A pocas semanas de las elecciones primarias de la derecha, Renovación Nacional derroca a su propio candidato presidencial y se alinea con un paquete (un tal Sichel) que sólo está destinado a dañar a Lavín. Si esto, estimado lector, estimada lectora, no le hace ningún sentido, es que usted no es de derecha. Pero la derecha no es la única a los que le gusta jugar y perder en la ruleta rusa.
No exageremos. No es Shakespeare o Dostoyevsky. Ni siquiera llega a El Padrino III. La implosión de la derecha puede relatarse como una pugna entre familias de mafiosos de una ciudad mediana, clanes de cafiches o reyes del microtráfico. Pero a pesar de la poca monta, sigue siendo una historia que se puede contar. Mario Desbordes, ex carabinero, esforzado abogado, operador político comunal, fiel ejecutor de las directivas de don Carlos (Larraín), sorpresivamente se vio ante la tarea de dirigir a Renovación Nacional. No lo hizo mal, porque sobrepasó a la UDI. Para eso, se alió a los evangélicos de las “Águilas” de la Octava Región y al corrupto obispo Durán de calle Jotabeche, a los ultraderechistas de la Universidad Católica y a los intelectuales neoconservadores, además del resto del facherío que tradicionalmente ha compuesto ese partido: camioneros, terratenientes, oligarcas, narcos, arribistas.
Cuando el levantamiento popular estremeció al país, Desbordes se dio cuenta que Piñera llevaba el gobierno y al régimen al abismo. Fue uno de los que frenó al mandatario en su afán suicida y promovió el acuerdo de los partidos del régimen en noviembre de 2019.
Pero ya entonces se notó una cierta insuficiencia, una falta de resolución. Porque no fue él ni la Concertación, a la que buscó acercarse, sino la UDI y el Frente Amplio, quienes cerraron el negocio. Y, como ha sido reconocido públicamente, no en una cocina, sino en el baño de hombres del ex Congreso Nacional.
Desbordes quedó solo. Único y vergonzoso defensor de la opción Apruebo en la derecha. Su partido y sus aliados prefirieron ir a la derrota fulminante con el Rechazo. Los hechos le dieron la razón, pero prefirió invertir esa ganancia política en ingresar como ministro de Defensa a un gobierno que él mismo había identificado como perdedor. Así, sus pretensiones presidenciales se esfumaron entre banquetes y desfiles con militares y los altos mandos de Carabineros (él sólo llegó a teniente).
Desbordes entendió que, con las consignas pinochetistas o la verborrea neoliberal, RN no llegaría a un ningún lado. Se imaginó algo así como una “derecha social”, que debía soslayar su dirigencia oligárquica, quizás complementar una retórica nacionalista con algunas concesiones sociales. Interesante: más de 70 años después, el industrioso policía vino a redescubrir a la Democracia Cristiana o al hilo negro, que le dicen.
Desbordes no entendió la derecha funciona así. Tampoco vio que el régimen político de la cual esa derecha es parte no podría soportar una operación de ese tipo. Y eso que tenía un indicador infalible para darse cuenta de ese problema: Sebastián Piñera. Si Desbordes quería salvar a la derecha (o a una parte de ella) debía romper con Piñera. Pero si rompía con Piñera, acababa con el régimen y, por ende, con toda la derecha, además de sus socios de las distintas variedades de la Concertación.
Mientras intentaba continuar con su ya imposible aspiración presidencial, se formó la fronda: Piñera, Carlos Larraín, Allamand, grupos empresariales “activos”. Forzaron una elección interna en RN. Su principal aliado en el partido, Cristián Monckeberg, declinó postular a la presidencia al filo del plazo; antes lo había hecho su pareja, la diputada Paulina Urrutia. Desbordes debió, entonces, enfilarse al matadero. La victoria de la fronda busca, en lo inmediato, dañar a Lavín, empleando para ello la postulación de Sebastián Sichel. Si pudieran, aunque no parece probable, le aplicarían el mismo castigo que a Desbordes.
Ya se lo decíamos, querida lectora, querido lector: si usted cree que todo esto no hace mucho sentido -porque, al fin y al cabo, Lavín es el que tiene más posibilidades de competir elecciones, etcétera, etcétera- es que no se ha fijado en cuál es verdadero juego aquí: a ninguno de estos les interesa gobernar el país. Ni a la derecha, ni a la Concertación, en ninguna de sus vertientes. Lo que quieren es salvar a un régimen político que ha quedado indisolublemente ligado al sistema económico y social. Lo que quieren es que otro gobierne y enfrente la crisis directamente, mientras ellos, la derecha, la Concertación, el FA, etc. se mantienen agazapados en el Congreso hasta que pase el temporal.
Las elecciones presidenciales próximas son las más singulares de la historia: todos quieren, en el fondo, perder.
Por eso, cuando usted vea estas intrigas, en la derecha, en el centro, en la izquierda, nunca piense en los candidatos presidenciales; mire, en cambio, los cupos parlamentarios y cómo se distribuyen. Y si, además, usted, apreciada lectora, apreciado lector, juzga estos procedimientos políticos de absurdos, sucios, inmorales, contrarios al interés nacional y completamente ajenos a las necesidades y reclamos del pueblo, tiene toda la razón. Por eso, la única solución es echarlos a todos, sin excepción, y sin miramientos.