Los pobladores han enfrentado la pandemia con organización y solidaridad. Albergues, ollas comunes, apoyo popular. Así se sostiene la población O’Higgins en la ciudad de Antofagasta.
La población Bernardo O’Higgins en Antofagasta es una población antigua. Sus orígenes son como el de la Miramar, o la Oriente o la Favorecedora. Terrenos ocupados sin el permiso de las autoridades. Tomas. Un detalle que los gobiernos de turno no reconocen. Sólo luchando los pobladores consiguieron los títulos de sus hogares. Su fundación data de 1957.
La bautizaron así porque al lado está la población Lautaro y más arriba, la Arturo Prat. Les pareció, entonces, adecuado darse también nombre de héroe.
En la O’Higgins viven trabajadores, trabajadoras. En la O’Higgins, tienen su junta de vecinos, su club de rayuela, su cancha deportiva, sus historias y su historia.
La O’Higgins ha estado cerca de casi todas las iniciativas populares que configuran la historia de lucha de Antofagasta. Cuando la gran huelga portuaria, estuvieron. Cuando ocurrió el terremoto en Tocopilla, estuvieron. Cuando los chicos del Industrial marcharon contra la contaminación, estuvieron. Sus dirigentes han golpeado la puerta de sus vecinos más de una vez pidiendo colaboración. “Salud es un derecho”, sesionaba habitualmente en su sede social, y el presidente de su junta es uno de sus fundadores. Y cuando el paro nacional del 4 de noviembre 2016, de No+AFP, las barricadas surgieron espontáneas.
Hay pobladores acá que están desde que nacieron. Acá estudiaron, acá formaron familia, acá viven. Cuando conoces la O’Higgins, sabes que cada casa se ha construido a pulso. Que su sede social es orgullo de la población. Que sus dirigentes son históricos. Acá, como en cualquier barrio. Todos se conocen. La solidaridad, no es flor ocasional. Es vocación. Es la moral del pueblo.
“El pueblo sabe del dolor del pueblo”, dice el presidente de su junta de vecinos, Romelio. Y nos cuenta que desde el inicio de la pandemia han sorteado los problemas que esta ha ocasionado. Sin ayuda del Estado, ni de las autoridades. Ni regionales, ni comunales. Pura autogestión.
Cuando la crisis sanitaria comenzó el 2020 dejó varados en la ciudad a decenas de hermanos bolivianos. Fue la O’Higgins la que los acogió, y alimentó, y acompañó, por varios meses. “Comenzamos con 60 en la cancha, esto fue a fines de marzo”, nos cuenta Romelio y agrega “luego en la sede social hasta julio, cuando se fueron los últimos”.
Con la pandemia, se han visto ancianos solos, enfermos, vecinos sin pega, muertes. ¿Qué hacer? En la O’Higgins levantaron una olla común. La iniciativa parte el 22 de agosto de 2020. Y la impulsaron sus dirigentes, pero se sostiene con el apoyo de cooperadores habituales y la permanente colaboración de sus vecinos y vecinas.
Surgen los nombres: “Verónica, Ledy, María, Lila, Juan, Evelyn, Cristina, el matrimonio Pincheira”. Todos son importantes para que que cada sábado desde casi un año a la fecha, con mucho esfuerzo puedan parar la olla y entregar 170 platos de comida.
En la O’Higgins como en otras poblaciones, estos han sido tiempos difíciles. Pero una a una, las peleas dadas les han dejado muy claro que sólo el pueblo ayuda al pueblo. Que sólo el pueblo tiene las herramientas y las capacidades para resolver sus propias demandas. Y que finalmente el pueblo y su moral vencerá.