La política chilena era manejada férreamente por la oligarquía; ponía o sacaba candidatos y partidos políticos a su arbitrio. Esto comenzó a acabarse, primero con la abstención y luego, con los independientes.
Se respira alegría entre las huestes “ganadoras”, nadie será capaz de quitarles la sonrisa. Incluso entre los discursos se atreven a reivindicar la alianza con el gobierno que ha traído para nuestro pueblo tanta desgracia y represión. Si se pudiera ver qué ganaron, quizás no se reirían tanto.
Desglosando las cifras de las votaciones del 2017, en las presidenciales, y comparándolas con lo que obtuvieron en los constituyentes, que sería lo más justo, se puede ver un clima desolador para todos los bloques que conforman el actual sistema político.
Vamos Chile y comparsa, tuvo 44,57% el 2017, y en constituyentes 20,56%. Perdió un 24,01% de votación. Nueva mayoría, Concertación o como quieran llamarse hoy, obtuvo un 34,29% el 2017, y hoy un 14,46%. Se redujo en un 19,83%. Respecto del Frente Amplio, los jóvenes liberales o la alegría que vendrá, en el 2017 tuvo un 20,27% y actualmente 18,76%, se redujo en un 1,51% su votación.
Ciertamente, todos los analistas querían comparar los resultados con el 2017 y no con la votación del apruebo del 2020, porque los afectaba. Aún así, quizás es más drástica la caída de todas las fuerzas políticas, incluidas las de las jóvenes promesas, en ese entonces. En total, perdieron un 45,35% de votación que tenían y ya no tienen, y que se distribuyó entre los independientes.
Esta mirada realista, quizás le quitaría la sonrisa a muchos que hoy están alegres. Y si queremos ser más realistas, deberíamos sumar un porcentaje de abstención. Con ello, quizás debería inquietarles el futuro, su futuro. El gobierno ya no existe como tal, y la clase política da sus últimos aleteos, creyendo que el sistema los salvará, pero no se dan cuenta que ellos son el sistema y perdieron.