Un avión de pasajeros aterrizó en Bielorrusia por una presunta amenaza de bomba. Las autoridades aprovecharon de detener a un opositor al gobierno que viajaba con destino a Lituania. Rápidamente gobiernos y organismos de derechos humanos se solidarizaron y exigieron su liberación.
En América Latina campea la vulneración de los derechos humanos. Es cosa de observar lo que ha sucedido en los diversos países en los últimos años: en Bolivia un golpe de Estado y una sangrienta represión en contra del pueblo; en los levantamientos populares en Perú, Ecuador, Colombia y Chile, muertos, torturados, lesionados y prisioneros políticos. Muchos organismos internacionales, como la ONU y la OEA, no mostraron ningún interés en intervenir o informar de lo que estaba ocurriendo.
En Palestina y en el reciente recrudecimiento del conflicto con Israel, otra vez los organismos internacionales mostraron una crítica tenue, enfocada en los síntomas, no en el fondo del problema. Y ante las mociones en el Consejo de Seguridad de la ONU en contra de Israel, Estados Unidos repite su veto automático de décadas. También se podrían nombrar los casos de Yemen, Siria, Libia, Iraq, etc., en que los organismos internacionales encargados de defender los derechos humanos han mostrado una reserva o indolencia similar.
Lo anterior dista mucho de lo ocurrido ahora en Europa Oriental. Un avión que viajaba a Lituania tuvo que aterrizar en Bielorrusia, luego de recibir una amenaza de bomba. Ya sea verdadera o un mero truco: al descender en Minsk, la policía apresó a un periodista que había sido parte de las protestas en contra del gobierno de Aleksandr Lukashenko.
Lo que nos deja perplejos es la rapidez con que los organismos internacionales y sus dependencias de Derechos Humanos actúan para proteger la integridad de personas que consideran importantes. La Comunidad Europea, Estados Unidos, la ONU, la Organización de la Aviación Civil Internacional e incluso una sesión en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, fueron parte del andamiaje que se movió para denunciar el hecho.
Quizás esos mismos organismos internacionales, que velan más por sus intereses que por la defensa de los derechos humanos, deberían amplificar y mostrar las violaciones a los derechos humanos de las policías y FF.AA. en los levantamientos populares, la manipulación de la justicia para castigar la protesta, la ilegalidad de los procedimientos de los gobiernos, etcétera.
El caso del desvío del avión a Bielorrusia es un problema de derechos humanos; pero hay millones más urgentes y que se podrían solucionar solamente con hacerlos visibles. En los países, la justicia opera para los ricos. En la esfera internacional, parece que pasa lo mismo.