El centenario del Partido Comunista de China está marcado por el enfrentamiento con la política de Estados Unidos que busca frenar el ascenso de esa nación asiática. El jefe del PCCh, Xi Jingping, interpretó el sinuoso y contradictorio proceso histórico chino, y del partido que dirigió la revolución, como un itinerario de total continuidad.
En una concentración en la plaza Tiananmen de Bejing, el secretario general del Partido Comunista de China, Xi Jingpin, declaró que “nada detendrá” el camino del país hacia el objetivo del “rejuvenecimiento nacional”. Ante una multitud de decenas de miles de personas, Xi señaló que el Partido Comunista había logrado en sus cien años de historia unir al pueblo chino en las conquistas de la independencia nacional, de la revolución y de la “construcción de un socialismo con características chinas”.
Señaló que, en ese proceso, China había alcanzado un “prosperidad moderada” y que la materialización del “rejuvenecimiento nacional” revestía ahora de una “inevitabilidad histórica”. Dirigido a Estados Unidos, Xi exaltó la “autoconfianza y autosuperación” del pueblo chino y agregó: “el pueblo chino nunca ha atropellado, oprimido o esclavizado a los pueblos de los demás países del mundo; eso no lo hicimos antes ni lo hacemos ahora ni lo haremos en el futuro. Al mismo tiempo, no permitimos en absoluto que ninguna fuerza exterior nos atropelle, oprima o esclavice; si alguien lo intenta, estampará su cabeza ensangrentada contra la férrea gran muralla de carne y hueso de los más de 1.400 millones de chinos.”
El mensaje refleja la posición de la dirigencia china ante la situación de crisis mundial y el creciente enfrentamiento con los otros bloques económicos, políticos y militares, y especialmente, aunque sin nombrarlo, a Estados Unidos. Xi puso de relieve el papel del partido dirigente en ese proceso.
Sin embargo, no dijo que el énfasis en ese rol central es un fenómeno relativamente reciente, que coincide con el dominio de la dirección del partido y del estado chinos en torno al propio Xi. En las décadas anteriores, la dirigencia del propio PCCh había colocado el centro del desarrollo nacional chino en otros ámbitos, en el aparato del Estado, y especialmente, en las empresas privadas.
Este giro, que la retórica apenas insinúa, es otro de los grandes conflictos que han caracterizado al Partido Comunista de China, cuando tenía 50 miembros, como en 1921, como cuanto ostenta 95 millones de militantes.
La fundación del Partido Comunista de China se celebra el 1 de julio. Las fechas históricas son siempre complicadas. Especialmente las de la fundación de los partidos comunistas, es decir, de aquellos surgidos después de la constitución de la Tercera Internacional, tras la revolución de octubre de 1917. Los fundadores siempre tenían una idea bastante clara de qué querían crear, pero las circunstancias reales en que comenzaron son siempre más complicadas que los diseños y los planes. En el caso de China, hay historiadores que dicen que la fundación del Partido Comunista no fue el 1 de Julio de 1921, sino un par de semanas después. Otros dirían que, en realidad, fue varios años después. Pero el hecho es que, eventualmente -y eso también es característico- se fijó el 1 de julio para la celebración del aniversario.
Un grupo pequeñísimo dio origen al partido, centrado entonces en el puerto de Shanghai, entonces ocupado por Francia, y el mayor polo de desarrollo industrial del país. La policía francesa, parece, interrumpió los debates del primero congreso, que después continuaron, con menos delegados, a bordo de un ferry turístico.
Si hay algo que puede distinguir la creación del Partido Comunista de China es que su surgimiento representa algo fundamentalmente nuevo. Casi de golpe, los pequeños grupos de revolucionarios absorben y reelaboran las ideas del materialismo, de la teoría de la lucha de clases, de la liberación de la mujer, de la ciencia moderna, en contraste con una cultura antiquísima y especialmente rígida, representada en las doctrinas de Confucio.
No chocaban con otras vertientes ideológicas con un pasado ya consolidado. No podían basarse en una tradición propia. Debían orientarse radicalmente al futuro. Esa característica marcaría el devenir de los revolucionarios chinos.
La lucha en contra de la dominación colonial, representada en la fundación de la república en 1911, con su líder Sun Yat-sen, ya había tomado muchas ideas avanzadas de cambio social. Pero la independencia política probaría ser débil e incompleta. Una enorme nación, compuesta de un sinnúmero de etnias y lenguas, absolutamente agraria y en que la opresión más cruel era la base del funcionamiento del sistema, no podía resistir las presiones de las potencias imperialistas, incluyendo al ascendente Japón.
Los primeros comunistas habían hecho sus armas en los movimientos nacionalistas de la época. Habían visto la debilidad de la burguesía local para proponer un futuro para el país, y habían absorbido el ejemplo de la revolución de octubre en Rusia.
La influencia rusa se hizo sentir en conjunto con el rápido de desarrollo de las luchas de los trabajadores de las grandes ciudades. Cuando éstos se levantan, Moscú dispone que los comunistas deben aliarse al gran partido nacionalista burgués, el Kuomingtang (KMT).
Pero esa política decidida desde afuera resulta un desastre. El KMT, atemorizado por la fuerza de los trabajadores y la amenaza de una revolución persigue a los insurrectos y al PCCh. La represión es salvaje y prácticamente destruye al partido. Se salva una parte, que se había hecho fuerte en distintas zonas rurales.
Bajo la dirección de Mao Zedong las fuerzas se agrupan y emprenden una retirada monumental, la larga marcha hacia Yenan. Allí, el PCCh se recrea en el aislamiento de las zonas rurales apartadas. Y crea un nexo con las grandes masas campesinas del país. Las concepciones del marxismo son traducidas al lenguaje oral y las formas del campo. Ese proceso, “junto a las masas”, le da solidez a la organización, que se va desplegando en la lucha en contra de los gobernantes locales y los invasores japoneses.
El triunfo de la revolución en 1949 representa un acontecimiento histórico incomparable. Millones de personas se lanzan a la aventura de crear una sociedad bajo nuevos principios sociales y mediante la incorporación protagónica a la vida del país de grandes masas hasta entonces olvidadas.
La inmensidad de la tarea fue acometida por una dirigencia, con hombres como Mao o Zhou Enlai, conscientes de la escala de la tarea que, sin embargo, no podía ser dimensionada adecuadamente en el exterior, que seguían viendo a China como un símbolo del retraso y la pobreza.
El choque entre esa noción del partido chino, es decir, su afán de avanzar en “grandes saltos hacia adelante”, condujo a la gran ruptura con la Unión Soviética, en el período en que ésta sostenía la política de “coexistencia pacífica” con el imperialismo de Estados Unidos. China intentó ligarse a los movimientos de liberación del tercer mundo, un término acuñado por el mismo Mao.
Sin embargo, esas contradicciones se reprodujeron también en el plano interno. Fue entonces que el PCCh, impulsado por Mao, lanza la Gran Revolución Cultural, en que el partido debió enfrentarse a la iniciativa y a la crítica, a menudo despiadada, de las propias masas y especialmente, de la juventud.
Ese proceso terminó, no en una profundización de las transformaciones revolucionarias, sino en una involución. Al final, sobre el agotamiento de la población por la crisis económica, se impuso la reacción, que fue preparando el camino para una alianza estratégica con los propios Estados Unidos y para la reintroducción de mecanismos del capitalismo en China. En ese período, se dieron fenómenos llamativos como el acercamiento a la dictadura de Pinochet o el apoyo de fuerzas pro-imperialistas en África.
Esa ola reaccionaria se consolidó después del levantamiento popular de Tiananmen, en que, al mismo tiempo que protestas sacudían al bloque soviético, mezclaban demandas políticas y sociales de los trabajadores con consignas pro-occidentales de otros sectores sociales.
El PCCh decidió incorporar a esas capas de la sociedad en la expansión del sector privado de la economía, especialmente aquella orientada a la exportación: la industria ligera que competía en los mercados mundiales aprovechando los bajos salarios y los sacrificios de los trabajadores.
Sin embargo, la involución social y política no llevó al derrumbe del sistema, como en la Unión Soviética. Desencadenó grandes cambios en el país, bajo la máxima concentración del poder en la cúpula del Estado, como un proceso de industrialización y el paulatino establecimiento de la pequeña propiedad privada en el campo. El efecto fue el crecimiento inusitado de las ciudades, el fortalecimiento de la clase trabajadora y el surgimiento de nuevas capas medias, además, por supuesto, de una clase capitalista fuertemente ligada al Estado.
En ese período, surge la noción de que China “se había pasado al capitalismo”. Lo único que faltaba era que sus instituciones políticas se adecuaran a las formas occidentales. Y no hubo pocos, entre los dirigentes del PCCh, que compartían esa perspectiva. Pero sus principales promotores fueron los Estados. Veían en China un gigantesco mercado que podrían dominar.
Sin embargo, fue la propia crisis del capital la que derrumbó esos proyectos. Y China, seguía siendo un Estado que dirigía centralmente la economía. Los objetivos se desplazaron al desarrollo de una base industrial y la mayor expansión de infraestructura de la historia. Ese proceso se llevó a cabo en medio de duras luchas de clases, en que todos los sectores de la sociedad intervinieron sordamente, pues sólo la dirigencia oficial y los pro-occidentales podían tener una voz propia. El resultado provisional de ese largo proceso queda afirmado en el ascenso de Xi Jing Ping, y en una nueva transformación del PCCh.
¿Es China hoy un país capitalista?
Podría ser. Comparte, en su organización económica, muchas características con otros países, como Corea del Sur o Taiwan, la isla china en que se refugió Chiang Kai-Shek, el jefe del Kuomingtang, tras la revolución. Pero ambos son semi-colonias de Estados Unidos. Y a diferencia de esos países, no es una clase capitalista la que dirige al Estado, sino el aparato del PCCh que domina a todos los tipos de propiedad, privada, estatal, comunal, cooperativa, etc.
¿Es un sistema distinto al capitalismo? Sí, en el sentido de que su desarrollo económico y su afirmación nacional se basan en la planificación central y el control y delimitación de los mercados y del capital privado.
¿Pero es, entonces, socialista (con características chinas), como dice la propaganda del centenario PCCh? No, porque el socialismo se basa en la acción y la dirección de la clase trabajadora, sin cortapisas, sin subordinación.
Las condiciones para que los trabajadores chinos den ese salto han sido creados en las décadas precedentes. Millones y millones de personas se han preparado para ese “gran salto adelante”: han mejorado sus condiciones sociales, se ha educado, y han podido, especialmente en los últimos años, aprender de las grandes tradiciones de lucha del pueblo chino, incluyendo al Partido Comunista.
No podrán prescindir de esas tradiciones, aunque hayan sido desfiguradas. Y avanzarán y vencerán con el espíritu que los revolucionarios chinos expresaron muy bien: ese entusiasmo por el futuro, esa audacia por lo nuevo, esa “decisión heroica”, que se recordó hoy, “de atreverse a crear un nuevo cielo para el sol y la luna” que surgió hace 100 años en Shanghai.