La OEA y su corrupción

Hace unos días atrás, Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, rompió un acuerdo con la Organización de Estados Americanos para el combate de la corrupción. Lo hizo, porque el secretario general de la OEA, Luis Almagro, nombró como asesor a un reconocido corrupto salvadoreño.

«La Corte de los Milagros», así apodaba el Ché a la Organización de Estados Americanos, subrayando esa característica suya de transformar las cosas, al punto de desnaturalizarlas y confundirlas. ¿Cómo se puede designar a un ex alcalde, acusado de «apropiaciones indebidas y retenciones en perjuicio de la Hacienda Pública» como asesor de la OEA en un comité anticorrupción para luchar contra la impunidad? Y sí, esta organización tiene ese hábito, «nunca deja sin transformar en buena gente a la mala, y en mala a la buena».

El secretario general de la OEA actualmente es Luis Almagro, de origen uruguayo, político relacionado con el Frente Amplio, de centro izquierda. En el 2015, asume como secretario general de la OEA. En 2018, fue expulsado del Frente Amplio con ignominia, tras haber sido embajador de China y canciller del gobierno de Uruguay.

Este personaje nefasto, en la línea histórica de la OEA, se ha coludido con los Estados Unidos, y sigue su política de ataque contra los regímenes que atentan contra su preeminencia continental.

Ha hostigado a Venezuela desde el 2015. En el 2018, en connivencia con Estados Unidos, avaló la teoría yanqui de que no se descartaba “ninguna opción, incluyendo la militar,” para derrocar a Nicolás Maduro.

En el 2019, emitió un informe en que se planteaba que había habido fraude en las elecciones presidenciales en Bolivia, lo que después fue constatado como falso, pero que legitimó un golpe de Estado contra Evo Morales y la asunción de Añez, con su estela de muertes y represión contra el pueblo boliviano.

Esto, sin descartar las alusiones y la persecución a Cuba y Nicaragua. Tampoco ha tenido pronunciamientos categóricos por la represión en Ecuador, Perú, Chile o Colombia en contra de sus ciudadanos; menos contra las políticas erráticas de Bolsonaro en relación a la pandemia.

En general, Luis Almagro ha sido una figura que ha comulgado en la última década con lo peor de la política continental. Sus aliados han sido figuras de derecha, que no han escatimado en dañar a sus pueblos, como Trump, Duque, Piñera, Macri, Bolsonaro, Moreno, Añez, Guaidó, etc. Cada uno tiene su habilidad propia: violador de los derechos humanos, delincuente, corrupto, fanático, idiota, etc.; el calificativo para cada presidente queda por cuenta del que lee.

Lo que sucedió con el presidente de El Salvador, ha puesto en evidencia el ya patentado modus operandi de Luis Almagro, quien usa a la OEA como instrumento de los Estados Unidos. Nada nuevo bajo el sol, podríamos agregar. Bukele, quien mantenía amigables relaciones con Almagro y que hasta la fecha parecía bailar al compás del discurso de la OEA, ha cortado relaciones con la misma y con su Comisión Contra la Impunidad en El Salvador, porque Almagro puso como asesor en el país, a Ernesto Muyshondt, ex alcalde al que se le imputan entre otros los delitos de fraude electoral y asociación ilícita, turbias negociaciones con reconocidos pandilleros y un nutrido ramillete de ilícitos, en una comisión que era contra la corrupción. ¿Paradojal? Quizás sólo más de lo mismo.