Carta de un profesor

Estimados alumnos y alumnas: Les escribo pensando en qué les diré cuando nos veamos de nuevo. Creíamos que la pandemia pasaría pronto y nos fuimos a nuestras casas a esperar. Muchos tuvimos que hacer clases virtuales y el tiempo lo teníamos que repartir entre ustedes y nuestros hijos, como cualquier persona. Se me caía la internet, tuve que pintar la pieza para que pudiera hacer clases, comprarme un computador nuevo y buscar todas las maneras posibles de que no estuvieran tan perdidos, solos frente a una pantalla. Tuve que cerrar la puerta para que mis hijos no interrumpieran. Igual lo hacían. Muchas veces, preparaba la comida cuando terminaba las clases y comíamos a las tres de la tarde. Al igual que a sus padres, nadie se compadecía por lo que pasamos y lo que debíamos hacer para seguir adelante. Nunca pensamos que estaríamos tanto tiempo lejos de ustedes. Sabemos que nos necesitan, que necesitan el apoyo en esos días en que se sienten perdidos y llega la palabra esperanzadora cuando los vemos flaquear. Se nos hincha el pecho cuando, sin querer, nos llaman papá o mamá, y luego se disculpan por confundirse. Estamos con ustedes cuando sufren por un pariente muerto y tratamos de ser fuertes para que se templen en las adversidades. Sonreímos cuando por primera vez comienzan a defender a sus compañeros por sus derechos. Me alegro de cuando vienen a mí preguntando si los apoyo en sus demandas y les digo que siempre apoyaré lo justo y se van satisfechos, porque van creciendo y saben que estamos con ustedes. Al igual que ustedes, alguna vez fui a la escuela con los zapatos rotos, con el pantalón de mi hermano, también iba al centro con mi ropa de escuela, que era la mejor que tenía. Algunas veces fui…

Estimados alumnos y alumnas:

Les escribo pensando en qué les diré cuando nos veamos de nuevo.

Creíamos que la pandemia pasaría pronto y nos fuimos a nuestras casas a esperar. Muchos tuvimos que hacer clases virtuales y el tiempo lo teníamos que repartir entre ustedes y nuestros hijos, como cualquier persona. Se me caía la internet, tuve que pintar la pieza para que pudiera hacer clases, comprarme un computador nuevo y buscar todas las maneras posibles de que no estuvieran tan perdidos, solos frente a una pantalla. Tuve que cerrar la puerta para que mis hijos no interrumpieran. Igual lo hacían. Muchas veces, preparaba la comida cuando terminaba las clases y comíamos a las tres de la tarde. Al igual que a sus padres, nadie se compadecía por lo que pasamos y lo que debíamos hacer para seguir adelante.

Nunca pensamos que estaríamos tanto tiempo lejos de ustedes. Sabemos que nos necesitan, que necesitan el apoyo en esos días en que se sienten perdidos y llega la palabra esperanzadora cuando los vemos flaquear. Se nos hincha el pecho cuando, sin querer, nos llaman papá o mamá, y luego se disculpan por confundirse. Estamos con ustedes cuando sufren por un pariente muerto y tratamos de ser fuertes para que se templen en las adversidades. Sonreímos cuando por primera vez comienzan a defender a sus compañeros por sus derechos. Me alegro de cuando vienen a mí preguntando si los apoyo en sus demandas y les digo que siempre apoyaré lo justo y se van satisfechos, porque van creciendo y saben que estamos con ustedes.

Al igual que ustedes, alguna vez fui a la escuela con los zapatos rotos, con el pantalón de mi hermano, también iba al centro con mi ropa de escuela, que era la mejor que tenía. Algunas veces fui con el estómago vacío, pero con todas las ganas del mundo de saber más. Fui discriminado por no tener dinero, fui mancillado por venir de una población. Aun así, allí en la puerta de la sala, estaba mi profesora esperándonos con la sonrisa más profunda. En mi otro hogar, mi madre me esperaba con los brazos extendidos. Yo fui como ustedes y los comprendo.

Sé que es importante volver y quiero hacerlo, por ustedes.

Pero no podemos volver. No mientras no se asegure que ustedes y sus familias estarán a salvo . Yo sé que han sufrido con el coronavirus; muchos en su entorno se han enfermado y han visto morir a algunos familiares y amigos. Han sufrido hambre, lo he sabido, y junto a apoderados nos reunimos a juntar comida para llevarles y con dignidad sus padres la han recibido. No podemos volver si están en peligro.

No pueden volver, diga lo que diga el “ministro de educación”, un pobre burócrata al que no le importan ustedes, sino su cargo y las ganancias de los colegios privados. No sabe que muchos de ustedes llegan a cocinar a sus hermanos, que cuidan a un familiar enfermo, que son madres y padres jóvenes, que trabajan y llegan cansados a clases, que son abusados y maltratados, que sufren de enfermedades, que sólo son niños y niñas.

Volveremos cuando estemos listos y ese día, estaremos esperándolos en el portón de la escuela, como si nunca nos hubiéramos alejado. Quizás anhelaremos más las pequeñas cosas y, quizás, haya cambiado algo.