El ocaso de los políticos profesionales

La derecha todavía no se repone del duro golpe que recibió en las elecciones de constituyentes. Incluso, el presidente de la UDI no sabe si la derecha pasará a la segunda vuelta presidencial. Pero no son los únicos que lloran porque la gente los desprecia.

Sabemos a ciencia cierta que no basta con votaciones o marchas para cambiar un régimen. Pero eso también es parte de un proceso que realiza un pueblo para sacarse las alimañas y tener claridad de su futuro, a la vez que se va nutriendo de representantes capaces y alineados con sus intereses y propósitos.

En el mundo de los políticos profesionales, esos que deambulan por sus sedes partidarias, van al Congreso, salen en televisión o estrechan lazos con los empresarios, ven con disimulada inquietud como las personas ya no los quieren. Pero se aferran a la idea de que fueron elegidos democráticamente y que, al final, ellos son los únicos que pueden dar conducción al país. Algunos se declaran cercanos a las demandas populares. Pero a la primera, andan a los cuchillos, incluso entre ellos, y negociando por lo bajo. Se equivocan rotundamente: son prescindibles y el pueblo ya se dio cuenta que puede conducir el rumbo del país sin ellos.

La derecha llegará a su fin, porque representa lo peor, la envidia, el egoísmo, el clasismo, el racismo, la estafa, el robo, lo inmoral. Junto a ellos caerá el centro político, que cree representar la moderación y la sensatez, pero que también es rechazado, porque muestra el arribismo, amiguismo, extorsión, usura, arrogancia, engaño. Ambos sectores, que hoy día representan todo el espectro político profesional, es decir que viven de la actividad política, deben extinguirse, porque no buscan mejorar la vida del pueblo, sino mejorar sus condiciones, mantener el poder, ganar dinero y vivir espléndidamente. Ambos sectores que, al final, son uno solo, sirven a la oligarquía, a los ricos. Incluso los que parecen mejores, tienen representantes en el Congreso que no han hecho nada por cambiar algo. Al contrario, cuando pueden castigar al pueblo, no han dudado. Un ejemplo claro es el «acuerdo por la paz social y la nueva constitución», que firmaron todos los partidos políticos con Piñera, para que no cayera el gobierno y para salvarse ellos mismos, aun cuando en las calles se seguía reprimiendo y matando.

Se debe marchar, se debe agitar; debemos juntarnos y unirnos; debemos demostrar, en el momento crucial, que somos más; que podemos parar todo, si queremos; que, sin nosotros, nada se puede mover.

Hoy manda el pueblo, aunque no se crea. Lo que falta es líderes que dirijan su camino, que asuman la responsabilidad de demostrar la fuerza contenida del pueblo. Líderes que digan que la vieja política ya no va más. Eso es lo que más temen los políticos profesionales. Por esa razón, tratan engañar: dicen que son receptivos a las demandas, pero sólo delatan que su final ya está cerca.