La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú está en el filo. El conteo rápido da una ventaja minúscula al profesor Pedro Castillo sobre la ultraderechista Keiko Fujimori. Los resultados oficiales definitivos se conocerán recién este lunes o en los próximos días. Pero las definiciones que enfrenta Perú no son electorales.
Las últimas semanas ya lo hacían presagiar. Fujimori, toda la derecha y el poder empresarial habían desatado una campaña que no reparaba en gastos, en demagogia y, sobre todo en terror. Y el terror fue, incluso, literal. Una masacre atribuida a una facción del antiguo Sendero Luminoso interrumpió la campaña. O, habría que decir, la complementó: Castillo y su partido, Perú Libre, que se ha definido de marxista-leninista-mariateguista, constantemente son acusados de vínculos con organizaciones armadas, en particular con Sendero Luminoso. Se trata de un recurso tan usado que hasta tiene un verbo propio: “terruquear”.
A pesar de enfrentarse no sólo a la mayoría de las fuerzas políticas, incluyendo a los partidos de izquierda, cuyo apoyo ha sido tibio y condicionado, Castillo perfectamente puede ganar. Todo indica que está cerca. Pero los votos que le ayudarían a superar la marca del 50% serán contados al final. La elección dejó al descubierto un rasgo tan fundamental como negado: la fractura nacional entre un centro concentrado en la capital Lima y una periferia, que representa a todo el resto del país.
De acuerdo a los primeros datos, Castillo se impuso de manera aplastante en el sur y las regiones andinas. En la heroica Ayacucho, culminación de la primera independencia de América, obtuvo el 80%. Pero también en el norte del país, históricamente dominado por el antiguo APRA, pudo dar la pelea y, en algunas, provincias ganar. El Lima, sin embargo, la ventaja de Fujimori es aplastante.
La desigualdad y la relación de explotación entre centro y periferia ha sido histórica, pero hoy ha adquirido, al fin, una expresión política. Y no dependerá de quién sea presidente de que esa fractura pueda ser nuevamente ignorada.
La pregunta es cómo se va a dar la definición. En la noche del domingo, tanto Castillo como Fujimori se abstuvieron de cualquier amago de impugnar el conteo o de proclamarse vencedores. Pero mientras más estrecha la diferencia, más razones políticas tendrá el aparente perdedor para cuestionar los resultados oficiales.
Si se llega a un conflicto sobre la legitimidad de las elecciones, las Fuerzas Armadas jugarán un papel determinante. Han desempeñado ese rol, sin excepción, durante décadas. En la crisis política que atraviesa al país y ha llevado a la destitución de tres presidentes consecutivos, el factor militar ha operado directamente. Incluso, los rumores de cuartelazos para impedir un triunfo de Castillo, abundaron en Perú en víspera de la jornada electoral.
Pero las condiciones para un golpe son hoy más difíciles. Perú Libre trabó una alianza tácita con el grupo nacionalista dirigido por Antauro Humala, que cumple una condena de cárcel de 25 años por la rebelión militar que encabezó en 2005. Ese grupo mantiene hasta hoy fuertes vínculos con sectores del ejército. Una acción militar podría desencadenar un conflicto interno en las propias filas castrenses.
Lo otro que frena a la derecha y a las Fuerzas Armadas es el temor a lo que los personeros “bien informados” del Perú llaman “la salida chilena” o “colombiana”. Es decir, un levantamiento popular que aísle al régimen y amenace con su derrocamiento.
La idea es curiosa. Mientras en Chile esa misma gente agita el fantasma de la “peruanización”, en nuestro país vecino, temen el ejemplo del sur y, ahora, del norte.
Si Castillo logra ser elegido enfrentará presiones increíbles. La crisis sanitaria en el Perú es gravísima. Al igual que todos los países de América Latina, enfrentará una crisis económica aún peor en el futuro próximo y la desestabilización económica, financiera y política comenzará a operar de inmediato. No tendrá ni luna de miel ni respiro. Esto significa, por lo pronto, que no podrá recurrir a los mecanismos políticos que emplearon los gobiernos de orientación nacionalista en la región en las dos décadas pasadas.
Si, al final, el triunfo se adjudica a Keiko Fujimori, se dará, también de manera inmediata, la señal de partida a un amplio movimiento de luchas, del cual ya existe una vasta experiencia en el Perú. El propio Castillo, como dirigente de la prolongada huelga docente de 2017, es uno de sus exponentes. Pero un eventual ascenso de Fujimori significaría, también, el inicio del hundimiento definitivo del régimen. Para ella, la inmunidad del cargo es la única salida de una condena de cárcel e implicaría el regreso a la dirección el Estado de la trenza mafiosa de corrupción, narcotráfico y latrocinio. A diferencia de la dictadura de su padre, no habrá un eventual contraste en otras fuerzas políticas de la burguesía. Hoy todos están comprometidos con el esquema criminal que representa el fujimorismo. El caso más patético es el de Mario Vargas Llosa, quien se erigió en uno de los principales promotores de su candidatura. No se podrá lavar esa mancha de estiércol y sangre de su reputación literaria o, incluso, de la que pudiera tener en el plano político, situada en la derecha recalcitrante del continente.
Las definiciones, como se ve, son graves, irreversibles e inevitables. Van más allá del desenlace electoral. Pase lo que pase, el Perú, en el año del bicentenario de su independencia, se sumará con fuerza al emergente gran movimiento de los pueblos americanos. Y lo puede hacer bajo la bandera de José Carlos Mariátegui. El gran revolucionario, representa uno de los logros más importantes y necesarios hoy, la compenetración de las cumbres del pensamiento materialista con las raíces americanas. Se trata de una contribución que no ha sido igualada. Esa bandera, que es la del pueblo peruano, es hoy más necesaria que nunca para América y el mundo.
Los políticos y sus movimientos pueden flaquear, pueden fallar y pueden retroceder ante los retos de la historia, pero los pueblos hoy ya saben cuál es su camino y no se detendrán.