Lo que siguió a las elecciones del fin de semana, pareció de película: los grandes perdedores se esforzaban por aparecer como si hubieran ganado. El miércoles, las negociaciones entre los partidos del régimen ya fueron como una serie de Netflix: lo mismo, pero más largo, y con hartos giros, arbitrarios y sorprendentes, para que el interés no decaiga.
No hay caso. La crisis política se convierte, para algunos, en crisis nerviosa. Las elecciones del sábado y domingo mostraron el derrumbe de la derecha, de la Concertación y dejaron, en el plano nacional, al PC y al Frente Amplio más o menos igual. Esos partidos habían querido esperar los comicios para cerrar sus candidaturas presidenciales y, al menos, las grandes líneas de sus pactos parlamentarios. Esperaron los resultados electorales porque no sabían cuánto pesaban. El veredicto fue categórico: en general, nada y, en particular, nada, casi nada y un poquitito.
El argumento de la segunda temporada de esta serie es más o menos así: los que pesan casi nada, en este caso el PS, presionaron a los que no pesan nada, la DC, a que cambiaran su candidata presidencial, Ximena Rincón, por Yasna Provoste, un plan que, sin duda jamás ¡nunca! ya habrían ya acordado con la propia presidenta del Senado. Eso sería impensable. Les dijeron que, si no les hacían caso, se iban a ir con el PC e iban a crear la Unidad Popular 2.0, algo que, por supuesto, no lo decían -¡jamás! ¡nunca! ¡cómo se te ocurre!- sólo para meter susto. Mientras, la DC, un poco contrariada y, la verdad, algo asustada, le dice a Provoste que se lance, pues, si es tan chora; sólo tiene que decirlo.
Yasna, detecta el tono desafiante y desconfía. Responde que ella no va a hacer nada y que los va a dejar solos con el pastel, a no ser que… se vaya, para empezar, el presidente de la DC, Fuad Chahín, pero sólo porque, por culpa de él, la DC ahora es nada, y no, claro que no, porque lo deteste desde siempre. Chahín renuncia, muy ofendido, porque no se le reconoció su “testimonio” de ser el único candidato DC elegido a la convención constitucional; su dimisión nada, nada, nada, tiene que ver con que de todas maneras no quería seguir administrando un partido que, recordemos, ahora vale nada. A la DC, sin embargo, se le metió entre ceja y ceja que, aunque no valga nada, eso es cierto, eso signifique que valga menos que nada. Algún orgullo queda, y ratifica, pero raspadito, a Ximena Rincón como su candidata presidencial.
Eso crea un problema. Los que valen casi nada, o sea, el PS en esta historia, tienen que ir donde los que valen una poquita cosa, el PC y los otros muchachos, porque, bueno, eso es lo que habían dicho que harían si la DC no les seguía el apunte. La amenaza, de lo contrario, pierde credibilidad ¿me entiende? Los del PC y el FA estaban muy contentos, porque… este…ehhh… el reencuentro de la izquierda, las fuerzas progresistas… etc. etc. No es que no le creyeran al PS porque ya estaban enterados de que, en realidad, los socialistas estaban apretando a la DC con el cuco del… reencuentro de la izquierda, las fuerzas progresistas… etc. etc. No, no, para nada. Estaban, de hecho, súper contentos con compartir lo poquito que tenían, y que ya habían repartido, con ese invitado inesperado, que tiene casi nada, excepto un gran apetito.
Y aquí viene el giro brusco, arbitrario, el plot twist, como se dice. Quedaba un personaje del que todos, de verdad, sin broma esta vez, se habían olvidado: el PPD. Este partido, que sí vale menos que nada, aparece de repente en escena, un poco confundido, como si se hubiera olvidado de su parlamento. ¡Es la salvación! “Bueno, estos tienen que ser parte del arreglo,” dice el PS. “Ah, no, ese no era el trato”, responde el PC. “Pero ¿cómo? ¿están diciendo que el PPD no vale nada?” interrogan. “Vale menos que nada.” La respuesta es seca y dura, como la verdad, y en eso todas las partes concuerdan.
La temporada concluye con que el PS está muy, pero muy ofendido, 100% real, no fake. No es que estuvieran, al igual que los otros, aliviados de haber zafado a última hora de un tremendo lío en el que se habían metido solitos. Absolutamente no. Están ofendidos y, peor, humillados. Eso. Hu-mi-lla-dos.
Entremedio, Ximena Rincón bajó su candidatura, o sea, la DC se quedó con… ay, Dios, nada; pero, así va a poder volver Yasna, a quien no habíamos visto desde el inicio. Y, así también, se van a poder juntar la DC, el PPD y el PS (nada + menos que nada + casi nada=la nada misma), que era lo que habían querido desde un inicio.
Y nada de esto tiene que ver con que el verdadero conflicto, el auténtico objeto de la negociación, sean las listas parlamentarias y no las primarias ni los candidatos presidenciales. No, nada que ver. Nadie se preocupó de esas menudencias, que implicarían que, en realidad, ninguno de estos, que, ya sabemos, no valen nada, está ya en condiciones de gobernar, y que sólo quieren sobrevivir y mantener su régimen a costa del pueblo. ESO NO ES ASÍ, SEÑOR, NO INSISTA. Todo lo que ocurrió es auténtico, honesto y desinteresado.
Y así termina la segunda temporada. Deja, como debe ser, abierta la intriga para la tercera parte de la serie. Y todo indica que “La Nada” va a seguir un tiempo, al menos hasta que aparezca un dragón o algo así, y los deje a todos estos como las basuritas que son. Esas cosas pasan en las series: al final, llega el dragón. Esperemos que pronto, porque ya estamos esperando con la escoba.