Entre bueyes…

Los debates presidenciales confirmaron, a su modo, la falta de orientación y de capacidad de dirigir de los partidos del régimen. Las diferencias relativas son mínimas y anecdóticas. Las propuestas, fuera de tiempo. Es casi como si no importara quién sale elegido.

Jadue: “¿me puedes aclarar este punto de tu programa?” – Boric: “sí, obvio, me refería a esto” – Jadue: “ah, súper, muchas gracias, te quiero mucho.” El diálogo no es real, es de un chistosito en redes sociales. Pero no lo inventa, sólo parafrasea lo ocurrido en el debate presidencial del martes. Porque, más o menos, así fue la discusión sobre llamados grupos negociadores, una herramienta antisindical del Plan Laboral de Pinochet. Boric propone, no su abolición, sino… que sean ¡paritarios! Y Jadue, que apuntó suave, suavemente, a esa contradicción, tampoco pudo insistir mucho, porque los grupos negociadores quedaron consagrados en la reforma laboral del gobierno de Bachelet, con los votos y el apoyo del Partido Comunista.

Un poquito más peleado fue el debate de la derecha, un día antes. Estaba Desbordes, defenestrado tras un golpe interno, como si nada hubiese pasado. Estaban también Lavín, Briones, el ex ministro de Hacienda, Sichel, otro ex ministro de Piñera,… si se piensa bien, todos estaban ahí como si nada hubiese pasado.

Los conflictos son sólo peleas escenificadas, como si fueran “personales”. El mentado Desbordes le echa en cara a Sichel que es un mercenario, y éste le responde que “no es un cabro chico”. Boric pide que la crítica a su participación del acuerdo del régimen del 15 de noviembre sea sin palabras fuertes, y Jadue responde que éstas fueron dichas “en la calentura”.

Los debates fueron separados, uno por cada primaria. Al final, esa es la forma más adecuada a la realidad política. Los partidos del régimen tienen distintas alas: izquierda, centro, derecha. Pero no se confrontan directamente: están siempre unidas en el objetivo de preservar al régimen en su conjunto.

Las diferencias políticas reales que existen en la sociedad y que los partidos inevitablemente tienen que representar de algún modo, se convierten, en manos de estos candidatos y sus aparatos, en matices de un mismo programa: que el régimen sobreviva.  

No hay cornadas, pues.