Este domingo se abre la convención constitucional. Fue diseñada, hasta el último detalle, por los partidos del régimen, para que su desarrollo y su resultado diera “garantías”. O, al menos, así lo esperaban cuando, entre cuatro paredes, negociaron la salvación del gobierno Piñera.
Mañana, 4 de julio de 2021 en la mañana se inaugurará la convención constitucional en el Congreso Nacional de Santiago… ¡en una carpa! Ese detalle es decidor.
La convención constitucional había concebida como la cumbre de las capacidades del régimen. Con el paso del tiempo, ha devenido en un símbolo de la pérdida de su poder. Su existencia tiene el más nimio de los orígenes y el más pedestre de los propósitos: evitar la caída de Sebastián Piñera y su gobierno. Eso no se puede olvidar.
Y esa marca está inscrita en todo lo que haga la convención y no se puede borrar. En la convención está enquistado el viejo régimen. Pero, también, en su columna vertebral, están representantes, mayoritariamente de la llamada clase media, que salieron a marchar y se sienten capaces de interpretar lo que el pueblo quiere. Como muy bien saben ellos, recibieron los votos no por ellos mismos, sino por la promesa de que se harán portavoces de un cambio y de las demandas que se levantaron el 18 de octubre.
En eso hay una contradicción que se puede resolver de miles de formas distintas. El pueblo mira tranquilo e imperturbable qué acaecerá.
La tarea para esa mayoría que pretende volcar las demandas del pueblo en una nueva constitución es inmensa. Tendrán que vérselas con un régimen y sus asociados políticos de todos los ámbitos, que no trepidarán en asestar golpes si ven que tiembla el piso de su gobierno.
Las deliberaciones de la convención tendrán importancia, no por lo que digan los constituyentes en sus discursos, sino por cómo traduzcan lo que el pueblo ha dicho en las calles.
La convención constitucional será, quizás, un último intento para preservar a un régimen caduco, de ganar un par de meses o años para la continuación de un sistema injusto. O puede ayudar a poner las bases para un cambio político real.
Nuestro pueblo tiene paciencia y generosidad. Y tiene poder. Lo hará sentir, cuando sea necesario. Y llegará a sus propias conclusiones, de acuerdo a sus intereses, sus demandas y su derecho inalienable al futuro.