No hay duda de que Pedro Castillo fue elegido hace tres semanas como presidente del Perú, por el más estrecho de las márgenes. Las acusaciones de fraude del fujimorismo no tienen sustento ni destino. Pero queda cada vez más claro que el plan está funcionando. Castillo, apremiado por la indefinición, la propia y de los resultados definitivos, ya comenzó con la ronda de concesiones.
El Jurado Nacional Electoral (JNE), que debe proclamar al ganador legal de la segunda vuelta electoral, avanza a paso de tortuga. Recién nombró un reemplazante de Luis Arce Córdova, el vocal fujimorista que renunció la semana pesada. La maniobra buscaba dilatar aun más el proceso, pues su dimisión dejaba al JNE sin quórum para sesionar. La próxima semana se retomarán las vistas de los recursos de apelación. Hasta el momento, el tribunal electoral sólo ha visto diez de las 80 reclamaciones presentadas, en su mayoría por el fujimorismo. Además, deberá resolver otros 200 recursos de nulidad presentados por la ultraderecha, pero que habían sido desechados en primera instancia por estar fuera de plazo.
A este ritmo, los plazos se alargan. Dos semanas, se estima podría demorar el proceso ante la justicia electoral. Fujimori no ceja. La revelación de llamadas realizadas desde el penal militar de El Callao por Vladimiro Montesinos, en que el ex jefe de inteligencia de los gobiernos de Alberto Fujimori debate sobre cómo trucar la elección a segunda vuelta, no le hacen mella. Ahora anuncia que va a pedir una auditoría internacional a la OEA. Ese plan tampoco parece viable. El organismo hace apenas dos años, ayudó a crear las condiciones para un golpe de Estado en Bolivia, con informes falsos sobre las elecciones presidenciales. Ahora, es más cauto. En su informe sobre los comicios peruanos indicó que el proceso de revisión de los reclamos se realiza “con apego la ley”.
La ultraderecha sabe que, por la vía legal, no podrá obtener nada. Descargó su ira en contra de uno de los jefes de la Oficina de Procesos Electorales en el Club Regatas de Lima, que es tan exclusivo como suena. Allí, uno de los distinguidos socios, enojado por la victoria de Castillo, agredió al funcionario, como si tuviera la culpa del revés electoral. Los ricos no están contentos. Pero las mentes más frías entre ellos llaman a la calma. El oligárquico diario El Comercio editorializó que “ya estuvo bueno” con la espera de la proclamación del ganador y llama a terminar con las “maniobras dilatorias”.
El mensaje sibilino no tiene destinatario claro, aparte del más obvio: Keiko Fujimori. Pero no va hacia ella. Es más bien la constatación de que la campaña del fraude, de desestabilización y de amenazas de golpe está surtiendo el efecto deseado.
Pedro Castillo, en una nueva concentración con sus adherentes, reiteró sus llamados a “prudencia” y a la “calma”. No quiere enfrentar directamente la campaña en su contra; para eso debería llamar, necesariamente, a movilizaciones populares. Castillo cree que las concesiones al régimen lo pueden salvar. Anunció que mantendrá en el cargo al presidente del Banco Central, Julio Velarde, para que haya una continuidad en la política monetaria. A falta de otras fuerzas y figuras, el economista neoliberal se ha convertido en el puntal de los intereses capitalistas en Perú. Velarde fue nombrado por Alan García en 2006 y se ha mantenido en el cargo bajo las presidencias que le siguieron. Y que no son pocas: Humala, Kusczinsky, Vizcarra y Sagasti.
El gesto de sumisión, unido a un discurso de “continuidad” económica que contradice las promesas de cambio que Castillo hizo en la campaña electoral, quizás, es sólo el comienzo.
Sin voluntad de defender con el pueblo el triunfo en las urnas, Castillo espera que la oligarquía finalmente le ceda el mandato. Y todo indica que así será, pero sólo después de que haya pagado con una libra de su propia carne.
El pueblo peruano observa y sacará sus conclusiones.