el territorio. Cada mes se veían, en una reuniones con la intendencia. Según la autoridad, la meta era terminar en 2018 con los campamentos. «Pero fue un gran fraude», indica Ely.

Los comités y los pobladores se juntaron cuando la entonces gobernadora, Fabiola Rivero, dictó un decreto que ordenaba el desalojo para todo el «borde cerro». Al actuar en conjunto, el gobierno retrocedió. Pero el decreto sigue, listo para ejecutarse en cualquier momento. Pende como «espada de Damocles» sobre cualquier intento de toma. Y en la práctica se ha utilizado en otros desalojos, como en Calama, con la Toma Frey Bonn.

Desde la pandemia

En Los Arenales la organización es fundamental. Y con la pandemia se desarrollaron dos enfoques. Uno es el que surge con las ollas comunes, y otro, para apoyar a la educación de los niños. «Acá se buscaron celulares, tablets, un módem, para que los chicos pudieran estar conectados, ya que había niños y niñas que ni siquiera contaban con internet«, relata Ely

«Nosotros tenemos un lema que lo hemos aprendido por nuestra vida misma«, dice Ely, «cuando el Estado desaparece, la solidaridad de Los Arenales florece y se fortalece«. Afirma que han elegido ese lema porque «nosotros solos hemos sido los que hemos sacado adelante la pandemia

Nuevos métodos para dirigir y las futuras batallas

En Los Arenales, aun en pandemia, van luchando día a día por sacar adelante el trabajo colectivo. «Estábamos acostumbrados a que nos digan qué hacer«, cuenta Mónica Valencia, la encargada de comunicaciones. Lo nuevo es que las vecinas participen activamente, que aprendan a evaluar, a decidir por sí mismas. ¿Qué decimos?, ¿Qué opinan?, ¿Qué decidimos?

«Estamos en otra época. Hoy en toda América Latina los reprimidos ya se cansaron de ser reprimidos«, sentencia Mónica. «Nosotros seguimos luchando, porque no hemos resuelto nuestra demanda», agrega. «Y la demanda no es sólo la construcción de la casa, sino el entorno en el que tú vives, la sociedad. Nuestra organización se basa en que la vivienda no es sólo el techo, la pared, el suelo, es mucho más allá…es construcción de otra sociedad.«

La olla común «Mi Ranchito»

Una de las ollas comunes de Los Arenales se llama «Mi Ranchito». Funciona en la casa de Paola, una colombiana originaria del departamento de Nariño. Fungen de cocineras, ella y Vanessa, boliviana original de Santa Cruz. A veces se suman los maridos de ambas. Hasta hace dos semanas, la olla funcionaba todos los días. Ahora lo está haciendo tres veces por semana. No por falta de necesidad, sino por falta de recursos.

Como todas las ollas comunes que el pueblo ha levantado a lo ancho y largo del territorio, funciona a puro ñeque. Día a día, y dependiendo con qué y con cuánto se ha abastecido la olla, se preparan los platos. Muchas familias cuentan con ello, para no pasar el día «en blanco». Hoy hubo cazuela.

Paola es una mujer trabajadora. Cuando llegó a Los Arenales apenas le dio para levantar una habitación. Pero por coraje, determinación y simpatía no se queda atrás. Para ella, lo que comenzó el 18 de octubre debiera concluir con un país distinto: «La salud debe ser distinta, debe ser igual para todos, debe ser buena… los viejitos tienen que acabar sus días de otra forma, no es posible que sigan como hasta ahora… debemos tener viviendas dignas, educación… todo eso debe cambiar».

Metódicamente, mientras llenan las ollas que los mismos vecinos llevan con el número de platos necesarios para cada familia, se dedican a sacar fotos del instante, para subirlas a los medios y enviarlas además a los grupos que cooperan con el funcionamiento de la olla, para demostrar en qué son invertidos los recursos.

En cada comité, en cada pasaje, en cada iniciativa, está claro que acá, en Los Arenales, lo que sobra es dignidad, coraje, solidaridad, determinación, esfuerzo. Como en cientos de barrios, poblaciones, villas, campamentos, tomas, el pueblo aparece diáfano en sus principios, concreto en sus demandas, resuelto en sus acciones. Todo está de su lado. Solo resta vencer.