La convención constitucional asumió sus labores en medio de la represión policial, las evocaciones a las culturas de los pueblos indígenas, la irrelevancia del gobierno y de la derecha, las ambiciones políticas y el peso del deber de responder a la voluntad popular. En su primer día mostró que esa carga es abrumadora.
Una multitudinaria marcha inició, en Plaza Dignidad, el “día histórico”. Ese adjetivo sería usado muchas veces en la jornada. Varios constituyentes juraron no abandonar las demandas populares. La columna avanzó hacia el centro de Santiago. Allí imperaba un régimen de ocupación. Barreras, vehículos, policías preparados para reprimir, en todas las esquinas. Los manifestantes iban juntos, pero reflejaban consignas y, quizás, ánimos distintos. Algunos celebraban anticipadamente el comienzo de la constituyente. Otros en cambio, enfatizaban una exigencia: liberar a los presos políticos. Y muchos o todos, recalcaban que esa asamblea era el resultado de la lucha popular. En la medida que se acercaban al cerco policial, se enfrentaban a las primeras acciones represivas, aún contenidas. En las horas previas, distintos sectores habían tenido contacto con personeros del gobierno. Éstos habían dado a entender que la actuación policial sería limitada.
No cumplieron. Cuando ya estaba por comenzar la sesión inaugural, las provocaciones y los ataques de Carabineros aumentaron en distintos puntos del centro. Mientras, en el ex Congreso llegaban los constituyentes. Siguiendo el modelo del red carpet de Hollywood, los más ansiosos de verse retratados en la televisión, se detenían ante los periodistas. Los diálogos eran insulsos -“el día histórico”, etcétera.
El contraste entre la fiesta de la democracia y la habitualidad de represión era patente. Se colaba a través de los mensajes en los whatsapp, en las redes sociales y entraba al recinto del Congreso. Allí se había erigido, no una carpa, como dijimos equivocadamente en estas mismas páginas, sino una especie de invernadero. Un galpón de esos pre-fabricados con paneles de polietileno. Unas sillas portátiles sacadas del inventario para ceremonias de las promulgaciones de las leyes, y era. Así se armó el “acto republicano”.
Las noticias de los abusos policiales activaron a un grupo de constituyentes y paralizó a los demás. Los primeros exigían que se detuviera la represión y se retiraran fuerzas especiales. La relatora del Tricel, Carmen Gloria Valladares, no hizo caso al inicio y dio la orden de ejecutar la Canción Nacional. Unos, en la derecha, lo entonaban como si estuvieron en el estadio, otros gritaban y pedían que parara la ceremonia. Una de las convencionales tuvo que, literalmente, golpear la mesa para que la funcionaria reaccionara.
Se decretó receso “para aclarar la situación”. Esos minutos se hicieron interminables para los constituyentes. Temieron que todo terminaría allí, en medio de la agitación y la lucha callejera. Así como iba la cosa, no iban ser ellos los que coronarían el “movimiento social” con una nueva constitución, sino que ese mismo movimiento -o una versión más combativa y radical- tomaría el protagonismo. Bajo las mascarillas resoplaban ira en contra de los “anarcos” y los… “troscos” (!).
Lo iban a echar todo a perder.
No debieron molestarse, porque ninguno de los elegidos quiso, al final, poner en riesgo su cargo. Según la derecha, si la ceremonia no se realizaba el 4 de julio, todo, todo quedaba cancelado, porque el decreto de Piñera decía esa fecha y no otra. ¿Y si fuera verdad? Luego del despacho de unas delegaciones volantes de convencionales a la calle, unos telefonazos a algún ministro, todo siguió. Los pacos también. Pero luego del gesto, hasta los más indignados se dieron por satisfechos o se resignaron.
Al final, el “nuevo Chile” sí se construiría en medio de las sirenas y las bombas lacrimógenas.
La elección de la mesa fue larga, pero enteramente de acuerdo a plan. Ya había sido negociado de antemano.
Y esa fue la jornada “histórica”. Henchida de símbolos y discursos; de gestos memorables y dignos, como la presencia de la machi Francisca Linconao, y de la sobreactuación de quienes deben insuflarse valor ante lo desconocido y lo peligroso.
Nada, en lo que se dijo e hizo, hace pensar que los convencionales tengan una conciencia clara de lo que el pueblo chileno espera de ellos. Sin duda, se irán enterando con el tiempo.