El ministro de salud, Enrique Paris, denostó a los funcionarios de la salud de Santiago, diciendo que no hacen el esfuerzo suficiente con los pacientes. En cambio, él y su equipo lo han hecho tan bien que les piden fotos, firmas y los aplauden.
Por indolencia, incompetencia, estupidez y falta de humanidad debe renunciar el ministro de Salud. Lo correcto sería, en verdad, que se fueran, con él, todo el gobierno y todos los parlamentarios, para empezar. Pero este escuincle se pasó.
Paris sólo ha tenido fracasos. Y eso que contó con ciertas condiciones favorables. Se han impuesto cuarentenas, toque de queda, y la vacunación ha tenido una gran amplitud, comparado con otros países. Pero nada resulta. Al contrario, hoy Chile es un ejemplo raro en el mundo: una parte sustancial de la población está vacunada y las infecciones, las enfermedades graves y las muertes suben y suben.
Alguien tiene que responder por las muertes y el sufrimiento. Y los primeros responsables son el ministro de salud y Piñera. Tuvieron muchos factores a su favor. Pero privilegiaron los intereses económicos de unos pocos. Se aferran, hasta hoy, a la teoría de la inmunidad de rebaño, no por convicción científica, sino porque es la que más les conviene.
Y han mentido y manipulado. Las decisiones se toman unilateralmente en una mesa fantasma cuya existencia no se quiere reconocer. Lo que se quiere ocultar es que, al final, Piñera es quien decide qué se hace y qué no. Pero el mismo Paris, en su infinita estupidez, lo ha reconocido públicamente: Piñera personalmente revisa comuna por comuna y dictamina: ésta va a fase 1, ésta otra, a fase 2, y así. Y todo eso, sobre la base de un plan el “paso a paso”, que copiaron de los ingleses, y que fueron cambiando como querían, hasta que hoy no cumple ningún objetivo.
Cuando el desastre que ellos provocan les golpea la cara, desvían la responsabilidad. La culpa siempre la tienen otros, los funcionarios, las personas que no acatan la cuarentena, que “no hacen un esfuerzo”, el virus, que es malo y no se abuena, los científicos, que le ponen pelos a la sopa con su “evidencia empírica”, etc. La lista es larga.
El minúsculo ministro quiso hacer un contraste para reforzar su infamia: los trabajadores de la salud capitalinos, que se quejan, y los funcionarios del hospital de Castro, que trabajan alegres. Chiloé queda lejos, así que espera que la mayoría no se entere o le crea sus cuentos. El hecho concreto es que en todo Chile el sistema es igual; todos trabajan igual: con alegría o cansados, con empeño o descorazonados por la magnitud de la catástrofe sanitaria. Es simplemente la realidad, y ésta es negra, negra. Pero hay una única salvedad: sí, el sistema en todo Chile es igual, pero en las regiones apartadas es peor. Que no nos venga con cuentos. Con cuentos que encubren como, justamente, en el hospital de Castro, las “sociedades médicas” se roban los recursos del Estado para ganar dinero extra o como muchos de esos profesionales desprecian a la gente humilde del campo; sus pacientes, pues. ¿O no es así, maldito enano? Tú lo sabes, y lo escondes.
Debe irse Paris con su séquito. Debe irse su presidente. Debe irse toda la tropa de inmorales, porque son todos de la misma calaña.