Las revoluciones tienen símbolos y, también, tienen ciertas reglas. El 14 de julio se celebra, sobre todo, un símbolo: la toma de la Bastilla en 1789 en París, el inicio de la revolución francesa. Pocos se fijan en esas reglas que se pueden vislumbrar en la acción popular.
Las revoluciones tienen símbolos y, también, tienen ciertas reglas. El 14 de julio se celebra, sobre todo, un símbolo: la toma de la Bastilla en 1789 en París, el inicio de la revolución francesa. Pocos se fijan en esas reglas que se pueden vislumbrar en la acción popular.
El 14 de julio está marcado en la historia del mundo. Ese día cayó el símbolo de la monarquía francesa, la fortaleza o prisión de la Bastilla. Se discute si en el momento de su captura todavía funcionaba como prisión política, si fueron muchos o pocos los atacantes, si la resistencia fue enconada, etc. Lo que se les escapa a los historiadores, es lo que representaba para las masas la fortaleza que estaba frente a sus ojos. Defendían la Bastilla 114 soldados, con armas y cañones. Frente a ellos, la multitud, con sólo una incipiente y pequeña organización: los milicianos. La toma de la Bastilla se saldó con 98 muertos y 73 heridos en el bando revolucionario y 7 muertos en el monárquico.
¿Cómo se llegó a la toma de la Bastilla? La crisis política del antiguo régimen, la monarquía de Luis XVI, había alcanzado un callejón sin salida. A una creciente presión popular en el campo y la ciudad, por la carestía y los crecientes tributos, se suman las críticas en la propia aristocracia y en los burgueses, propietarios, industriales, fabricantes, comerciantes, profesionales liberales que piden reformas.
El rey decide buscar un gran acuerdo con los sectores pudientes de la sociedad y convoca a los Estados Generales el 5 de mayo de 1789 y acepta aumentar el peso del tercer estado. La nobleza era el primer estado y el clero el segundo; por ende, el tercero era el pueblo, pero representado por los ricos.
Una vez que comenzaron a sesionar los Estados Generales, el ánimo de concesión y de negociación del rey se revirtió. Las exigencias hacia la corona aumentaban. Los partícipes de los estados generales también sentían la presión, sobre todo los del tercer estado. Cuando el 20 de junio se les impide el acceso al palacio, una maniobra dilatoria del monarca, el tercer estado decide marginarse, junto a algunos aristócratas y religiosos.
Se reunieron en una cancha de juego de pelota, un recinto lo suficientemente grande para albergar a los delegados y al numeroso público que quería ver qué iba a pasar. Allí juraron “no separarse jamás hasta que la constitución sea aprobada” y se proclaman Asamblea Nacional. Ante el desafío, el rey se vio forzado a reconocer su autoridad y el 9 de julio pasó a llamarse Asamblea Nacional Constituyente.
El 12 de julio, la nobleza comenzó a gestar un golpe destituyendo a ministros y reuniendo tropas en Versalles. Las masas comenzaron a moverse para impedir este hecho. En ese instante, Camille Desmoulins, uno de los líderes más radicales, llamó al pueblo a ¡tomar las armas!
El 13 de julio ardían los puestos de entrada a París. Los manifestantes exigían la rebaja del precio del trigo con que se hacía el pan. Para defenderse de los posibles ataques monárquicos a la Asamblea Nacional Constituyente, se crearon milicias populares. Su número llegó a sumar 48.000, que usaban los colores rojo, azul y blanco como distintivo revolucionario.
Pero las milicias no tenían armas. Las fueron a buscar al Hotel de la Marina. Allí, sólo consiguieron armas, pero no munición, ni pólvora. ¿Qué hacer? ¿Dónde encontrar el parque? Pronto, se difundió la noticia: las balas y la pólvora estaban en la Bastilla.
El 14 de julio, la Bastilla es conquistada.
Ahora el pueblo está armado y puede tomar la iniciativa.
Al día siguiente, Luis XVI recién se dio cuenta que estaba lidiando con una revolución, una revolución que crearía un mundo nuevo y que serviría de inspiración para todas las naciones.