El gobierno está entre la espada y la pared. Su apuesta de que una vacunación masiva permitiría “abrir la economía” no pagó. Ahora, enfrentado a una perspectiva oscura, realzada por las variantes más nocivas del covid, se debate entre las rabietas y las soluciones desesperadas.
No hay noticias de que el primer ministro italiano, Mario Draghi, haya tomado nota del emplazamiento de Enrique Paris. Éste le exigió que se retractara de sus críticas a la vacuna Coronovac, del laboratorio chino Sinovac. El gobernante europeo había citado a Chile como un caso de la escasa efectividad de esa fórmula.
Nuestro ministro, que es muy pequeño (aclaramos: es enano, escuincle, minúsculo, en estatura moral e intelectual; no se nos ha escapado el hecho de que, también, es muy bajo físicamente, pero eso no debiera ser motivo de burla; al fin y al cabo, una cosa no tiene nada que ver con la otra), nuestro pequeñísimo ministro, decíamos, se sintió aludido. No se dio cuenta de que Draghi estaba peleando, no con él, sino con perros… bueno, cómo decirlo… más… grandes (perdón).
Hay una pugna política, económica y comercial en torno a las vacunas en todo el mundo. Draghi apuntaba a Sinovac por elevación. Quiere impedir que otros países europeos, especialmente Alemania, adopten la vacuna rusa, Sputnik V. No lo guían consideraciones epidemiológicas. Es política, poder y dinero, en medio de una crisis.
En esa pugna de grandes potencias, al estado chileno le toca actuar con lo que tiene, nomás. La Sinovac fue adquirida por Chile a condiciones preferentes, debido a que no se siguieron los lineamientos que el propio gobierno había señalado el año pasado: estudios consolidados de fase tres, es decir, de la efectividad de las vacunas; la validación de los resultados en revistas académicas reconocidas; la aprobación de organismos certificadores importantes, como la FDA de Estados Unidos o la EMA europea.
La campaña masiva de inoculación con Sinovac (las dosis Pfizer fueron destinadas a funcionarios del Estado) comenzó sólo con la aprobación del Instituto de Salud Pública local. El organismo se basó sólo en los estudios realizados en Brasil. Los otros, de Indonesia y Turquía, fueron considerados inválidos en el proceso de revisión. Y otro detalle: cuando se dio la autorización, todavía no estaban listos los estudios de fase tres realizados en Chile, a cargo de la Universidad Católica. Se suponía que el conocimiento logrado con la población nacional daría más luces acerca de su efectividad real. Pero no fue así.
Es decidor que la propia autoridad farmacéutica de China recién diera la aprobación para usar la vacuna en ese país cuando, en Chile, ya había millones de inoculados con el compuesto. Las revistas médicas más conocidas no han recibido los artículos sobre cómo funciona la vacuna, y es utópico pensar que Estados Unidos autorice su uso. No porque sea “mala”, menos porque sea “dañina”. Es porque es china.
La característica de la vacuna de Sinovac es que emplea una tecnología tradicional: partículas inactivadas del virus. Es segura, funciona, y sólo tiene un problema relativo. Es menos efectiva que otras vacunas, que usan mecanismos distintos, como la Sputnik V, la BioNtech/Pfizer, la cubana Abdala, y varias otras. Eso es todo.
No es un drama ni fue un error del gobierno haberla comprado. No había otras alternativas. Lo que sí está mal es que se haya mentido al respecto. Y lo que es peor, si es posible, es que Piñera y los otros de la mesa fantasma Covid, se hayan engañado a sí mismos. Emborrachados por estar entre los primeros en el mundo con la vacunación, creyeron que podrían lograr pronto la “inmunidad de rebaño” y el fin, dentro de Chile, de la pandemia.
Pero las cosas no funcionan así. Nadie sabe cuál es el punto exacto en que el virus baja su circulación significativamente debido a que un porcentaje mayoritario de la población posee anticuerpos, de modo que los no vacunados también estén protegidos del peligro de contagio y enfermedad. Nadie puede pretender alcanzar ese punto desconocido si se trata, justamente, de una pandemia, es decir, un virus que circula en todo el mundo.
Y, para rematar, menos se puede lograr ese objetivo imposible si surgen variantes más dañinas. La P.1 o variante brasilera, que, se supone, es la que ha estado circulando ahora en Chile, apareció en condiciones alarmantes. En Manaus, su origen, se había logrado, justamente, un tipo de “inmunidad de rebaño”. La gran mayoría de la población se había contagiado durante la “primera ola”. Es decir, poseían anticuerpos. Lo mismo que produce la vacuna, pero sin los síntomas o, al menos, sin la enfermedad. Y ¿qué pasó? Una mutación genética del virus logró sortear esa barrera, volver a infectar a los habitantes de Manaus, convertirse en la variante dominante en Brasil y expandirse por el continente.
A esto se suman estudios recientes que mostrarían que la Sinovac ya ha perdido eficacia en las personas mayores de 70 años.
Es un problema y grande.
El gobierno ahora piensa en una tercera dosis de Sinovac para, al menos, ese grupo etario. Además, quiere ver si se pueden mezclar vacunas, como Astra Zeneca y Pfizer. Todo esto indica que no saben lo que está ocurriendo, ni qué hacer.
El propio representante de Sinovac en Chile, el científico de la Universidad Católica, Alexis Kalergis, ante la pregunta de si esa vacuna sirve para la variante Delta, se limitó a decir que “seguimos vacunando con formulaciones hechas con la cepa original. Entonces, estamos tratando de promover que se puedan actualizar las vacunas con cepas nuevas.” O sea, no sirve mucho.
Está claro que la cosa está complicada. Y está claro que este gobierno no puede seguir a cargo de la protección de la salud y la vida de los chilenos.