Los 91 del patíbulo

La reacción al planteamiento de un grupo de constituyentes electos se amplía. Los más notorios de los 30 años se juntaron para escribir una afiebrada carta en defensa de “las reglas del juego”.

En 1967, una película de ficción, llamada “Los Doce del Patíbulo”, atrajo la atención del público. Se trataba de un grupo de delincuentes -estafadores, asesinos, monreros, tránsfugas y un cuanto hay- que, durante la Segunda Guerra, fue congregado por el ejército estadounidense. Su tarea: desmoralizar al enemigo golpeando a sus jefes. Resumiendo -y sin spoiler-: la cosa no resultó como lo habían planificado. Más bien primó el estilo criminal de los protagonistas -¡Charles Bronson! ¡Telly Savalas (el de Kojak)! entre otros- y tuvieron que improvisar para salvar la situación. Pero sólo digamos que no terminó muy bien.

Igual que en la película, aparecen ahora, de la nada, los 91 del patíbulo. En una carta abierta, convenientemente difundida por todos los medios, fingen su indignación: un grupo de constituyentes electos osó plantear que en este país deben existir mínimas condiciones democráticas para que el proceso de la convención pueda funcionar y que éste no puede estar subordinado al acuerdo de los partidos del régimen del 15 de noviembre de 2019.

¡Un sacrilegio! exclaman nuestros 91. Las reglas son las reglas y las fijamos nosotros. ¿Quién puede atreverse a cuestionarlas? ¿Porque “el pueblo” así lo quiere? No, señores, el pueblo no existe.

La declaración hiede de nostalgia. En este caso, de remembranzas de la dictadura y del pacto con el pinochetismo. Se revelan, no como baluartes de la democracia y de la legalidad, sino como defensores de la constitución del ’80. Nunca hicieron un esfuerzo por derogarla, porque era la suya, al final. Son los mismos que pedían mano dura contra los manifestantes y los acusaban de delincuentes. Son los mismos que se han colgado de las demandas populares y han querido usufructuar de ellas. Esos son los políticos que se sienten a gusto sentados con los empresarios, militares y representantes de Estados Unidos, pero que rechazan al pueblo.

No se dan cuenta de que su nostalgia los lanza a la inmolación política. Defienden con uñas y garras un acuerdo cerrado entre las cuatro paredes del baño de hombres del ex Congreso, escondidos del pueblo que se moviliza por sus derechos. No se dan cuenta que ese acuerdo murió, no ahora, sino a los pocos días de firmado. Porque el objetivo, el único objetivo que perseguía, desmovilizar al pueblo, fracasó. Los trabajadores y todo el pueblo, al contrario, convirtieron su lucha en un poder que no los deja actuar y les impide volver al pasado.

Y eso son: figuras del pasado, los José Miguel Insulza, las Soledad Alvear y Mariana Aylwin, los Eduardo Aninat y Gutenberg Martínez, los Ignacio Walker y el resto de los ladrones.