La imposición de una nueva cuarentena en la región metropolitana, además de las restricciones que siguen en los grandes centros urbanos del país, es el testimonio del fracaso de una estrategia y de la incompetencia del gobierno. Ahora, la ultraderecha, desesperada, pretende sacar un rédito político de su propia incapacidad.
Este viernes, la habitual estadística del Covid siguió su también habitual subida. 7.716 casos nuevos, 198 muertos. Y, en la realidad, el colapso inocultable en los hospitales. Fuera de ellos, la tragedia de quienes sufren y fallecen sin siquiera alcanzar a ver a un médico. Porque esa es la verdad de la situación de la pandemia.
Esto pudo haberse evitado, pero para eso se requería, dicho en términos simples de otro gobierno. Uno que pusiera la vida y la salud de los chilenos por encima de todo, que se guiara por criterios racionales, que se apoyara en la participación consciente y activa del pueblo en la supresión del virus, y que no regateara y pretendiera hacer negocios corruptos con la pandemia.
Está claro que la pandemia va a seguir, a pesar de la vacunación. Existe el peligro de que las mutaciones se conviertan en una nueva pandemia. El demencial objetivo de la inmunidad de rebaño debe abandonarse, debe realizarse un duro trabajo para suprimir la circulación del virus. Eso, innegablemente, va a requerir de cuarentenas, pero esas deben ser efectivas y breves para que surtan efecto.
Ahora, estamos en el peor de los mundos. Un gobierno que no quiere imponer cuarentenas para no afectar intereses económicos, pero que, después, las decreta igual, porque su inacción e incompetencia lleva a un desastre sanitario. Al hacerlo de mala gana y…, pues, mal, las medidas restrictivas, sólo afectan a los derechos de las personas, aumentan el control represivo del Estado, pero al virus ni lo tocan. Ese sigue diseminándose, en los lugares de trabajo, en el transporte público y en las casas.
Ante el fracaso, apareció la UDI. Declaró que no se debían decretar cuarentenas “porque no sirven”. Lo hacen en el peor momento de la pandemia. Según sus dirigentes, se deben aplicar “otras medidas”. ¿Cuáles? “El uso de mascarillas, el distanciamiento social, el lavado de manos”, aventuró su presidente, Javier Macaya, quien, al parecer, no ha vivido en el planeta tierra en el último año y medio. Mencionó otras medidas, como mediciones de la ventilación en espacios cerrados y el uso de mascarillas más efectivas, que se promueven en algunos países industrializados. Pero allí buscan que la expansión del virus no sobrepase la decena de casos nuevos al día, no miles.
El oportunismo político es evidente. Golpean a Piñera, es cierto. Pero ni siquiera esconden que quieren copiar las tácticas de la derecha española, que jugó, como pudo, con el negacionismo de la pandemia, explotó el nerviosismo económico de pequeños comerciantes, perjudicados por las restricciones y quiso hacer suya la idea de la libertad, pero entendida en la forma de “¡yo hago lo que quiero, coño!”
Es una mala copia y refleja la incapacidad de la derecha para dirigir el país frente a un pueblo que conoce su fuerza y defiende sus derechos. Pero, al mismo tiempo, la retrata de cuerpo entero: malos, malos bichos.