La muerte de un miembro de la Coordinadora Arauco-Malleco en un fundo de la forestal Mininco expone no sólo la dureza de los conflictos sociales que recorren a nuestra sociedad, sino también la bajeza moral de los enemigos del pueblo.
Luego de horas de rumores y versiones presentadas como verdad definitiva, se estableció que la persona asesinada por Carabineros en una zona de difícil acceso en la comuna de Carahue, es Pablo Marchant, miembro de la Coordinadora Arauco Malleco, que estaba realizando una acción de sabotaje en contra de maquinaria de la Forestal Mininco. Un trabajador de las faenas está hospitalizado, debido a lesiones, cuya naturaleza o causa no han sido especificadas, ni las circunstancias exactas en que ocurrieron.
No hay una explicación, tampoco, por qué personal de Carabineros estaba en el lugar, ni cómo se desarrolló el supuesto “enfrentamiento”. No hay antecedentes que aclaren a qué distancia le dispararon al hombre, con qué arma, de forma tal que su rostro quedara irreconocible, ni como ese hecho se condice con choque armado y no con una ejecución. Nadie ha dicho por qué la policía y la fiscalía echaron a correr el rumor que la persona asesinada era Ernesto Llaitul. Diariorevolucion.org publicó, en la noche del viernes, esa noticia luego de haber obtenido una confirmación directa de cercanos a la familia. Pero, al final, eso resultó ser la corroboración de la infamia, no de los hechos.
Al final, el padre tuvo que reconocer un cadáver, cuyo rostro estaba deformado, para comprobar que, en medio de la indiferencia de los funcionarios estatales, no era su hijo el que yacía muerto frente él, sino el hijo de otro, de otro padre, de otra madre.
¿Quién podría ser tan cruel? ¿Quién podría ser tan infame? ¿O es la crueldad y la infamia una herramienta más de dominación?
Y si es así ¿de quién? Muchos creen que los hechos del 9 de julio sólo reflejan un momento en la lucha del pueblo mapuche, como si los infames dirigieran su acción sólo en contra de un grupo específico y minoritario, como si ese deshonor no fuera una característica de un sistema que se sostiene sobre la explotación, el saqueo, la corrupción, la mentira y la infamia.
Los acontecimientos sólo asientan una cosa: quiénes son los enemigos del pueblo. Lo son los grandes grupos económicos y el capital externo que roban y explotan, al costo humano que sea; lo son los políticos que medran y se benefician de este sistema y que, incluso, pretenden “capitalizar”, ese es su lenguaje, las muertes ajenas para sus fines particulares; los son los cuerpos armados del Estado, que se declaran en guerra en contra de su propia población; lo son los fiscales y jueces que avalan la impunidad y la facilitan, encubriendo los crímenes con un manto de legalidad.
Esos son.