El “affaire” de los ventiladores inservibles los muestra -a los capitalistas y al gobierno- en toda su esplendorosa semblanza: son tontos y son malos.
Otra más de Sutil. Primero, “gusanito”, después “chanchito de tierra”. Ahora ¿qué especie del reino animal lo podría describir mejor? ¿Babosa? Son leeeentas y son malas: se pegan y dejan una, pues, baba bien asquerosa.
Un informe de la subsecretaría de redes asistenciales muestra que de más de 500 ventiladores mecánicos, adquiridos por $10 mil millones por la CPC en China para pacientes Covid-19, sólo 32 se pueden usar. El resto fue calificado de no seguro o defectuoso. El escándalo es tan grande como fue el espectáculo con el que los trajeron. ¡Cuántas historias! Negociaciones en oscuros restaurantes chinos, maletas con dinero, operaciones aéreas top secret, y “nuestros” gerentes generales y grandes propietarios desplegados como espías en una peligrosa misión de la “guerra de los ventiladores”. En casa, el recibimiento del presidente en persona, banderas chilenas, y elogios por el desprendimiento y habilidad de semejantes emprendedores. Ni Marco Polo tuvo tanto.
La verdad es distinta. Es que se los fregaron, nomás. Cayeron como babosos. Ahora, como babosos que son, se declaran “sorprendidos”. “Me sorprende que no haya habido una gestión o microgestión para poder manejar estos equipos. Puedo entender que para los médicos es más fácil usar equipos conocidos u occidentales y no asiáticos, pero de ahí a decir que esos equipos venían con fallas, puede ser que sea incorrecto”, declaró el presidente de la CPC, Juan Sutil. “Esto demuestra que muchas veces más Estado, quizás no es tan bueno porque si esto hubiera llegado a un recinto privado, probablemente se hubieran calibrado adecuadamente con la calidad adecuada”, dijo, esparciendo más de la sustancia babosa a la vergüenza nacional.
Ya, ya, Sutil. El hecho es que los chinos los calaron… y los despacharon. Y ahí están, con las máquinas pencas, penquitas.
Son tontos. Pero, además, son malos.
Sutil aseguró que no tuvieron “ningún beneficio tributario” por sus súper donaciones, porque “nosotros procedimos a hacer las donaciones a la ley de Estado de Emergencia”. Pero las “donaciones a la ley de Estado de Emergencia” o, más preciso, a la Ley N° 16.282 sobre Donaciones en Caso de Catástrofe… ¡son un beneficio tributario! El monto de la donación, las empresas las pueden declarar como “gastos necesarios para producir renta”. En simple: lo descuentan de los impuestos. Más simple, es plata para ellos.
Y más aún: a diferencia del beneficio tributario normal, que tiene un límite de un 5% de la renta líquida imponible -porque, de lo contrario, los perlas se las pasarían haciendo donaciones truchas para no pagar nada-, estos “regalos” no tienen límite alguno.
Y la última. El generoso Servicio de Impuestos Internos, en su Resolución Exenta Nº49 del 30 de abril del 2020, crea “un modelo” para determinar esos gastos: si quien hace la donación es una asociación gremial, es esa misma organización empresarial quien emite un certificado del dinero que supuestamente gastó, en beneficio de sus asociados, para que ellos lo descuenten de los impuestos.
O sea, ellos mismos dicen cuánto gastaron y, por ende, cuánto ganan.
Parece que, igual, son más malos que tontos.